El
fascismo sólo crece y se impone cuando los pueblos lo permiten. En Alemania, en
los años treinta, se instaló a través de unos cuantos razonamientos que
parecían imbatibles para el ciudadano medio. Argumentos tales como el orgullo
de la patria, el derecho a la expansión, a la supervivencia a cualquier precio,
al desprecio del ser humano, al odio como ley parecían irrebatibles ante una
Europa que callaba y miraba hacia otro lado. Así, nació una élite de monstruos
arrogantes que se escondían tras una máscara de orden y de verdad ineluctable.
Podrían ser semejantes a los hombres, pero eran bestias sin más consideración
que los objetivos de supremacía y de sometimiento. Una lección que tiene toda
la apariencia de haber sido inútil.
En el duelo de
inteligencias que se entabla entre un asesino desalmado y un profesional de la
mente humana, hay certezas y mentiras, y una de ellas es la de trabajar de
forma incansable para fabricar el aviso de que aquello no acababa en un juicio
que daba un aire de legalidad a la justicia. Se trataba de que el mundo supiera
todo antes de que la horca realizara su alegato definitivo. La verdad era
abrumadoramente dura, pero era necesario que se conociera porque el fantasma de
caer en los mismos errores y permitir de nuevo el ascenso de una ideología
criminal era real y estaría latente en todos los años venideros. Bien lo
sabemos hoy en día. Aquellas miradas de comprensión que escondían las peores
intenciones aún siguen golpeando nuestros criterios. Al fascismo se le puede
combatir con la más elemental de las lógicas, pero no todo el mundo está
dispuesto a utilizar esa arma porque, en el fondo, aún hay muchos, muchos que
llevan a un dictador en el interior. Y a cualquier voz disidente se le silenciará
de una manera o de otra. No hacen falta disparos, torturas o humillaciones.
Basta con la indiferencia. Y ése es el peor de los pecados.
No se debe caer en el
tremendo error de comparar esta película con Vencedores y vencidos, de Stanley Kramer, porque el objetivo de
aquella no se parece al de ésta. Allí se ponía en tela de juicio el papel de
los jueces y legisladores que se aprestaban a dictar sentencias que sabían
injustas y que podrían haberse opuesto a las ideas más crueles jamás
convertidas en ley. Aquí, de lo que se habla, es de la fascinación por una
serie de personajes que se aprovecharon de una situación de inferioridad para
crear la mayor maquinaria de guerra nunca conocida por el hombre, para asentar
la razón como la máxima excusa para el asesinato de masas. Y nadie está libre
de culpa porque unos miraron, otros se inhibieron y algunos otros también
cometieron sus execrables crímenes de guerra que nadie se atrevió a juzgar. El
director James Vanderbilt realiza un trabajo muy competente, con una planificación
muy elegante y planos de una auténtica clase mientras el espectador,
secuestrado por todo lo que plantea la película, se queda admirado del trabajo
de dos actores como Russell Crowe, enorme y convincente en la piel del Mariscal
del Reich Hermann Göring y Rami Malek, psiquiatra encargado de dar el visto
bueno a la salud mental de los veintidós procesados del primer y más importante
proceso de los que se celebraron en Núremberg por crímenes de guerra. El
resultado es, salvo en unos pocos pasajes, muy efectivo, llevando al público a
los márgenes de la desolación porque la Historia está muy cerca de repetirse de
nuevo.
Los monstruos, lo sabemos, siempre intentan hacerse atractivos para que nadie pueda rebatir su mentira continua. A todos aquellos que avivan el odio se les debería poner en funcionamiento cualquier atisbo de inteligencia para que puedan darse cuenta de que los derechos de los pueblos nunca están por encima de los de los individuos. Aquellos son un invento, con frecuencia, político. Éstos son inalienables. Y cuando los malvados manipuladores consiguen que alguien se les una, ya hay más culpables de cualquier debacle que se pueda plantear. Esta película habla de todo eso, y de mucho más. Y, por una vez, por una sola y maldita vez, nuestro sentido común debería ponerse a funcionar para que ningún fanatismo, sea del signo que sea, tenga más seguidores que el rechazo y la condena.

1 comentario:
Profunda reseña. La veré. Gracias.
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