martes, 21 de septiembre de 2010

LONE STAR (1996), de John Sayles


Tu padre era un gran hombre y tu madre, una santa. El hallazgo de una estrella solitaria de latón, enferma de tiempo y olvido y sobre la que se dibujan las verrugas del desierto, hace que, dentro de ti, comiences a pensar que tu padre no fuera tan gran hombre, ni tu madre tan santa. Algo que realmente deseabas porque todos te comparan y no encuentran en ti ningún rastro de ellos. Tú no eres valiente, no eres tan justo, no eres tan paciente, ni mucho menos tan arriesgado. Tú no eres capaz de pactar con las tinieblas para que haya algo más de luz e intentas demostrar que ese pacto era importante, un acuerdo consciente, una debilidad tapada por una fama contra la que no puedes luchar. En realidad, la estrella solitaria también eres tú, muchacho.
Nunca entendiste por qué la madre de la chica a la que querías se opuso tan frontalmente a que os vierais, e intuías que tu padre también tenía algo de malvada culpa en ello. Quizá nunca sentiste que eras tan grande como esa sombra que te envuelve y te castiga pero jamás has llegado a pensar que eres un hombre malo. Tan sólo piensas que eres mediocre.
Guárdate de la cólera de tus padres, pero guárdate aún más de la cólera de tus hijos. En un club de negros, un padre perdió el cariño de su hijo. Tal vez porque prefirió asumir toda su vida que era un negro mientras el hijo se quedaba atónito por su falta de rebeldía. La única salida que le quedó al chico fue demostrarse a sí mismo que un negro podría llegar a cualquier parte. Quizá en la disciplina militar, con unas buenas insignias sobre la hombrera y un puñado de condecoraciones en el pecho. Soy un negro respetado, piensa. No como mi padre. Yo doy órdenes y los demás obedecen. Yo tengo el mando. Yo juzgo y me temen. No como mi padre, escondido detrás de una barra, con los vasos transparentes como condecoraciones y sin más insignias que las luces de neón de la fachada de su establecimiento.
Sin embargo, esa estrella de latón arrugada y borrosa, sometida a la corrosión de la arena, será la encargada de descubrir la verdad a unos hijos que no quisieron creer en sus padres. Por un lado, tu padre era un gran hombre y tu madre, una santa. Y esa estrella sin brillo, oscurecida y mellada, te dirá que eso, amigo, es verdad, Que tú no eres tan mediocre como piensas pero que tu padre era un gran hombre porque tomó los mandos en el momento adecuado, escondió lo injusto en el desierto y tuvo algo que ver con que no pudieras estar junto a la chica de la que aún estás enamorado y, su madre, muchacho, tenía mucha razón. Y también por eso, la tuya era una santa.
Por otro lado, tu padre no era un manso. Deja ese aire de marcialidad que no dejas en ningún rincón y entérate. Se rebeló y estuvo a punto de perder la vida y tan sólo algunos hombres buenos impidieron su muerte. No fuiste el único en demostrar algo. Tu padre también lo hizo y no se enteró nadie, maldito negro orgulloso.
El pasado es un bosque en el que debemos adentrarnos mientras nos disponemos a encontrar claros que nos conducen al entendimiento. Y eso es algo que todos deberíamos hacer empezando por quienes nos han querido y han creído que, en cada momento, estaban haciendo lo mejor para nosotros.

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