miércoles, 20 de septiembre de 2017

LOS FALSIFICADORES (2007), de Stefan Ruzowitzky

Ser el mejor en el arte de la falsificación en unos tiempos en que la legalidad es tan escurridiza como el concepto de raza, no deja de ser bastante peligroso. Los nazis lo sabían muy bien y ya se sabe. Primero vinieron a por los negros, y como yo no era negro…hasta que llega un momento en que le toca al delincuente más experimentado en materia de falsificaciones porque era judío y, por supuesto, vivía muy bien. Sin embargo, la maquinaria nazi no dejaba nunca de estar en movimiento. Se necesitaban divisas extranjeras y la banca miraba de reojo a esos extremistas que estaban adueñándose de media Europa con un imperio de terror y barbaridad. A alguien se le enciende una luz. Quizá se puede falsificar esa divisa y, así, de paso, se hunde la economía de los países que poseen esas divisas. Así que se coge al judío que, por aquellas casualidades de la vida, era el mejor falsificador del mundo y que se ponga a fabricar libras y dólares. El Tercer Reich será rico y los demás países un poco más pobres. Al fulano y a todo su equipo de colaboradores se les dará una cama limpia y algo de comida extra en el campo de concentración de Sachsenhausen. Pero nada más. La presión sigue. El asesinato indiscriminado continúa. De repente, hacer lo que se ha hecho toda la vida constituye la delgada línea que separa la vida de la muerte.
Hay que pensar en todo. La tinta, el papel, la fotoimpresión, el tacto, la gelatina…y también el sabotaje. Porque, quizá, en todo hombre, aunque acepte su destino rastrero, hay una pequeña llama de libertad luchando por hacerse visible. Y no hay nada mejor que sabotear los planes de los asesinos haciendo que la plancha no salga, que el detalle sea determinante, que la falsificación no sea perfecta. Todo tiene sus riesgos y, en este caso, la vida de los compañeros será aún más delicada, pero hay ocasiones en las que hay que tomar partido, aunque eso ponga en peligro la propia supervivencia.
Lo cierto es que, a pesar del tremendo esfuerzo por hacer un trabajo limpio, pulcro y satisfactorio, todavía habrá quien se empeñe en humillar al ser inferior. Y la rabia también estará presente. La furia tiene que ahogarse. La defensa llama al corazón y ya solo se trata de seguir vivo al día siguiente. Una mesa de ping-pong como premio y parece que es un triunfo. Las justificaciones se multiplican incluso en aquellos que no quieren ver la realidad. En el fondo, hasta se puede llegar a creer que hay un trato humanitario en los campos de concentración. Ciegos, sordos, mudos, inútiles….hasta en la victoria hay que demostrar que el sufrimiento no es solo patrimonio de los que se morían de hambre. Cada uno lucha por sobrevivir como puede. Y si hay que falsificar moneda…es un precio muy pequeño.

Stefan Ruzowitzky dirigió esta película austríaca con pulso y ligereza, para avanzar en una historia apasionante de estafa y esperanza. Creyó que era posible que alguien, dentro de aquellos años para olvidar, quisiera servir al Tercer Reich y, al mismo tiempo, colaborar en su caída. Tarea nada fácil. Quizá solo reservada a los artistas.

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