martes, 12 de mayo de 2015

RAGTIME (1981), de Milos Forman

Nueva York y sus gentes. El escultor que se atrevió a erigir en oro a una mujer desnuda. El comisario de policía que quiere resolver los asuntos lo antes posible. El marido loco de celos que llega a la esquizofrenia aunque proclama a los cuatro vientos que está más cuerdo que el alcalde. El joven impulsivo que se asoma tímidamente al mundo para comprobar que la corrupción se come toda intención. El señor que siempre se halla en su sitio, mirando pasar la vida en una atmósfera que trata de controlar. El pianista de jazz que solo saborea la felicidad durante unos instantes porque siempre habrá algún granuja que intente humillar a la gente de color. La chica que desea dinero fácil y, engañada, solo desea dedicarse a ese nuevo invento que se llama cine. El ruso que dibuja con facilidad y descubre que el futuro no está en la pintura estática sino en el movimiento de los sueños. La mujer que está aburrida de mantener siempre una apariencia despreciable cuando quiere emociones, quiere piedad, quiere vida. Y todo ello forma una melodía que parece no encajar demasiado bien en sus graves y sus agudos. Más que nada porque Nueva York es un sumidero que comienza a ahogarse en sus injusticias y un negro perturba su impostada tranquilidad.
No es fácil mantenerse en sus principios cuando toda la sociedad neoyorquina y todo el aparato funcionarial del Estado solo sabe cerrar con la puerta en las narices. Quizá es que la brutalidad solo entiende de brutalidades o, tal vez, haya que hacer algo sonoro para poder ser escuchado. Días de vestidos largos y elegantes levitas que miran hacia otra parte mientras la ropa de los más pobres es lavada en los riachuelos de miseria. Malditos negros. Así no hay forma de componer una melodía.

Milos Forman dirigió con mimo y muchísimo cuidado esta historia de E.L. Doctorow que pone de manifiesto la continua hipocresía de una sociedad que se cree abierta y tan solo es un muro en el que llorar desgracias sin remedio. Para ello, contó con un elenco espectacular que incluía nombres como Elizabeth McGovern, Brad Dourif, Howard Rollins Jr., James Olson, Mary Steenburgen, Debbie Allen. Moses Gunn y con el sonado regreso, después de más de veinte años de retiro voluntario, de James Cagney en el papel del Comisario Jefe de la ciudad de Nueva York. Todos ellos aportan las pinceladas para conformar este gran cuadro impresionante de una ciudad de falsas apariencias y oídos sordos, que crecía tanto que se olvidaba de las personas como elementos necesarios para seguir construyendo. Y más allá de eso, el fuego no cambiará nada. Solo añadirá el olvido a todos aquellos que quieren ser escuchados y así no se construye una nación. Solo se tienen espejismos vestidos de etiqueta que lucen en el escaparate pero con un género tan barato y tan sucio que acabará cerrando por quiebra. La libertad huye y solo permanece si hay alguien que quiere comprarla.

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