martes, 4 de febrero de 2025

EL HERMANO MÁS LISTO DE SHERLOCK HOLMES (1975), de Gene Wilder

 

Es evidente que esta película, nacida del ingenio e imaginación de Gene Wilder, pretendía apuntarse a la ola disparatada de comedia que Mel Brooks había desatado unos pocos años antes con El jovencito Frankenstein. No es tan divertida porque, quizá, el humor no es tan fino, aunque, sin duda, contiene algunos momentos realmente brillantes. Especialmente en lo que se refiere a la cuidada puesta en escena del Londres victoriano. Es una de esas películas con una textura fotográfica excepcional mientras se van sucediendo los chistes, algunos, incluso, buenos, pero no mantiene el nivel en ningún momento. En su inicio, parece prometer y la excusa es muy original como es el hecho aparente de que Sherlock Holmes renuncia a investigar un caso y se lo pasa a su hermano pequeño, Sigerson Holmes que, inevitablemente, tendrá que enfrentarse al temido profesor Moriarty. Por el camino, se encontrará con personajes de todo pelaje y condición, con mención especial al italiano que interpreta Dom de Louise (un actor que decían que era absolutamente imposible rodar con él porque nadie paraba de reír) y que sostiene el momento más hilarante de la película en su encuentro con el malvado profesor interpretado por un actor más que competente como Leo McKern.

Sin embargo, probablemente presionado por las prisas, Wilder articula un guión que deriva demasiado hacia la astracanada. Las gracias se suceden a gritos, hay cosas verdaderamente algo estúpidas, el misterio policíaco se reduce, prácticamente, a entrever la sinceridad en la persona clave que no es más que una mentirosa compulsiva que dice “no” a una taza de té cuando quiere decir “sí”. Incluso Wilder no tiene reparos en introducir un número musical sólo para gansos aunque, en realidad, sean canguros. Mientras tanto, eso sí, se disfruta del Londres tenebroso por la noche, y muy cuidado por el día, con sus casas, sus vestuarios, sus coches de caballos. Podríamos decir que estéticamente está muy cerca de otra película rodada en aquella época y que no es otra que El gran asalto al tren, de Michael Crichton, con Sean Connery, Donald Sutherland y Lesley Ann Down en los papeles principales.

Y es que resulta difícil mantenerse en la brillantez cuando es necesario excitar sexualmente a una chica para que confiese información fundamental. Y, sin duda, imitar el tic nervioso del mal hace que estemos pasando un rato estupendo. Al final, sin timidez alguna, se pone en marcha una ópera bufa bajo los compases harto conocidos de Un baile de máscaras, de Giuseppe Verdi, mientras los cristaleros quedan atrapados en su espionaje y el portero, que no es la señora Hudson, tiene la mala costumbre de andar de puntillas por los pasillos confundiendo, naturalmente, al propio Sigerson Holmes, hombre dotado de una capacidad de deducción tan estratosférica que, con frecuencia, se pasa de frenada. Ni que decir tiene que Sherlock estará en la sombra, observando los movimientos grotescos de su hermano que, por supuesto, también tiene su particular Watson en el único individuo del mundo que tiene “oído fotográfico” y que tiene que darse un golpe en la cabeza para comenzar a buscar en sus archivos lo que ha escuchado. No obstante, parece que Sigerson, efectivamente, es el hermano más listo de Sherlock Holmes. Ni rastro de Mycroft.

EL ESCÁNDALO ROSEMARIE (1958), de Rolf Thiele

 

Una chica cualquiera, que se dedica a saltar de cama en cama en la aparente bonanza de los nuevos tiempos industriales de la nueva Alemania, decide sacar algo de provecho de la situación. El país de Konrad Adenauer crece como potencia económica y, por supuesto, donde hay dinero, hay corrupción. Rosemarie no duda en ser parte de ella y, ya que tiene que ir de cama en cama, también es hábil para sacar un secreto de aquí y otro de allí para venderlo por un precio conveniente. El espionaje industrial pasado por secretos de alcoba está a la orden del día y Rosemarie va a intentar vencer al sistema. Algo que, por supuesto, es bastante improbable. Nadie va a dejar que ese horizonte de nuevos ricos y de viejos ricos con nuevos nombres se acerque hasta ser una realidad cotidiana. Esa misma que Rosemarie trata de romper con sus habilidades entre las sábanas.

La sombra de Bertolt Brecht parece alzarse en este drama que tiene apariencia policial, pero, en realidad, es una tragedia sobre una chica que quiso volar alto y fue despedazada. Dos cantantes, de vez en cuando, ponen en situación al espectador, rompiendo la cuarta pared y haciendo que parezca una historia ligera cuando no lo es en absoluto. Aquí nada es como se presente. El pretendido desarrollismo teutón de finales de los cincuenta está manchado con sangre, sudor y corrupción a raudales. La chica, de apariencia inocente, trata de enfrentarse con auténticos gigantes para destruir un sistema que es de todo menos amable. Los aparentes salvadores de la patria que ponen dinero para dar empleo y prosperidad son monstruos de amasar dinero con sexo como sal. Y, en algún momento, con tanto ir y venir, puede que algún espectador se sienta confuso, perdido, porque no se sabe el tono y, por tanto, mal se puede acompañar.

En cualquier caso, la película es una rareza dentro de ese cine alemán de posguerra que se encuentra ya a las puertas del famoso manifiesto de Oberhausen que dio lugar al nacimiento del nuevo cine alemán. En esa impecable corrección escénica subyace un forcejeo continuo para tratar de decir algo que queda ahogado por una invisible mordaza de corrección política y económica. A destacar el trabajo de Peter Van Eyck en una creación realmente meritoria y la dirección versátil de Rolf Thiele, un hombre de filmografía corta, que debió de levantar más de una o dos heridas en el estreno de esta película.

Así que tengan mucho cuidado con todos aquellos que se presentan como salvadores de la patria, sean del signo que sean. Seguro que, tras ellos, tienen una historia de engaños, de insidia, de avaricia y de muerte. Harán lo que sea necesario para conservar lo que creen que es suyo, incluso aunque no lo sea. Creen que los demás estamos para ser engañados. Repito…sean del signo que sean. A menudo, creemos que los que están al servicio de los peores instintos son menos listos que nosotros y no suele ser así. Están por encima y se lo creen. Por eso, se sorprenden tanto cuando alguien que no es nadie, les pone en jaque y amenaza con hacer tambalear los cimientos que sujetan todos y cada uno de sus ceros.