viernes, 17 de septiembre de 2010

MURMULLOS EN LA CIUDAD (1951), de Joseph L. Mankiewicz


La gente hablará porque una chica cayó en las sinuosas redes del pecado. Habrá maledicencias para poner en entredicho su virtud, su condición de mujer, su error imperdonable, su carencia de escrúpulos, su falta de cuidado. Parecerá que se ha vedado la felicidad para ella. Eso sería la recompensa inmerecida para quien se arroja con entusiasmo a la lujuria y al desenfreno. La gente hablará, sí. Hablará demasiado.
Y hablará porque en algún lugar cercano, habrá un médico que mirará con comprensión ciertos errores y sólo se preocupará de un bienestar que parece un sueño inalcanzable. No cuesta nada proporcionar un poco de consuelo a quien tiene razones para extirparse el equilibrio. En su mirada de serena calma, existirá siempre la sombra de un pasado que se quedó suspendido en medio de la memoria por culpa de que la gente habló demasiado. Y es que la gente no se cansa de hablar. Aunque una lengua corte más que el filo de un cuchillo o de un bisturí.
La gente hablará porque la comprensión, a su vez, puede ser un arma muy poco comprensible. No es normal que un hombre utilice la comprensión para curar a sus pacientes, para sanar su enfermiza soledad consecuencia de una condenación anunciada. La envidia parece que se yergue para hacer frente a la comprensión y entonces la gente hablará aún más. Hablará porque no hay música que apague sus murmullos. Hablará porque sólo saben hacer eso. Siempre es más fácil acabar con la moral y el ánimo que con la integridad y la búsqueda. La ciudad no es más que un montón de lenguas escupiendo humedades de maldad, de insidia, de acritud.
Pero la gente también hablará porque hay amistades que van más allá de la compañía. Miradas que son bromas que unen. Y entre medias de tantas decepciones y cotilleos, hay un singular afecto por el humor, por jugar a ser niños una vez más, por una discusión por líneas férreas que se cruzan desordenadamente. Es lo que tienen los susurros ladinos. Basta con no hacerles caso para tener asegurada la victoria.
Cary Grant presta sus rasgos de elegancia y de afabilidad al Doctor Noah Praetorius, un hombre que vino de ninguna parte para hacer que los demás llegaran a alguna. Jeanne Crain pone encanto y escala peldaños de ansiedad para encarnar a la típica chica de un pueblo cualquiera que inicia una cuesta abajo sin llegar al final. Hume Cronyn presta rostro a la soberbia del que se sabe inferior y, con mentiras y presuposiciones, quiere destruir la popularidad del que no tiene nada que esconder. Walter Slezak le pone gracia al conjunto, con diálogos divertidísimos y reacciones de genio recubiertas de gestos infantiles y cercanos. Lo que es aún mejor es que detrás de las cámaras hay un hombre de cine que supo hacer mucho desde su silla de director como Joseph L. Mankiewicz y consigue una rara obra maestra que, debido a lo espinoso del tema, fue prohibida en España y que, pasado el tiempo, es todo un descubrimiento de humanidades y de mensajes en positivo. Dejen de murmurar y sean comodidad para quien necesita ayuda. De nada sirve parecerse a un loro y de mucho ver esta película.

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