martes, 27 de junio de 2023

CANALLADAS (1992), de Gerard Jourd´hui

En el negocio de la impresión es normal pasarse los días haciendo pruebas y corrigiendo. El señor Caunes es dueño de una imprenta y las cosas están llegando al límite. Debe hacer unas cuantas correcciones en su vida porque hay algo que está saliendo rematadamente mal. Su mujer le hace la vida imposible. Nunca está satisfecha con nada a pesar de que no le falta ni una joya en el dedo. Más vale destrozar las pruebas y asegurarse de que el crimen perfecto existe. Sin que podamos darnos cuenta, el señor Caunes decide asesinar a su esposa. Ni siquiera podemos verlo. Sólo se nos cuenta. La policía comienza a hacer preguntas y el señor Caunes parece como que está disfrutando con el juego del gato y el ratón, sólo que, a lo mejor, él no es el ratón. Aparte de eso, está esa chica que ejerce como secretaria de su imprenta, la señorita Rose. Espectacular. Es una de esas mujeres que no se olvidan. Y siente cierta simpatía por el señor Caunes que, por si fuera poco, no se le escapa a la policía. Todo apunta hacia el viejo impresor. Sólo que no hay ni una sola pista para inculparlo. Es como si hubiera borrado cualquier defecto en su obra maestra. Su sonrisa socarrona, su aire de seguridad…es algo muy misterioso. La presión no le afecta ni lo más mínimo. Es un viejo canalla que sabe muy bien por dónde pisa, aunque sean arenas movedizas…o, más bien, tintas delebles.

El caso es que el señor Caunes tiene en jaque a la policía. Se le sigue y no hace nada malo. Se le interroga y no dice ni una sola palabra de más. Poco a poco se va construyendo una trama imposible de conspiración para que el señor Caunes confiese de una vez. Sin embargo, es tan frío que no se le puede sacar nada. Es como una de esas letras que coloca en los carriles de impresión. Puede que esté manchada y ennegrecida, pero sigue imprimiendo como si no pasara nada. El señor Caunes es un canalla. El señor Caunes es culpable. A ver quién es el listo que es capaz de demostrarlo.

Gerard Jourd´hui adapta la novela de Fredric Brown Su nombre era muerte de una forma muy fidedigna para mostrar a un fantástico Michel Serrault en la piel del señor Caunes, un hombre que piensa en sus impresiones con total meticulosidad, al igual que sus asesinatos. En el papel de su secretaria, una impresionante Anna Galiena en uno de sus mejores papeles mientras, de alguna manera, el público se pone de parte del asesino porque ha matado bien a una persona mala, no ha dejado pistas para los buenos, y, además, se ríe de todo cuanto le rodea detrás de un rostro de serena inteligencia y de una paciencia fuera de lo normal. Así eran los viejos canallas que no hacían más que canalladas. Ahora la policía es incapaz de comprender esa aparente impasibilidad para todo mientras todos los crímenes ocurren fuera de campo. Ni siquiera el espectador tiene pruebas. ¿No es maravilloso?

 

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