No hace mucho tiempo un niño partió de su casa en busca de su padre. Dividió toda la ciudad en cuadrículas, organizó sus trayectos, dotó de sentido a cada uno de sus actos, intentó hallar un sistema para que todo tuviera una exactitud matemática y se hizo la promesa de que nada lo pararía, de que su padre le aguardaba con su sonrisa y su oxímoron en alguna parte de su corazón. Tan solo se olvidó de darse cuenta de que su padre se perdió en algún lugar del asfalto por algo que no tuvo ningún sentido. Y Ulises afrontó la tempestad de la tristeza.
Por el camino encontró el cariño, halló la compasión, conoció la dureza, probó la ternura, comprobó coincidencias y llegó a la conclusión de que su búsqueda era inútil. No había nada al otro lado de la ciudad. ¿O sí? Tal vez supo llegar a la razón del amor, al auténtico sentido de todas las cosas, al disfrute de la libertad, al aplauso silencioso, al día sin ayer, a encontrar un significado en todas las cosas, a descubrir que su padre dejó las suficientes pistas como para que volviera al regazo de la única persona que podría darle todo, como él lo dio. Incluso la más hermosa de las contradicciones.
El peor de los días fue aquel en que todos nos quedamos atónitos viendo cómo unas gigantescas torres se desplomaban por culpa del odio, de la venganza más cruel. Allí murieron miles de personas y otras muchas quedaron afectadas por la peor de las pérdidas. Y nosotros quedamos paralizados. Incluso hubo algunos que sonrieron porque eso pasaba allí, en el país intocable, en la capital financiera del imperio, en el corazón del opresor. Pocos se atrevieron a llamar las cosas por su nombre. Y Stephen Daldry ha hecho una película que ataca directamente a la emoción, que busca la lágrima reprimida que debimos derramar, que bucea sin piedad en nuestras entrañas para decirnos que lo mejor del ser humano es nuestra solidaridad, nuestra comprensión y el cariño que somos capaces de dar porque eso es lo que realmente nos hace inmortales.
En los ojos de un niño se transparentan todas las preguntas que los adultos somos incapaces de contestar. Solo podrá haber sentimientos en común con alguien que ya dejó de hablar pero que mira con sabiduría. Quizá otros lleguen al entendimiento porque la tragedia de la soledad que se expone ante ellos es tan abrumadora que hace que cualquier problema sea superable. Algunos creerán que el abrazo es lo único que pueden regalar. No importa. Somos personas y como tales deberíamos contestar a la barbarie, a toda clase de barbarie, cualquiera que sea su procedencia. Lo que hay de humano en nosotros es la mejor arma para decir a los fanáticos, a los intolerantes, a los asesinos y a los monstruos que nunca nos podrán arrebatar la estela de cariño que han dejado tras de sí todas aquellas personas que sucumbieron a sus desmanes. El heroísmo es esperar el mañana porque, con toda seguridad, estará compuesto de unos pocos gloriosos instantes que no podremos apreciar. El auténtico enemigo es la indiferencia.
Conocer el pavimento del corazón de un padre entregado es sinónimo de serenidad, de recoger sus experiencias contadas y utilizarlas para pasar de niño a hombre. Ellos, los padres, nos hacen, nos dirigen con las pistas a los misterios más fascinantes, nos preparan para el suave aprendizaje del duro vivir. Sus voces se cuelan por los huesos en las largas noches de espera, cuando, absortos, intentamos captar alguna señal que delate que no se han ido del todo sin darnos cuenta de que esas voces son ellos diciendo que nunca podrán irse. La ciudad será un día mejor. La gente puede hacer que lo sea. Solo hace falta espolear un poco el verdadero sentido de la vida. Dar cariño. Tratarnos como personas. Escuchar y decir. Sin el tiempo acosando. Sin la muerte merodeando. Solo siendo niños que intentan encontrar el sentido de una vida que se acaba porque un desconocido, un mal día, decidió matar a todos los que pudo.
2 comentarios:
Me ha gustado bastante esta nueva película. Y me han sorprendido bastante también las malas críticas que está coscehando. Hablan de película sentimentaloide, blanda cuando no de pastel, pero yo no veo nada de eso en esta nueva propuesta del siempre interesante Daldry. Creo que es una película con una gramática propia, por momentos incluso rara, en el que incluso hay cierto sello autoral por parte del director. Tal vez el trauma del 11 S es demasiado profundo para que los americanos asimilen una fábula como ésta. Tiene un tono seco y triste muy alejado de la apelación al sentimentalismo que muchos le atribuyen. Me gusta mucho la interpretación del crío - aunque el doblaje es criminal-, incluso me gusta la Bullock y Hanks, menos mal que sale poquito. Y por supuesto, Von Sydow - yo creo que era merecedor del Oscar por encima de Plummer- Y Viola Davis que a este paso se va a convertir en la nueva Judi Dench, solo le bastan cinco minutos de aparición en una peli para dejarnos boquiabiertos.
En cuanto al mensaje de la peli, me quedo con dos ideas que apuntas muy bien en el artículo. Una, no importa que reduzcamos todo a las cuadrículas, a las matemáticas y a la razón, hay cosas que no tienen sentido y no hay que darle más vueltas (la vida, sin ir más lejos). Dos, no importa la meta, lo verdaderamente importante es el viaje.
Abrazos de camino al distrito seis.
Cuánta razón tienes en todo lo que dices. A mí también me ha gustado lo que pasa es que la gente sale muy acongojada del cine a pesar del tímido mensaje optimista que lleva la película. Es verdad que hay cosas raras, que hay un cierto sello autoral de un director que parece preocuparse mucho por las miradas juveniles hacia un mundo que se antoja difícil, complicado, injusto y sin razón. Creo, sencillamente, que los americanos aún no están preparados para ver una película como ésta después de su trauma onceseptembrino. El hecho les horroriza, pero estoy seguro de que no han pensado mucho en todos aquellos que se quedaron esperando la vuelta de los que estaban en las torres aquel día. Cierto también lo del doblaje. Cierto que Bullock y Hanks están correctos. Cierto que Von Sydow está eminente (¡qué dominio de miradas!) sin decir ni una palabra. Cierto es que Viola Davis está siendo una actriz como la copa de un pino por poquito que salga y que aún tiene que venir ese papel que arrebate y nos arrebate. Y cierto es lo del mensaje.
Ah, ya caigo, me temo que te he copiado el artículo...
Abrazos desde el columpio.
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