Renny Harlin ha sido siempre un realizador considerado tendente al exceso y con una cierta propensión hacia la truculencia más gratuita. Lo tuvo todo para triunfar: repartos más que aceptables, argumentos con garantías y comercialidad sobrada y ha sido el responsable de algunos de los fracasos más sonados como aquel intento de resurrección del cine de piratas que llevó por título La isla de las cabezas cortadas junto a la, su por entonces esposa, actriz Geena Davis.
Hoy, con la lección demasiado bien aprendida, Harlin nos coloca en la historia de un limpiador que limpia con algo más que amor los escenarios donde se cometen los crímenes, trabajos de sangre perdidos que quedan desinfectados al igual que el pasado más que oscuro y visceral del personaje protagonista. Dentro de un punto de partida más que atractivo, Harlin parece que se arredra ante el desafío de proponer un entretenimiento de acción que hubiese parecido muy interesante al contraponer el oficio de un esterilizador con ese pretérito que parece perseguirle sin descanso. El resultado es peor que rutinario, es previsible y lo que parecía un intento valiente y original se queda en una de tantas producciones que se desinflan, que pierden pegada y al final lo único que te queda es un leve pellizco que apenas llega a rozar la piel.
Bien es verdad que el trabajo insufrible de Eva Mendes, tan bella como descolocada, ayuda mucho a esa sensación de vacío y que Ed Harris no consigue dar con el tono adecuado a su personaje como intentando construir su backstory a base de pasarse de rosca para dar a entender que está más harto que loco y que es un tipo con el que no nos atreveríamos ni a cruzar la calle. Lo más apasionante de esta película está en el personaje de Jackson que se empeña en mostrarnos una pulcritud escrupulosamente ordenada, como intentando borrar el desorden de su antiguo trabajo de policía y Harlin comete el imperdonable pecado de dejar pasar de largo el episódico personaje de un Robert Forster cuyo rostro ya aporta un notable interés al desagradable oficio de forense.
Detrás de los ojos de una niña hay un hecho que no se puede limpiar, que no se puede hacer desaparecer. La sombra de una venganza consumada. La aceptación de la corrupción para llevar a cabo esa venganza. La muerte de quien más se ama a manos de quien será objeto de la ira. La ayuda inoportuna y vergonzosa. El pago de la deuda de honor tan manoseada por los policías americanos. Harlin tiene unos primeros minutos de película apasionantes, donde se describe con pelos y señales los pormenores de un limpiador de sangre, de un evaporador de rastros, de un exterminador de pruebas y de deducciones. Luego, parece que no quiere saber nada de una historia que, de haber estado más trabajada, hubiera sido de una apreciable originalidad y desemboca en un final que es más propio de torpes petardos que de experimentados directores.
Así que yo no me fijaría mucho en el crimen, ni en el camino para hallar al culpable, ni siquiera en la tontería de resolución. Lo más apasionante es ver a ese personaje, antiguo policía, que realiza trabajos de sangre, que acepta el castigo vital por haber hecho lo que su carne de hombre ansiaba, que intenta acercarse a su hija mientras ella lucha por no olvidar. La amistad ya no entra en su vocabulario. Los valores han quedado difuminados tiempo atrás, en un disparo que se llevó toda su felicidad. Él sigue adelante intentando borrar la sangre para dejar algún resquicio de esperanza para quien sufre y eso le conduce hacia el consabido sendero de la falsa culpabilidad. Cifras y disparos. Memoria y pérdida. Limpieza y verdad. Despedida y cierre.
Quisiera dedicar estas líneas y el esfuerzo de escribirlas a Fernando Delgado a quien tuve el placer de ver desde el patio de butacas del Teatro Maravillas en "Diálogo de fugitivos", de Bertolt Brecht; y del Teatro Fígaro en "Doce hombres sin piedad", de Reginald Rose (en el papel que, en televisión, desempeñó José Bódalo y que me deleitó en un excepcional duelo interpretativo con José Pedro Carrión). Nos ha dejado un gran actor de teatro y a él le debo unas cuantas horas inolvidables y la eterna compañía de su voz tan modulada. Gracias, Fernando, y hasta siempre.
6 comentarios:
Gracias por esas palabras de recuerdo hacia Fernando Delgado. Me enteré el otro día de su muerte de casualidad. Creo que se le valoró poco en vida y la noticia de
su muerte tampoco ha tenido la repercsuión que merecía este gran actor. De jovencita me vi casi todos los Estudio 1 que se ponían en TV. Muchas de aquellas grandes obras de teatro estaban protagonizadas por él. Yo he de confesar que me enamoré un poco de este actor que no era guapo, pero tenía un gran carisma, mucha presencia escénica. Llenaba la pantalla. Le vi alguna vez en el teatro en mi ciudad. Recuerdo una obra de teatro que protagonizaba con Charo López, con la que si no recuerdo mal compartió algunos años de su vida. Después de la función coincidimos en una cafetería. No dejé de mirarlo embobada. Era muy grandote. Imagino que le hizo gracia mi descaro y me sonrió. Una sonrisa muy tierna, dulce.
Bueno, que me estoy alargando demasiado.
Gracias, César.
Gema
Nunca fue un hombre bien tratado por el cine pero en teatro, de esa cantera de actores que siempre hemos tenido y que eran capaces de poner los pelos de punta, era un gigante. José María Rodero, antes de morir, aún decía que, después de él, el teatro estaba a salvo con Fernando Delgado. No se prodigaba mucho y creo que se descuidó físicamente engordando hasta el límite. Aún así, se nos ha ido un príncipe de actores. De aquellos hombres sin piedad de televisión ya sólo nos quedan Pedro Osinaga, Manuel Aleixandre y Sancho Gracia aunque yo creo que todos los demás, todos los que ya no están entre nosotros, estaban un peldaño por encima de ellos. En España nunca hemos sabido apreciar qué grandes actores de teatro hemos llegado a tener. Por ellos. Ya sólo quedan unos pocos.
Cuesta mucho hablar de una película que probablemente hayais visto tu y cuatro más desde que se estrenó aquí el viernes. Cuesta hablar de actores como Samuel L Jacson o Ed Harris - el otro día vi Pollock y está impresionante el tío. Cuesta incluso hacer un transversal dedicado a rastreadores criminales profesionales o a la obra de Reny Harlin. Cuesta sobre todo cuando el post tiene un epílogo tan sentido y emotivo cómo este dedicado a uno de estos actores cuya importancia sólo se nos revela cuando desaparecen. Como anécdota te contaré que en casa siempre hemos tenido muy presente a Fernando Delgado porque de joven decían que guardaba un gran parecido físico con mi padre. Recuerdo haber visto hace unos años una reposición de Doce hombres sin piedad que me dejó boquiabierto- creo que servía para la inaguración de un espacio de teatro en la dos que no llegó ni a los seis meses de vida. Y en cine le recuerdo en alguna de las últimas películas de Garci, sobre todo en Ninette donde componía un personaje divertido y amargo al mismo tiempo, cascarrabias pero a la vez lleno de una ternura que traspasaba la pantalla. Descanse en paz.
Pues sí, me hubiera gustado un escrito algo más digno de un actor como él. Aún así, gracias por una aportación tan importante, Dexter. En cine habría que destacarle en "Cuerda de presos", de Pedro Lazaga (mucho antes de ser Pedro Lazaga), en el "thriller" español (qué bien los hacemos cuando nos da la gana) "091 Policía al habla", de José María Forqué, o en su aparición charlatana, como todos, en la inolvidable "Plácido", de Luis García Berlanga. Es mucho más destacable Fernando Delgado que la película de hoy pero la vida suele ser una elección bien ingrata.
Fernando Delgado para mi era ese gran actor invisible de teatro. Y digo invisible porque no era ese protagonista arrollador que acaparaba focos, luces, y miradas en detrimento del resto del elenco. Su labor era más, no se si lo expresare bien, cimentada...o cimentadora, quiero decir que era una base sólida sobre la que los demás componían los personajes y se daban incluso a los excesos.
Paseaba yo un día cerca del Retiro, en Madrid y vi a un chaval de mi edad, más o menos (yo en aquella época no llegaba a los 30), paseando un perro por la calle, de pronto adelanto su mano y se la ofreció como saludo a un hombre que paseaba en sentido contrario: "Don Fernando Delgado, que gran actor es usted, todos en nuestra familia lo comentamos, perdone que me dirija a usted así, pero le admiro mucho".
La naturalidad, el respeto, lo casual del encuentro y la sinceridad que se desprendía de aquel saludo hizo que quisiera unirme a aquel chico y añadir también mi admiración por aquel hombre. No lo hice por pudor y por que el merito de aquella muestra de cordial respeto era patrimonio de aquel joven. Fernando Delgado, agradeció el saludo con su voz grave y una gran sonrisa, detuvo su caminar y comenzó una amigable charla con aquel chico, sobre teatro, sobre el Estudio 1, sobre...
No sé más, mi discreción me llevó a continuar camino y envidiar aquel momento, aquella conversación.
Estoy convencido de que en la vida actualidad, agobiados por fenómenos fans y con tanto famosillo, los verdaderos actores, actrices, artistas se reconfortan de verdad con un espontáneo y sentido saludo como el de aquel día. Actores como Fernando Delgado no son estrellas que miden su éxito en los decibelios que alcanzan los gritos de sus desequilibrados admiradores. Su labor y su mérito es quedarse en nuestra memoria y aparecer cuando nuestra mente solicita momentos de verdadero disfrute, cuando rebusca para localizar aquellos instantes en que nos conmovieron desde una pantalla o desde un escenario. Ese es el gran aplauso que consiguen, el de perdurar en nuestros recuerdos, en nuestros buenos recuerdos.
Su muerte es el telón que le oculta de los espectadores, pero sigue en escena en nuestro subconsciente.
Abrazos. Carpet.
Bonita anécdota la que cuentas, Carpet, además de un merecido homenaje a, como lo ha definido su hijo Alberto, "el último de una generación de actores irrepetible que incluía a José María Rodero, José Bódalo o Irene Gutiérrez Caba" (hecha la salvedad de que siempre me ha parecido mucha mejor actriz su hermana Julia, sin desmerecer a la propia Irene). En cualquier caso, todos habéis puesto, desde vuestras ópticas particulares, unas preciosas palabras para ese último de los grandes.
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