jueves, 4 de junio de 2020

SPARTAN (2004), de David Mamet


Robert Scott es un tipo que hace el trabajo sucio de las cloacas del Estado. Pertenece a Operaciones Especiales y los sentimientos se los dejó en algún rincón perdido de su uniforme hace mucho tiempo. Debe ser el individuo que aprieta las clavijas a unos y a otros en el secuestro de una chica que es algo más que normal. Scott nunca planea, sólo ejecuta. Y, en esta ocasión, va a tener que hacer ambas cosas. A pesar de todo y contra todos, porque descubre que esa desaparición es más que conveniente para algún líder del país. Nunca se dice quién es. No se sabe de quién es hija. Tanto es así que ni siquiera sus secuestradores lo saben. Ha sido una víctima al azar que será destinada a la trata de blancas. Y, como ha sido un obstáculo desde el principio, llegará un momento en que se anunciará su muerte y se pasará página. Sin embargo, Robert Scott llegará hasta el final. No le gusta un país que se encarga de levantar cortinas de humo cuando algo le incomoda e irá a por ella. Va a tener que enfrentarse a todo el mundo. Y van a tener que avisarle primero.
Ésta no es una película de acción cualquiera. No es de esas en las que un pluscuamperfecto oficial de fuerzas especiales dispara a diestro y siniestro, pasa por las más inimaginables pruebas y rescata a la chica de forma heroica. Se trata de denunciar las suciedades de la alta política a través de uno de sus soldados. Es un héroe, sin duda, pero va a tener que renunciar a lo que ha luchado durante toda su vida pagando un altísimo precio. David Mamet sabía muy bien lo que se hacía y aquí lo vuelve a demostrar.
No sólo eso, sino que también quizá sea una de las mejores interpretaciones de la carrera de Val Kilmer, que huye de todos sus tics para encarnar el rostro pétreo y atractivo de ese hombre cubierto de trabajos sucios que decide hacer algo limpio y justo, que decide, simplemente, pensar. Dos novatos incautos le ayudarán en sus idas y vueltas y los sentimientos encerrados durante largo tiempo por el personaje acabarán por salir en un llanto solitario e inútil, prólogo del olvido al que se le va a condenar. La recompensa será sólo rescatar a alguien perdido e inocente, juguete inútil de las intrigas de una política que jamás piensa en las personas y siempre en las próximas elecciones.

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