miércoles, 7 de junio de 2023

RAY (2004), de Taylor Hackford

 

Moverse en la oscuridad es siempre un ensayo para la caída. Ray Charles se convirtió en un invidente a los siete años y, a partir de ahí, inundó de música la vida de todos los que le podían escuchar. Sin embargo, su camino fue difícil a pesar del talento que le acompañaba. Tenía un miedo incesante por culpa de esa oscuridad en la que creía que estaba solo. No importaba que estuviese acompañado de personas que le querían realmente y que deseaban lo mejor para él. Era como si sólo se moviese en las teclas de notas sostenidas en el piano, las negras. Las blancas, para él, no existían. Y, por supuesto, tuvo que bajar al infierno para darse cuenta de que la oscuridad, por muy insondable que sea, no merece tanto miedo.

Su arte genial fue inigualable. Supo tocar el piano con el alma del sur y ponerle voz desgarrada a tantas melodías que, tal vez en otras manos, no hubieran pasado de mediocres. Tuvo la certeza de que el camino, de alguna manera, siempre volvía a él porque tenía magia para convertir cualquier canción en un susurro de lamento, o de amor, o de alegría, o de ira, o de repetición. “Chicos, seguidme” y sale What I´d say, una de las melodías más tarareadas de la historia del soul. Una de sus múltiples amantes que también le acompañaron por ese paseo por las profundidades le propone un ultimátum y ya tenemos Hit the road, Jack. Se le prohíbe actuar en Georgia porque se niega a ofrecer un concierto con el auditorio segregado y el oído se esparce en busca de Georgia on my mind. No había otro igual. Nadie supo cantar como él. Nadie supo entender la música como él lo hacía.

Jamie Foxx realiza una auténtica creación, actuando con todo el cuerpo, para dar vida a Ray Charles. A su lado, el director Taylor Hackford, monta todo un universo de personalidades que le acompañaron a lo largo de su vida, acudiendo, por supuesto, a lo más resumido y concreto, para que todos participen del miedo que sufre un hombre que no ve y, no obstante, está condenado a escuchar las ovaciones que le tributa medio mundo. Si hay algo reprochable en esta película es que, teniendo todo a favor, no consigue emocionar en ningún momento. No hay ese momento culminante en el que se siente la especial cercanía del retratado, en este caso, un genio que nunca dejó de tocar. Participas de sus miedos, compartes sus éxitos, rechazas sus actitudes y mueres con sus fracasos vitales, pero no hay carne de gallina, no hay exaltación. Sólo pies que se mueven inevitablemente al compás de una música que nunca tuvo igual.

Y es que no es fácil seguir el camino de los genios y darse cuenta de que el empedrado no estaba hecho de rosas. Ray Charles Robinson supo lo que era el miedo desde el mismo instante en que tuvo que dejar a su madre para conseguir algo de educación. Y ni siquiera el teclado de un piano fue suficiente como para superarlo. Nunca se sabe lo que hay detrás de una cortina negra permanente, a pesar de que todos los demás sentidos de tu cuerpo te puedan hablar de forma meridiana. Los demonios de la noche deben ser espantados y Ray Charles consiguió hacerlo sólo en parte.

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