jueves, 4 de diciembre de 2025

NÚREMBERG (2025), de James Vanderbilt

 

El fascismo sólo crece y se impone cuando los pueblos lo permiten. En Alemania, en los años treinta, se instaló a través de unos cuantos razonamientos que parecían imbatibles para el ciudadano medio. Argumentos tales como el orgullo de la patria, el derecho a la expansión, a la supervivencia a cualquier precio, al desprecio del ser humano, al odio como ley parecían irrebatibles ante una Europa que callaba y miraba hacia otro lado. Así, nació una élite de monstruos arrogantes que se escondían tras una máscara de orden y de verdad ineluctable. Podrían ser semejantes a los hombres, pero eran bestias sin más consideración que los objetivos de supremacía y de sometimiento. Una lección que tiene toda la apariencia de haber sido inútil.

En el duelo de inteligencias que se entabla entre un asesino desalmado y un profesional de la mente humana, hay certezas y mentiras, y una de ellas es la de trabajar de forma incansable para fabricar el aviso de que aquello no acababa en un juicio que daba un aire de legalidad a la justicia. Se trataba de que el mundo supiera todo antes de que la horca realizara su alegato definitivo. La verdad era abrumadoramente dura, pero era necesario que se conociera porque el fantasma de caer en los mismos errores y permitir de nuevo el ascenso de una ideología criminal era real y estaría latente en todos los años venideros. Bien lo sabemos hoy en día. Aquellas miradas de comprensión que escondían las peores intenciones aún siguen golpeando nuestros criterios. Al fascismo se le puede combatir con la más elemental de las lógicas, pero no todo el mundo está dispuesto a utilizar esa arma porque, en el fondo, aún hay muchos, muchos que llevan a un dictador en el interior. Y a cualquier voz disidente se le silenciará de una manera o de otra. No hacen falta disparos, torturas o humillaciones. Basta con la indiferencia. Y ése es el peor de los pecados.

No se debe caer en el tremendo error de comparar esta película con Vencedores y vencidos, de Stanley Kramer, porque el objetivo de aquella no se parece al de ésta. Allí se ponía en tela de juicio el papel de los jueces y legisladores que se aprestaban a dictar sentencias que sabían injustas y que podrían haberse opuesto a las ideas más crueles jamás convertidas en ley. Aquí, de lo que se habla, es de la fascinación por una serie de personajes que se aprovecharon de una situación de inferioridad para crear la mayor maquinaria de guerra nunca conocida por el hombre, para asentar la razón como la máxima excusa para el asesinato de masas. Y nadie está libre de culpa porque unos miraron, otros se inhibieron y algunos otros también cometieron sus execrables crímenes de guerra que nadie se atrevió a juzgar. El director James Vanderbilt realiza un trabajo muy competente, con una planificación muy elegante y planos de una auténtica clase mientras el espectador, secuestrado por todo lo que plantea la película, se queda admirado del trabajo de dos actores como Russell Crowe, enorme y convincente en la piel del Mariscal del Reich Hermann Göring y Rami Malek, psiquiatra encargado de dar el visto bueno a la salud mental de los veintidós procesados del primer y más importante proceso de los que se celebraron en Núremberg por crímenes de guerra. El resultado es, salvo en unos pocos pasajes, muy efectivo, llevando al público a los márgenes de la desolación porque la Historia está muy cerca de repetirse de nuevo.

Los monstruos, lo sabemos, siempre intentan hacerse atractivos para que nadie pueda rebatir su mentira continua. A todos aquellos que avivan el odio se les debería poner en funcionamiento cualquier atisbo de inteligencia para que puedan darse cuenta de que los derechos de los pueblos nunca están por encima de los de los individuos. Aquellos son un invento, con frecuencia, político. Éstos son inalienables. Y cuando los malvados manipuladores consiguen que alguien se les una, ya hay más culpables de cualquier debacle que se pueda plantear. Esta película habla de todo eso, y de mucho más. Y, por una vez, por una sola y maldita vez, nuestro sentido común debería ponerse a funcionar para que ningún fanatismo, sea del signo que sea, tenga más seguidores que el rechazo y la condena.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Profunda reseña. La veré. Gracias.