La historia del complot para asesinar a Hitler fue tocada tangencialmente por el cine ya en películas como ¿Arde París?, de René Clement o la excelente La noche de los generales, de Anatole Litvak pero ya era hora de reivindicar el hecho de que no todos los alemanes estuvieran al lado del sanguinario dictador y que también se originó un débil aunque valeroso movimiento de resistencia que intentó restaurar un orgullo que se perdía por los sumideros de una carnicería.
De momento, llama poderosamente la atención cómo la película pasa por encima de una figura capital de aquel intento de golpe de estado como era el Mariscal Erwin Rommel, pieza angular de lo que iba a ser el nuevo gobierno y que intentaría negociar una rendición honorable con los Aliados, preferentemente con los americanos ya que de los rusos no querían ni oír hablar. Sin embargo, no cabe duda de que la película se acerca con bastante minuciosidad a toda la preparación del atentado, inteligentemente concebido, con el fin de que la Wehrmacht, el ejército, se quitase de en medio a la guardia pretoriana de Hitler, las SS, fuente continua de enfrentamientos y motivo de deshonra para un buen sector de aristócratas militares que despreciaban fervientemente la política del Führer.
También es evidente que los problemas que ha habido durante el rodaje de la película han acabado por socavar algunos de los cimientos sobre los que se asentaba (un error del laboratorio fotográfico echó a perder una buena cantidad de negativo, obligando a rodar toda esa parte de nuevo y reuniendo al equipo una vez que éste estaba dispersado) y, probablemente, debido a razones puramente económicas (el agujero de dinero debió de ser más grande que la explosión que apenas dañó una mano de Hitler) se recortó allí y allá y ha habido algunos agujeros involuntarios que saltan a la vista en todo el desarrollo de la trama. Véase, sin ir más lejos, el diminuto papel que desempeña el personaje de Kenneth Branagh, vital en los primeros compases, pero que luego se diluye con apenas una escena trágica de epílogo.
Aún y todo así, el oficio de Bryan Singer en la dirección es más que notable , acudiendo a edificios oficiales de la época y desarrollando una dirección artística estupenda (en manos de la decoradora Lilly Kilvert), con decorados que en ningún momento desentonan y describiendo la fascinante estética del reino del terror con verdadero mimo, planificando con sencillez y con considerable facilidad todas las escenas que, en manos de cualquier otro, hubieran sido tomas de cámara al hombro, vamos y dale que dale que ya se entenderá el espectador.
Donde reside el atractivo más fundamental de la película (no olvidemos, un argumento del que conocemos su planteamiento, desarrollo y desenlace) es en la excepcional interpretación de algunos de sus efectivos. Tom Cruise, además de tener un parecido casi sobrenatural con el verdadero Claus Von Stauffenberg (salvo en lo que respecta a la estatura), realiza una interpretación de destacable dramatismo, interiorizando fortalezas antes que dudas, llevando adelante la construcción de un nuevo orgullo que se halla en auténticas ruinas por lo que es una derrota anunciada. Tom Wilkinson resulta enorme en el papel del Mariscal Erich Fromm, el típico oportunista que no enseña sus cartas hasta que sepa cuáles son las del vencedor aunque deja entrever con particular sabiduría cuál es su sentir acerca de una guerra que ya se bate en retirada. A Kenneth Branagh no se le da ninguna oportunidad salvo en los primeros minutos por las razones ya expuestas. Terence Stamp camina adecuadamente por los pasillos de la aristocracia militar y es estupendo el trabajo de Christian Berkel, atrapado por decisiones que no le corresponden y que, no obstante, lleva adelante por ese deseo incontrolable de instalar algo de cordura en una nación que navega inundada por la insania.
En ocasiones, los hombres deben de dar un paso adelante para demostrar que aún hay algo de corazón en un país que abandonó el suyo en manos de un demente. El guión de Christopher McQuarrie (autor del guión de Sospechosos habituales) camina en esa dirección. No todos los alemanes fueron culpables y esa losa que habita sobre las cabezas de las nuevas generaciones que no quieren oír hablar sobre lo que hicieron sus padres y abuelos puede que, con esta película apreciable pero no sobresaliente, pese algo menos. La historia pudo ser cambiada. La historia puede aplastar.
También es evidente que los problemas que ha habido durante el rodaje de la película han acabado por socavar algunos de los cimientos sobre los que se asentaba (un error del laboratorio fotográfico echó a perder una buena cantidad de negativo, obligando a rodar toda esa parte de nuevo y reuniendo al equipo una vez que éste estaba dispersado) y, probablemente, debido a razones puramente económicas (el agujero de dinero debió de ser más grande que la explosión que apenas dañó una mano de Hitler) se recortó allí y allá y ha habido algunos agujeros involuntarios que saltan a la vista en todo el desarrollo de la trama. Véase, sin ir más lejos, el diminuto papel que desempeña el personaje de Kenneth Branagh, vital en los primeros compases, pero que luego se diluye con apenas una escena trágica de epílogo.
Aún y todo así, el oficio de Bryan Singer en la dirección es más que notable , acudiendo a edificios oficiales de la época y desarrollando una dirección artística estupenda (en manos de la decoradora Lilly Kilvert), con decorados que en ningún momento desentonan y describiendo la fascinante estética del reino del terror con verdadero mimo, planificando con sencillez y con considerable facilidad todas las escenas que, en manos de cualquier otro, hubieran sido tomas de cámara al hombro, vamos y dale que dale que ya se entenderá el espectador.
Donde reside el atractivo más fundamental de la película (no olvidemos, un argumento del que conocemos su planteamiento, desarrollo y desenlace) es en la excepcional interpretación de algunos de sus efectivos. Tom Cruise, además de tener un parecido casi sobrenatural con el verdadero Claus Von Stauffenberg (salvo en lo que respecta a la estatura), realiza una interpretación de destacable dramatismo, interiorizando fortalezas antes que dudas, llevando adelante la construcción de un nuevo orgullo que se halla en auténticas ruinas por lo que es una derrota anunciada. Tom Wilkinson resulta enorme en el papel del Mariscal Erich Fromm, el típico oportunista que no enseña sus cartas hasta que sepa cuáles son las del vencedor aunque deja entrever con particular sabiduría cuál es su sentir acerca de una guerra que ya se bate en retirada. A Kenneth Branagh no se le da ninguna oportunidad salvo en los primeros minutos por las razones ya expuestas. Terence Stamp camina adecuadamente por los pasillos de la aristocracia militar y es estupendo el trabajo de Christian Berkel, atrapado por decisiones que no le corresponden y que, no obstante, lleva adelante por ese deseo incontrolable de instalar algo de cordura en una nación que navega inundada por la insania.
En ocasiones, los hombres deben de dar un paso adelante para demostrar que aún hay algo de corazón en un país que abandonó el suyo en manos de un demente. El guión de Christopher McQuarrie (autor del guión de Sospechosos habituales) camina en esa dirección. No todos los alemanes fueron culpables y esa losa que habita sobre las cabezas de las nuevas generaciones que no quieren oír hablar sobre lo que hicieron sus padres y abuelos puede que, con esta película apreciable pero no sobresaliente, pese algo menos. La historia pudo ser cambiada. La historia puede aplastar.
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