No hay que dejarse engañar. Para ver esta película hay que deshacerse en la memoria de aquella aceptable versión que se rodó a finales de los noventa con un reparto de campanillas encabezado por Gabriel Byrne y completado por Leonardo di Caprio, Gerard Depardieu, John Malkovich y Jeremy Irons y que se estrenó con el título de El hombre de la máscara de hierro. Aún partiendo del mismo original literario debido a la pluma de Alejandro Dumas, aquí no tenemos a los cuatro mosqueteros dando una increíble e indescriptible muestra de valor físico y moral. Tenemos que conformarnos con un triste y nostálgico D´Artagnan interpretado por Louis Jourdan y a un Luis XIV que tiene el rostro del televisivo Richard Chamberlain (¿se acuerdan del revuelo que hubo alrededor de El pájaro espino?). Además hay que reconocer que es una película realizada expresamente para la televisión lo cual se deja notar en algunos aspectos de la producción, así que procuren que no les cambien un rey por un impostor.
Lo mejor de la película es la aparición de ilustres actores secundarios que dan algo de categoría a todo el juego de suplantaciones y supercherías. Ahí están Ian Holm y Ralph Richardson para demostrarlo y no hay duda de que la trama es brillante, más que nada porque Alejandro Dumas supo hacerla apasionante desde la primera página. Dentro de la película hay contrastes morales, inteligencias y buenos pasajes aventureros y algo del sabor y el espíritu de la novela sí que consigue atraparlo cual vuelo de palomas dibujado por el cruce de espadas inevitable por la defensa y honor de uno de los símbolos de Francia como fue “El Rey Sol”. El caso es que la película es eficiente, bastante nítida en su narración, entretenida, algo sobrecogedora, romántica y no exenta de una cierta ética de guerrero dispuesto a batirse por las cosas que se creen justas.
Así que, en ocasiones, es preferible el sucedáneo al auténtico, más que nada por algún exceso de crueldad, y no me estoy refiriendo a la película sino a ese rey que se rodeó de hombres de una sola pieza. Por otro lado, la historia contiene su intriga, buenas coreografías a espada, lo cual es de agradecer a un director como Mike Newell que, posteriormente, hizo una aceptable carrera en el cine con títulos como Cuatro bodas y un funeral y a un director de fotografía estupendo como Freddie Young al que se le deben visiones tan espléndidamente panorámicas como las de Lawrence de Arabia. Todo es válido si lo que se quiere infundir es un hálito de esperanza en un pueblo que moría a manos de una aristocracia sin conexión ninguna con la gente, entregada al ocio y al hedonismo más absurdo. Lo cierto es que también se intentaron aprovechar del éxito que había causado un par de años antes las versiones de Richard Lester Los tres mosqueteros y Los cuatro mosqueteros en las que, por casualidades de la vida, el papel de Aramis lo interpretaba el propio Richard Chamberlain. Son cosas del cine. No hagan caso. Lo importante es que no está mal.
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