Es hora de que afilemos un poco los colmillos, seamos presas de la desfiguración aterradora y resuene dentro de esa inmensa caja de resonancia que es el cuerpo humano el horrible chirriar metálico y motorizado de una sierra en busca de una carne que cercenar.
La matanza de Texas título mítico del cine de terror de serie B que ha alcanzado cotas de culto sublime no deja de ser, además de un festival de sangre y casquería, una historia narrada con un tono irónico por Tobe Hooper que, años más tarde, alcanzaría fama y gloria con una película mucho más depurada en su miedo como fue Poltergeist. Hooper quiso narrar la verídica historia de un psicópata que usaba la sierra mecánica como si fuera un vasto desgarro de floretes hiriendo el aire salpicando nuestra paciencia y también nuestra mirada descreída ante tanta bestialidad exagerada, ante tanta brutalidad en busca del alarido que despeje nuestro temor, ante tanta matanza que hundió las raíces de la sangre en la arena del árido Texas.
No cabe duda, la película tuvo y tiene su público. Yo he visto con estos ojitos que me ha dado Dios a gente loca de furor y de entusiasmo ante tal virtuosismo visceral que, más tarde dio lugar a tantas y tantas coincidencias de fechas entre viernes y trece e incluso a una secuela que no fue a ver más que el incondicional de la máscara que oculta la expresión del horror más maligno.
Así pues, relájense. No puede haber nada más seguro que el hecho de que esta película está emparentada con las tragedias griegas al ir en busca de una catarsis a través de los medios que el presupuesto (muy, muy exiguo) puso a su alcance. No busquen interpretaciones brillantes, ni argumentos de agudeza contrastada, ni lógica en el comportamiento de las futuras víctimas (ya saben, en esta clase de películas lo que la víctima nunca debe hacer, siempre lo hace, no falla). Sólo hay que entrar en el juego que nos propone Hooper con una visión teñida de rojo sangre y una mirada de cierto descreimiento, no por no creernos la historia de este psicópata (que parece ser que tuvo algo de real), sino por darle un respiro a nuestros maltrechos corazones que pisan el acelerador cada vez que oímos el amenazador ruido de un motor poniéndose en marcha…como el de una moto de pueblo dispuesta a hacer un caballito molón. Entre tantas y tantas cosas, no sé si me he explicado muy bien pero seguro que si mis dedos fueran cuchillos me hubiera hecho entender mucho mejor. Denle recuerdos al asesino. Ese tipo me lo hizo pasar muy mal en un cine en una aterradora tarde de novillos despiezados…
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