
"Nací cuando me besó, morí cuando me abandonó...viví unas semanas mientras me quiso". Esta frase, perteneciente a la que, sin lugar a dudas, es la mejor película de Nicholas Ray En un lugar solitario, puede resumir la relación con el cine de este cineasta "maldito", al igual que Welles, marcado por la mala suerte. Algunos han dicho que fue debido a su salud enfermiza y, sobre todo, a su débil carácter aunque sobre esto hay voces contradictorias que resaltan que, fuera del plató, en privado, destacaba por su gran personalidad. Cineasta independiente por naturaleza, su obra está marcada por una serie de grandes amores improbables que, con frecuencia, también eran imposibles, por una profunda preocupación por la juventud de su tiempo y, en el plano personal, por sus continuas recaídas en el alcoholismo acompañadas de todo un rosario de enfermedades y por una asumida y forzada pose de intelectual (lo era, y no necesitaba de excentricidades para demostrarlo) que le llevaba a intentar llamar la atención hasta tal punto que decía que era tuerto y cada día llegaba al plató con el parche en un ojo diferente.
En un lugar solitario es su obra maestra absoluta que, en un marcado tono autobiográfico, cuenta la desintegración de una pareja (trasunto de su propia relación con Gloria Grahame -afortunado él- también protagonista de la pelicula) a través de la violenta y áspera figura de un guionista llamado Dixon Steele (magnífico Humphrey Bogart) que no puede controlar su propio carácter propoenso a arranques desproporcionadamente violentos, incapaz de cuidar aquello que más ama a pesar de que tiene todos los ingredientes necesarios para conseguir la estabilidad emocional y alcanzar la felicidad. Mezclada con una muy bien llevada trama negra de asesinatos, la cinta es de una brillantez insuperable, amarga y sencilla, profunda e increíblemente moderna sobre los oscuros recovecos de un alma torturada por la crueldad del ambiente en que vive (no en vano es guionista de cine) y por el miedo cerval al fracaso y a la manipulación de la propia creación personal. Es, en definitiva, el camino que recorre un hombre hasta llegar a un lugar solitario, apartado de todo contacto humano, desterrado del amor en un mundo en el que siempre será sospechoso.
"Miénteme, dime que me quieres", le dice Joan Crawford a Sterling Hayden en Johnny Guitar. Y parece que es el propio Nick Ray quien lo dice. Y nosotros lo decimos una y otra vez porque avistamos el inevitable final en una película que ataca directamente al corazón y nos conmueve porque tiene uno de esos prodigios mágicos que nos coloca allí mismo, en la habitación donde ellos se dan uno de esos besos que hacen que pensemos que a nosotros nunca nos han besado así porque somos simples mortales y ellos seguirán besándose por toda la eternidad.
La casa en sombras es otra de sus magníficas películas. Tal vez por ese retrato del policía (Robert Ryan) entregado en cuerpo y alma a su trabajo y que olvida cuál es el lado correcto de la ley hasta que una ciega (espléndida Ida Lupino) le abre los ojos y le hace ver su lado humano en un lugar solitario muy cerca del cielo. O, a lo mejor, lo destacable es el retrato de la chica ciega, de una impresionante coherencia y verosimilitud que sorprende en el mimo con el que está tratado el personaje teniendo en cuenta que el fim es de flagrante (y sangrante) serie B. Durante el rodaje, parece ser que Ray cayó enfermo siendo sustituido por la propia Ida Lupino que ya tenía experiencia tras las cámaras.
Rebelde sin causa, sin duda, el mayor éxito de su carrera, es otra de esas películas vestidas de mito sobre la juventud aunque, dentro del mismo tema pero con una variante distinta, me parece netamente inferior a Llamar a cualquier puerta, otra vez con Bogart. El caso es que uno de los mayores aciertos de la primera fue su espléndido y joven reparto con James Dean (que me gusta muchísimo más en Al Este del Edén, de Elia Kazan), Natalie Wood y Sal Mineo (curiosamente los tres fallecidos en trágicas circunstancias) mientras que en la otra sólo hay un mediocre y falto de carisma John Derek. En estas dos películas, Ray demuestra su intensa preocupación por la juventud arrastrada hasta el borde mismo de una delincuencia atroz, cuyo origen siempre es la incomprensión de una sociedad (padres incluidos) que prefiere cerrar los ojos y mirar hacia otra parte, algo que también toca en su primera, excelente y muy vigorosa película Los amantes de la noche.
Otra notabilísima película suya, prácticamente desconocida, de un gran calado ecológico es Muerte en los pantanos con Christopher Plummer estudiando las aves y tratando de salir del cieno en el que le va hundiendo un temible Burl Ives, cacique de aguas y espantador profesional de intrusos de cualquier especie.
En Chicago, año 30, Ray hizo todo un ejercicio de estilo con el color (incluso hay escenas en las que Cyd Charisse lleva un vestido rojo sobre un fondo rojo, la pesadilla aberrante de cualquier director de fotografía) con resultados fascinantes. Así mismo, elevó la mediocridad de un actor como Robert Taylor hasta alturas nunca soñadas en una turbulenta historia de amor entre dos perdedores en un entorno lleno de violencia y venganza. Un cojo y una bailarina, extraña contradicción para derribar los muros de la iniquidad y dar paso a la sincera vida que, hasta ahora, se les había negado a ambos. La película es magistral, a pesar de la mutilación que sufrió en la sala de montaje, pero fracasó con estrépito y fuerza a Ray a la búsqueda de nuevos aires en Europa.
Su última etapa profesional la realiza al lado de Samuel Bronston en España con la versión muy personal de la vida de Jesucristo Rey de reyes, que alterna grandes momentos con otros realmente aburridos (lástima que Bronston no aceptara la idea de Carlos Blanco de narrar la vida de Jesús a través de la investigación realizada por un enviado de Roma para esclarecer los hechos milagrosos y su posterior detención mediante el interrogatorio de distintas personas que han tenido contacto con él). Aún así, cabe mencionar el ajustado trabajo de Jeffrey Hunter y la magnífica banda sonora del gran Miklos Rozsa.
El otro proyecto para Bronston fue 55 días en Pekín, una película nacida para ser el gran éxito arrollador que necesitaba el productor para asentar definitivamente su posición al margen de la poderosa maquinaria de Hollywood que, a la postre, buscó y encontró los medios necesarios para hundirle. Pero la película estuvo maldita desde el principio: Charlton Heston no quería interpretarla y el guionista Philip Yordan le tuvo que convencer porque el actor, escamado de su experiencia en El Cid, de Anthony Mann, estaba convencido de que Bronston se iba a pique y la película sería un fracaso. Ray quería a Greta Garbo para el papel de la Emperatriz pero, cuando ya estaba todo atado, la diva se echó atrás. El director tampoco estaba de acuerdo con presentar a los Estados Unidos como hombres orgullosos dispuestos a avasallar ante las provocaciones chinas (parece ser que la escena del baile de gala en la Embajada británica fue una imposición directa de Bronston). No le gustaban los decorados y tuvo que rodar más escenas de las que tenía pensadas en la muralla porque había que amortizarla de alguna manera. Heston no podía ni ver a Ava Gardner que se pasaba borracha la mayor parte del tiempo. El resultado es que Nicholas Ray, pasados los tres cuartos de rodaje, abandonó su trabajo con la explicación oficial de que estaba enfermo. Sin embargo, Charlton Heston en sus memorias dice que "se le veía sin ninguna ilusión por el trabajo. Un buen día no apareció y nos dijeron que no iba a venir más porque se había puesto enfermo". Si bien es cierto que el día anterior sufrió una lipotimia, parece que hubo otras razones llegando los rumores a apuntar hacia el despido fulminante por parte de Bronston. En cualquier caso, el film fue terminado por los directores de segunda unidad Guy Green y Andrew Marton.
Aún así, la película tiene momentos que parecen extraídos de la privilegiada mente de un director prodigioso. La secuencia de apertura, las escenas intimistas entre Gardner y Heston, la escena en que ella muere (en la que Gardner no estuvo presente porque estaba totalmente ebria), la maravillosa interpretación de Flora Robson en el papel de la Emperatriz, la realización de la misión nocturna con Heston y Niven encabezando la incursión...Sólo cabe imaginar lo que hubiera sido de una película como ésta si Nicholas Ray hubiese realizado la obra que estaba dentro de él.
Con su vida sentimental rota, sin trabajo y hasto de lo que más le gustaba hacer, Nick Ray sólo dirigió una película más casi veinte años después en compañía del director alemán Wim Wenders (que le había dado trabajo como actor en El amigo americano). Este testamento cinematográfico resultó ser la descripción de su propia agonía ante la muerte: Relámpago sobre el agua. Enfermo de un cáncer que le devora cruelmente, la película es terrible y sórdida porque se siente cómo la vida del director se va escapando a cada fotograma. Aunque también es única por retransmitir, prácticamente, una muerte en director (en las últimas secuencias, Ray es un auténtico cadáver viviente), dejando a cualquier reality a la altura de un cuento infantil. Muchos han considerado ésta película, además de innecesariamente brutal, un ejercicio de narcisismo lindante con la basura. Desde luego, no se le puede negar su valor de experimento cinematográfico en clave documental que se anticipa en muchos años a lo que hoy hemos dejado entrar hasta el salón de nuestras casas. Terrible. Terrible y conmovedora despedida del cine y de la vida.
El destino se cebó con Nicholas Ray. Hay otras películas suyas, como Más poderoso que la vida, con James Mason; o también Infierno en las nubes, con John Wayne y Robert Ryan que reflejan lo gran director que podía llegar a ser con unos medios menos que discretos pero compensados con la inspiración y el talento. Sus películas fueron, en su mayoría, rotundos fracasos, su vida sentimental, una derrota continua y nunca ha sido considerado como un director de gran carácter aunque sí de un cierto estilo que le hacía algo más que notable. Aún así, la obra de Nicholas Ray fue un relámpago de luz sobre un destino que nunca dejó ver la verdadera esencia de su genio.