martes, 16 de junio de 2020

DECISIÓN CRÍTICA (1996), de Stuart Baird


Cuando la sinrazón llega a la cima, es necesario utilizar la imaginación. Quizá haya que recurrir a lo que nadie ha hecho antes, o sea imperativo tirar de valor, o sea obligatorio unir fuerzas para derrotar a los fanáticos. El caso es que siempre hay muchas vidas en juego y la pérdida en vidas humanas no es cuantificable. Ninguna forma de terrorismo es válida, ni tiene justificación, así que hay que combatirlo con todas las armas que se tengan más a mano. Un prototipo de avión, unas abrazaderas, un ordenador, unas cámaras, unas inteligencias remando en la misma dirección, un plan bien pensado, un análisis certero e, incluso, una pajita de plástico que resulta vital. Todo vale a diez mil metros de altura y la tensión está ahí, en los mismos pasillos de la nave, en la sala de aviónica, en la bodega de equipajes. Complicidad. Causa. Efecto.
No es fácil actuar con la precisión de un reloj cuando el sudor cae con sus gotas abriéndose paso en la piel. Hay que actuar con orden. Primero, lo urgente. Segundo, la solución. Si no, plan B. El avión sigue su marcha inexorable con su cargamento mortal y las alas bien llenas de fanatismo. Y se está dispuesto a todo para que no llegue a su destino, incluso al derribo por parte de la fuerza aérea. Hay muchos problemas que deben ser solventados. La falta de comunicación, la lesión vertebral de un miembro del equipo de rescate, la aparente docilidad de un ingeniero, la destreza y osadía de todos los que quedan, el pánico de los pasajeros. El reloj corre. La maquinaria sigue. La trampa se activa. Los disparos se suceden. Hay muertos. Y la decisión crítica ha tenido que tomarse en el último segundo. No hay más salida que llegar con seguridad o no llegar.
A pesar de ser un producto eminentemente comercial y de contar en el reparto con una presencia tan poco fiable como Steven Seagal, que, afortunadamente, tiene pocas oportunidades para lucirse, Decisión crítica es una estupenda película de acción, bien hilvanada, resuelta con convicción, con un ritmo endiablado y perfecto, con tensión en todas las escenas porque está pasando algo continuamente. No hace falta encontrar más. Es entretenimiento en su mejor estado y el suspense navega por el aire como un avión con una bomba biológica a bordo. En sus escalas, encontraremos personajes definidos con cierta destreza, motivaciones que bordean el odio ciego y profundo, momentos de dientes apretados y gesto contraído y una estupenda dirección a cargo de Stuart Baird, un experto montador, responsable de la edición en películas como La profecía, de Richard Donner, o Atmósfera cero, de Peter Hyams que, en esta ocasión, se pasó detrás de la cámara para llevar a cabo un ejercicio de intriga que, sin pretenderlo, está muy cerca de la perfección. Y es que no es fácil mantener a tantos personajes alerta en una situación de encierro con un avión volando, jugar al escondite con unos terroristas, desactivar una bomba y que la nave llegue sana y salva.

No hay comentarios: