martes, 12 de septiembre de 2017

CAMPANADAS A MEDIANOCHE (1965), de Orson Welles

Si queréis escuchar el divertido coloquio que sostuvimos en "La gran evasión" de Radiópolis Sevilla alrededor del "Ser o no ser", de Ernst Lubitsch, podéis hacerlo aquí.

Los rayos de luz que hieren las ventanas de palacio parecen buscar al joven príncipe Hal para bañarle con el sol de su grandeza. Es posible que sea ya un joven perdido para regir los destinos de Inglaterra o, tal vez, puede que lleve sobre su cabeza parte de la culpa de su padre que obtuvo el trono con usurpación y alevosía. Para evadirse de su conciencia, comparte su tiempo con un viejo tonel de vino y lujuria llamado Jack Falstaff. Para Hal, Falstaff es su padre, el hombre con el que comparte tontas chanzas, burlas a la sangre real, pequeños atracos cuyo botín dura solo una noche y mujeres que saltan de cama en cama esperando el siguiente chelín. Sin embargo, hay algo más en todo ello. Falstaff, a través del juego y de la mentira, le enseña a Hal cuál es el destino que le espera, rodeado de falsedades, de falaces hombres que solo alabarán su realeza mientras conspirarán contra él, de amores mendaces y frugales, de amigos que le clavarán un puñal en la espalda en la primera oportunidad. Falstaff le enseña a Hal cuál será su reino y, por el otro lado, de qué se tendrá que preocupar.
El único error del viejo y gordo Falstaff es que esperará una recompensa que siempre le será negada. Él no puede ser el amigo para todo de un rey, ni su consejero más leal, ni el más cercano de sus súbditos. Falstaff está condenado a morir repudiado, con el cariño negado y en fuga, en un simple y viejo ataúd de madera que atravesará los campos yermos de su ilusión en busca de la siguiente correría de pícaro. Juntos oyeron las campanadas a medianoche, pero nunca podrán escuchar el canto del gallo.
Los excesos se pagan y Jack Falstaff pone la mano allí donde hay dinero, huye en la refriega más vital, se revuelca en el lecho con la mejor de las prostitutas y olvida su lugar en el mundo. No es más que una figura ridícula que trata de aparentar una falsa hidalguía que jamás tuvo. Trata de aparecer como el más inteligente de los hombres cuando, en realidad, tiene que luchar todos los días por tener un puñado de monedas en el bolsillo e hincharse de vino. Pero llora de amor por quien más quiere, y acepta la humillación pública que le infringe un rey, porque él sabe que es de esas personas que tienen que ser humilladas…aunque solo sea para demostrar que Hal, su Hal, es el mejor rey.

Orson…cuánto debiste querer nuestra tierra para convertir los áridos campos de Castilla en los verdes prados de Inglaterra, cuánto debiste amar a Shakespeare como para traerlo hasta España y realizar una película tan hermosa sin dinero y sin tiempo. Las cosas que has visto…

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