viernes, 3 de octubre de 2008

EL LARGO Y CÁLIDO VERANO (1958), de Martin Ritt

Vamos a terminar ya con todos estos pequeños homenajes al gran actor que dejó al ojo de la cámara llorando. Podría haber elegido cualquier otra película para finalizar pero me he decidido por ésta porque es ahí donde conoció a Joanne Woodward y ambos se convirtieron en las dos partes de una misma persona. Tal vez a él le hubiera gustado que un crítico de ninguna parte hablara de aquella película que le trajo tanta felicidad.

Cuando un hombre va dejando tras de sí un reguero de fuego y pasión entonces es cuando el verano se convierte en un infierno de sudor y drama. La intensidad que desprende El largo y cálido verano podría ser comparable a cualquier otra película basada en las obras de Tennessee Williams, sólo que en esta ocasión el punto de partida es William Faulkner. Dominando el espectáculo de agobiantes sentimientos a punto de estallar en un clímax de sofocante tragedia, está el Orson Welles que se inspira, no muy lejanamente, en el Burl Ives que, un año antes, había interpretado el papel del abuelo en La gata sobre el tejado de zinc, de Richard Brooks. Sembrando la vegetación de una ardiente mirada de llama azul, Paul Newman intenta encontrar un camino que nunca llegó a pisar pero que nos da muestras sobradas de lo gran actor que siempre ha sido. Quemando nuestros ojos con una belleza radiante y utilizando sabiamente todos los registros dramáticos que van del blanco al rojo, pasando por el amarillo, Joanne Woodward se nos aparece hermosa y deseable, única actriz de carrera singular que aún sigue enamorada del hombre que conoció en esta película. Detrás de las cámaras, Martin Ritt, un director que siempre supo lo que quería en sus adaptaciones al cine, especialmente cuando sus guiones iban firmados por ese otro matrimonio inseparable formado por Irving Ravetch y Harriet Frank. Nombres y más nombres para describir una historia que te arrastra por los pantanos de nuestra propia búsqueda interior.
Ben Quick es un hombre que vive rápido y huye hacia delante porque, por detrás, se van cerrando las puertas. Busca la honestidad que le permita vivir y, sin embargo, siempre va acompañado del fuego, de la rapidez de las estancias, de una vida nómada y plenamente insatisfecha…Tal vez porque no se ha visto reflejado en el estanque de agua que apaga ese fuego que siempre lleva en su interior y que hace que algunos hombres dejen de buscar y comiencen a conservar. Plantaciones de un cariño que brilla por su ausencia son sus paradas, como estaciones naturales del devenir de su tren, y en una de ellas, allí donde el sol se convierte en un castigo, ve una flor blanca, de belleza inmarchitable, que le hace reflexionar, que le hace detenerse, que también le hace crecer. Ya sólo queda vencer al fuego que todo lo arrasa…incluso su corazón.
En las miradas sin mucho sentir es donde existe el peligro real. Ahí es donde germina la semilla de la esterilidad, ahí es donde queda el enemigo siempre alerta para quien es capaz de enternecer porque, simplemente, nunca ha tenido el calor, el verdadero calor, de sentirse amado. Por eso, el verano se convierte en largo y cálido. Por eso, las brasas avivarán el fuego del hombre que camina para no quemarse los pies.
Ahí, en medio justo de su salón, en el camino que separan sus miradas del televisor, hay una razón por la que vale la pena detenerse y ser parte de una lucha que arrancará más sudor de todos nosotros que el pesado yunque de un verano que ahoga…

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta película siempre me pareció que tenía un hilo de unión con "Escrito sobre el viento" y "La gata sobre el tejado de zinc". El personaje de Robert Stark y Anthony Franciosa, por un lado. Y el de Orson Wells y Burt Ives, por otro lado. Y en las tres la búsqueda interior. Y el amor. Ese amor que a veces se presenta en forma de amigo, o de esposa enamorada, o de hija dominada.
Un saludo y gracias por tu homenaje. Seguro que Newman se habría sentido orgulloso de leer tus palabras llenas de admiración y amor .

César Bardés dijo...

Sin duda, te doy la razón. Dudo mucho que Newman o Woodward lean alguna vez ninguna de estas líneas (porque yo sí creo que aún puede leer el tipo de los ojos azules) pero lo importante no es que se lean, lo importante es escribirlas y saber, dentro de ti, que has hecho un trabajo, al menos, mediocre.
Un saludo. Quizá la próxima vez tenga que hablar de Stanley Donen...

Anónimo dijo...

xGran trabajo y gran talento, Señor Bardés. Para mí, de sus mejores líneas. Eso no se escribe todos los días.

Un saludo
Cati

César Bardés dijo...

Un placer volverla a ver por aquí, señorita Cati. Gracias por sus palabras siempre de ánimo aunque no esté de acuerdo en lo del talento. Gracias de nuevo y un saludo.