lunes, 25 de septiembre de 2017

DESAFÍO EN LA CIUDAD MUERTA (1958), de John Sturges

Si queréis escuchar lo que hablamos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla a propósito de "Bird", de Clint Eastwood podéis hacerlo aquí.

 La ley y Jake Wade. Dos conceptos que resultan antagonistas con solo pensarlos. Jake lleva una vida honrada, pero tiene que pagar un último favor al hombre que más odia. Un hombre que, un día, se jugó el pellejo por él. Y que, al ver aparecer a Jake, solo tendrá en su cabeza la idea de batirse en un duelo. Porque Jake era su mano derecha en otra época, llena de atracos a bancos, tropelías y asaltos por doquier y cometió la enorme osadía de abandonarle. Para él, Jake era su hermano y además tenían todo lo que cualquier hombre hubiese deseado poseer. No se sujetaban a reglas ni a compromisos, de lo único de lo que tenían que preocuparse era de cabalgar lo suficientemente rápido como para que nadie les diera alcance. Sin embargo, Jake se fue. Quizá no hubiera nada importante para él o, tal vez, fuera todo lo contrario, había cosas mucho más importantes para él. Y esa vida no llevaba a ninguna parte. Por eso Jake no solo decidió llevar una vida honrada, sino que se colgó una estrella de sheriff y la tranquilidad asomó a su ánimo y a su rostro.
El problema es que Clint, el hombre que Jake ha salvado, tiene una deuda pendiente con él. Algunos miles de dólares que Jake escondió en algún lugar, enterrando allí algo más que su pasado. Así que todo tendrá solución en una ciudad fantasma, tan muerta como Jake cuando cabalgaba al lado de Clint. Cuando se miran ambos, parece que Jake ruega que le deje en paz y Clint solo contiene la revancha en sus ojos, el deseo de hacerle daño, la agresividad a flor de metal. En esa ciudad muerta, donde las maderas están a punto de derrumbarse en unas fachadas sin vida, donde el polvo se acumula en la barra de un bar sin clientes, donde la desolación se ha instalado sin más vecinos, es donde Jake y Clint ajustarán sus cuentas. Una última bala y todo habrá acabado. Incluso la desesperación por encontrar una nueva vida o el ansia por continuar con la misma. Los indios también asomarán su cabeza con sus contraseñas de coyote y sus flechas imprevistas. Habrá diálogos que recuerden viejas amistades y antiguas complicidades, esas mismas que siempre surgen después de una guerra perdida. No tiene ninguna importancia. Dos sombras se moverán por la antigua calle principal de un pueblo sin vida y puede que sea el último duelo a la sombra de una lápida.

Robert Taylor y Richard Widmark se enfrentaron en cada escena para hacer de esta película algo más que una simple serie B y el duelo, sin duda, lo gana el segundo con la encarnación de ese malvado Clint, burlón, despreciable e implacable, carne de arena en un desierto de montañas áridas y tan abruptas como los caracteres de los dos protagonistas. John Sturges lo sabía bien y, por eso, se limitó a explorar las posibilidades de dos personajes que nunca debieron de cruzarse, aunque ello hubiera significado dejar demasiadas deudas pendientes.

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