miércoles, 28 de junio de 2017

EL ACORAZADO POTEMKIN (1925), de Sergei Mihailovich Eisenstein

Recuerdo que aquel día, bajo un sol abrasador, decidí ir al cine porque me habían hablado de un ciclo dedicado a Sergei Eisenstein en una de esas salas de arte y ensayo fuera de los circuitos comerciales. Fui con las cejas levantadas y las manos vacías y esperé a que se apagaran las luces. Cuando la imagen fue tomando forma en la pantalla comencé a sentir que la emoción se sentaba a mi lado porque ese ruso tan difícil de ver y de sentir, me estaba removiendo las entrañas con la historia de la rebelión de unos soldados que se negaban a comer carne podrida en un barco de guerra. Y Eisenstein prolongaba los sentidos con su montaje exasperado, como queriendo llamar mi atención hacia la injusticia y el dolor. Luego, en un giro que la Historia no concedió, comenzó a introducirme en las protestas del pueblo de Odessa que se solidarizaban con aquellos marineros porque el hambre es el que primero protesta y esa gente estaba pasando hambre. Unas escalinatas que parecían no tener fin, que solo se exhibían en su augusta anchura negándome su altura mientras unos soldados bajaban disparando y la población moría acribillada. Un coche de niño y el primer plano de una madre que moría antes de ser asesinada. Y entonces las cejas se me cayeron porque sabía que estaba viendo lo mejor de un arte joven, la expresión máxima de todo aquello que había buscado durante toda mi vida en una sala de cine. El blanco y negro de los fotogramas me golpeaban como si intentaran dispersarme de una manifestación violenta y no podía gritar porque la oscuridad y la contemplación me lo impedían. El cine encontraba su ritmo y su intención mucho más allá del mero entretenimiento y el mundo se desmoronaba a mi alrededor, en medio de una batalla perdida en la que uno debe ponerse al lado de los más débiles. Eisenstein me había zarandeado y me había vuelto a arrojar con violencia a la butaca y yo seguía allí, impasible, imposible…incapaz de reaccionar aunque los sentimientos se acumulaban a traición. En ese momento, yo también fui un marinero del Potemkin, protestando porque esa no es forma de tratar a los seres humanos. Yo también morí en esas inmensas líneas escalonadas de piedra que los soldados descendían con marcial brutalidad porque parecían no pestañear. Eran como un ente sin alma y corazón que solo atendía a la orden de avanzar. El montaje había nacido como el elemento adictivo de la emoción y yo me había quedado en uno de sus cortes.

Cuando terminó la proyección, salí del cine cabizbajo, con un enorme peso en el pecho, en el silencio que me había envuelto con la película. Salí a la calle y la noche también avanzó sobre mí, implacable e impertérrita. Recuerdo haber mirado las luces de una plaza cercana y haber pensado que tenía suerte de estar allí en aquel momento porque ningún policía obedecería una orden como aquella que se les dio a los soldados de la matanza de Odessa. Me refugié en el Metro y, con mucha discreción, empecé a imaginar las vidas de mis compañeros de vagón y en si merecía estar con ellos, en medio de sus preocupaciones, de sus divagaciones, de sus adormiladas expresiones. Tal vez yo no fuera como el pueblo pero sería el primero que se pondría delante de los fusiles que dispararon sin piedad. Cuando llegué a casa y me fui a dormir supe que esa insensata valentía, se pasaría pero nunca llegaría y se borrarían de mi memoria aquellas imágenes que aún hoy me siguen disparando.

2 comentarios:

dexterzgz dijo...

Yo tengo una historia muy similar a la tuya con respecto a la primera vez que vi "El acorazado Potemkin" allá por mi lejana y cándida adolescencia. Recuerdo que fuimos varios jovenzuelos acompañados de un conocido de uno de nosotros que era algo más mayor. Y al final recuerdo que éste nos digo algo así como "después de esto, ya no tendrían que haber seguido haciendo más películas". Y yo, ingenuo de mí, le respondí que eso vendría a ser como si después del Quijote ya se hubiese determinado no seguir escribiendo ya más novelas. Ahora con el tiempo recuerdo aquella respuesta y vengo a concluir que "El acorazado Potemkin" podría ser algo así como el Quijote del cine.

En la colección de DVDs de Mark Cousins sobre la historia del cine que te he comentado alguna vez, se dice que Eisenstein no inventó técnicamente el montaje pero sí junto a Griffith fue el primero que le da una dimensión narrativa y dramática. No sé si es cierto, pero sí sé que nunca se me borrará de la retina la secuencia de la escalinata de Odessa o el primer plano de las moscas en la carne. Como tampoco podré olvidar la secuencia espectacular del puente levadizo en "Octubre". Son películas en la que la ideología y la propaganda se diluyen y ensombrecen ante la perfección técnica


Abrazos intocables

César Bardés dijo...

Eisenstein, sobre todo, llevó al extremo las teorías del montaje de Lev Kulechov (me está quedando esto pedante, pedante) para aplicarlas a la emoción. Su máximo interés era llevar la emoción hacia cotas que no había visitado el cine antes y que aún hoy se aplican en el cine moderno. La verdad es que este blog tenía una deuda pendiente con Eisenstein porque sí que creo que anda por ahí el artículo sobre "Octubre" pero no haber escrito ni una línea sobre "El acorazado Potemkin" tenía cierto delito. El artículo se publicó en Navidad y, claro, antes esta película estaba en boca de todo el mundo. Ahora, busque usted cinéfilos que la hayan visto...
Abrazos acorazados.