viernes, 12 de junio de 2020

SENTENCIA PARA UN DANDY (1968), de Anthony Mann y Laurence Harvey


Alexander Eberlin es un buen agente secreto. Sobrio y eficaz, no deja nunca de cumplir con su obligación. Ahora tiene un peliagudo encargo y es acabar con un molesto espía soviético llamado Krasnevin. Sin duda, es un tipo escurridizo, difícil de pillar. Eberlin tendrá que emplearse a fondo porque parece que el ruso se escabulle entre sus dedos, como si fuera una especie de fantasma que jamás acaba por tomar forma. La compañera de Eberlin es Caroline, una muchacha que, poco a poco, va descubriendo cosas que no acaba de comprender muy bien. Parece como si Eberlin se condujese hacia la desesperación por causa del encargo imposible de localizar y asesinar al maldito ruso. Y ése espía de los demonios no aparece por ningún sitio.
Krasnevin es un buen agente secreto. Sobrio y eficaz, no deja nunca de cumplir con su obligación. Se ha enterado de que un tal Eberlin va detrás de él y está bajo su objetivo a distancia. Lo mejor será desaparecer. Ya acabarán por dejarle en paz. Sin embargo, Krasnevin sabe que la encrucijada se está cerrando y que uno de los dos tendrá que morir…o, a lo mejor, los dos. Esto es lo que pasa con los encargos imposibles, que, muy a menudo, se convierten en una sentencia. Krasnevin va a tener que correr mucho, esconderse detrás de cortinas británicas porque el servicio secreto de Su Majestad no sabe que está mucho, mucho más cerca de lo que imaginan. La atmósfera de paranoia en Berlín no va a ayudar demasiado y Krasnevin va a tener que enfrentarse con lo peor de sí mismo. Alguien acabará tiroteado por la espalda. Y sólo por intentar volver a casa.
La vida del espía al modo Le Carré, con la tristeza y lo grisáceo dominando unas vidas a las que no se descubre demasiada motivación. Anthony Mann falleció en pleno rodaje y el propio protagonista Laurence Harvey tuvo que acabarla. Mia Farrow acompañó el invento. Y el resultado es una película atrayente, retorcida y, en algunos momentos, bastante críptica. El frío mundo del espionaje es retratado con cierta veracidad con el existencialismo de Sartre y la visión de Kafka al fondo. Los agentes dobles o triples se multiplican bajo la sombra de la Guerra Fría y más vale no estar bajo la mirada a distancia de cualquier francotirador. Al final, sólo quedará la certeza de que son marionetas al servicio de un imposible juego de apariencias que acaba por destaparse y producir muerte, desamparo y desolación. Mia Farrow parece un mero elemento decorativo y el trabajo de Tom Courtenay es una virtud entre tanto jeroglífico. No cabría esperar menos de una película que ha arrastrado la maldición desde el mismo momento en que se planeó.

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