jueves, 8 de junio de 2023

THE BOOGEYMAN (2023), de Rob Savage

 

Cuando una familia sufre una pérdida trágica, se hace más vulnerable al saco de temores que asedian a la imaginación. Se creen en movimientos extraños en la inerte oscuridad. Se piensan en conspiraciones sobrenaturales para que la adaptación a la nueva situación parezca un castigo. Se introducen desequilibrios mentales que provocan la lágrima porque lo desconocido se hace real y la imprevisibilidad del devenir es un motivo más para sentir pánico. En esta ocasión, ese miedo que todos hemos padecido, mirando posibles presencias inquietantes debajo de la cama o creyendo ruidos ilógicos dentro del armario, se hace físico, real, tangible. Es el hombre del saco en versión monstruo inasible.

Así que una familia intenta salir de ese estado de inmovilismo que a veces suele atenazar los comportamientos postraumáticos y comienzan a surgir fenómenos en los que la luz y la oscuridad juegan un papel muy importante. Puede que la inocencia de una niña sea el detonante, o la inseguridad de una adolescente, o la anestesia emocional de un padre. Poco importa. Ese monstruo de la penumbra se hace presente y encarna los miedos que se presentan a un futuro que pasa por ser casi amenazador, por mucho que se llame una y otra vez al ser que se pierde y que tanto cariño se ha llevado.

Stephen King escribe el relato corto en el que se basa esta película y volvemos sobre algunos de sus temas favoritos. La familia, la incomprensión, el acoso escolar, el temor a lo que no se ve, a lo que no se siente, por mucho que sea más fuerte que la vida. Todo ello se distribuye de forma bastante aceptable a lo largo de esta película que guarda una virtud y un defecto en la balanza de la inquietud. Por un lado, se toma su tiempo, no es nada precipitada, va dosificando los sustos, que los hay. Por otro, la historia fenece un poco desde el mismo momento en el que el miedo se corporiza. Todo resulta mucho más turbio y tenso mientras la película se mueve en los terrenos de la desconocida oscuridad, de la sombra fugaz, de los ojos brillantes. Aún así, el resultado está por encima de la media porque la dirección de Rob Savage es comedida, salvo en una escena. Y el fuerte de la trama está en cuando nada es evidente.

Es el momento en el que las luces se apagan y cualquier crujido toma la apariencia sonora de un paso. El silencio, a menudo, no es buen compañero cuando la pena se ha instalado en el ánimo. Mientras tanto, en las edades inseguras, cualquier mirada se torna agresiva, cualquier palabra es un desplante, cualquier ofrecimiento es un malentendido. Ahí es donde empieza a tomar forma el terror porque se teme una nueva pérdida, una nueva derrota difícil de asimilar, un sufrimiento más en algún problema ajeno que se hace propio. No es fácil entender por qué tanta pena ronda un hogar que parece que fue feliz y, sin embargo, hace falta mucho valor para enfrentarse a los miedos que se mueven allí mismo, en un vestido colgado, en una estantería llena de ojos de pergamino, en un techo en el que parece que crecen las raíces del mal, en un cuaderno de hojas arrancadas y cariños olvidados. No hay que dejar entrar al hombre del saco, porque es muy posible que ya no quiera salir más. La luz tiembla siempre hacia la izquierda y es entonces cuando sabemos que aquellos que se han ido, no lo han hecho realmente. Siempre se quedan de alguna manera cuidando de nuestro destino, tan lleno de soledad y de lágrimas. La burla y el desprecio hacia los que han visto el horror, sólo es el preludio del verdadero temor. Días sin vida han pasado. Ahora llegará la vida sin ningún día, absorbiendo el hálito de lo que nos queda aún latiendo.

No hay comentarios: