Para los que quieran escuchar en diferido la charla sobre "El ojo privado" que sostuvimos Miguel Rellán, Chus de León y un servidor en el programa Conversacines, Radiópolis Sevilla lo vuelve a emitir esta noche de 11 a 12. Hora de cine, sin duda. El enlace está aquí. Gracias a todos los que ya lo habéis escuchado.
En una Europa en la que el pensamiento ilustrado de Voltaire, de Rousseau y de Montesquieu se abría paso en un pueblo que necesitaba la ilusión del cambio y que estaba abandonando los aburridos minuetos de Händel por el júbilo y la pasión de un joven Wolfgang Amadeus Mozart, los acontecimientos se precipitaban hacia el fin de los privilegios ancestrales de la acomodada aristocracia. El lujo parecía ser una obligación en los palacios y el juego del poder se antojaba un capricho político que bien podría convertirse en una mera elongación de la realeza.
En una Europa en la que el pensamiento ilustrado de Voltaire, de Rousseau y de Montesquieu se abría paso en un pueblo que necesitaba la ilusión del cambio y que estaba abandonando los aburridos minuetos de Händel por el júbilo y la pasión de un joven Wolfgang Amadeus Mozart, los acontecimientos se precipitaban hacia el fin de los privilegios ancestrales de la acomodada aristocracia. El lujo parecía ser una obligación en los palacios y el juego del poder se antojaba un capricho político que bien podría convertirse en una mera elongación de la realeza.
Todo comienza con un matrimonio concertado por poderes. Los novios ni siquiera han llegado a conocerse y la boda se ha celebrado sin la presencia de los interesados. Ella es perfecta para ser reina. Educada, fina, bella, inteligente, artística y paciente. Él es todo lo contrario de lo que debería ser un rey. Maleducado, infame, vergonzoso y vergonzante, inoportuno, tosco, caprichoso, inútil. El amor no aparece. Nunca ha sido llamado. La vida es una continua negativa. Seguir adelante solo consiste en pensar en el próximo placer. Mientras, ahí fuera, el pueblo convive con las ratas, en la suciedad del invierno, en el prostíbulo del calor. No hay nada que pueda servir de revulsivo. No hay un pensamiento nuevo que se abra en medio de los vanos ejercicios del poder que solo buscan mejorar la honorable posición de los que mandan.
De repente, por aquellas casualidades de la vida, por un favor que se pide a cambio de otro, llega un médico alemán a la Corte de Dinamarca. Sabe ganarse la confianza del monarca porque utiliza la razón, la psicología y ofrece algo que el rey desconoce: la amistad. En su biblioteca clandestina figuran los grandes nombres de la Ilustración. Cree que el hombre necesita progresar. Cree que hay que eliminar la esclavitud. Cree que hay que recortar los privilegios de la nobleza. Cree, en fin, que ya basta de que los favorecidos sean siempre los mismos.
Como prolongación de sus pensamientos, que influyen de forma decisiva sobre el vacilante rey, aparece el amor. El amor como motor de la política. El amor como lugar donde hacer que la piel sea ella misma y el calor, un testigo del olor del sexo. Y así la historia se escribirá, como siempre, con el sacrificio de los bienintencionados, con la victoria de los que solo merecen el olvido, con la exposición del justo precio que hay que pagar cuando no se actúa a tiempo ni con la verdad y la justicia como valores máximos de un gobierno que coquetea con la tentación de la dictadura más feudal
Cuidada al máximo en su fotografía, en su dirección y, sobre todo, en la adecuada interpretación de un puñado de actores daneses, el productor Lars Von Trier y el director Nikolaj Arcel nos retratan la futilidad del empeño para cambiar las cosas en una época que, sencillamente, no quería ser ilustrada. El pueblo, siendo ignorante, seguirá siendo pobre y podrá ser tan manipulable como el caprichoso y despreciable titular de la corona que solo posee la pasión de actuar como único recurso para gobernar y salirse del ámbito del mando de unos políticos que jamás han hecho nada para el pueblo. Por momentos conmovedora, de inicio muy hábil, con toques de comedia decadente y avanzando con paso decidido hacia el drama y la tragedia, es una película que no solo se detiene en los defectos de la realeza inocua, sino también en la volubilidad estúpida de un pueblo que oscila peligrosamente entre la mansedumbre y la revolución sin saber que, precisamente, la rebeldía está siempre fomentada por los mismos que quieren quedarse en la cúspide mirando desde muy arriba a la insignificante plebe sin cultura. Todo un aviso del ciclo que supone la historia y que se empeña, una y otra vez, en regresar. Y todo por causa de alguien que, enfermo de soledad, quiso amar a un ciudadano cualquiera.
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