En las grietas de la
tierra cicatera, se abren las carnes del polvo y de la miseria. En esa región
sin ley, hay demasiados abusos con la excusa del hambre y de la desgracia. Por
un lado, los capataces que han convertido los cortijos en feudos de su propia
insania. Por otro, los explotados que sólo les queda el recurso de llenarse las
manos de arena sucia y bajar la cabeza ante la continua humillación. Sin
embargo, hay un elemento nuevo en el paisaje desolador. Es un individuo que
pastorea con sus cabras y vive buscando agua en ese desierto de mapa y
sentimientos. Tal vez luchó en una guerra en el lugar de algún señorito y ya
sólo espera vivir toda su soledad en paz. Nadie puede decir que no vivió con
valentía. Él ya cumplió y sobrevivió. Ahora sólo quiere cabras, perro, un
plato, un poco de café y agua para abrevar y lavarse. No es mucho pedir. O
quizá sí en una tierra que debería llamarse inhóspita.
Un niño débil e
indefenso, pero con una decisión de adulto bregado, huye por las áridas dunas
de la nada andaluza. Será perseguido por aquellos a los que no les interesa que
ese niño crezca. Y el forastero, el pastor de cabras, tendrá que ser quien dé
un par de lecciones sobre el silencio a los secuaces de la crueldad. El viento
azota y el polvo pica y abrasa en los ojos. El agua es el bien más escaso y
habrá un maldito inválido que tratará de engañar al chico con el cebo de la
comida. Tal vez, en ese lugar hacia el que Dios no mira, no hay rumbo que
tomar. Sólo se obliga a estar allí, soportando los rigores del sol y de la
sequía, comiendo polvo y tragando pinchos, cazando algún cuervo para la cazuela
de vez en cuando, dibujando las estrías de los ojos entornados intentando
encontrar un motivo en el horizonte. En la intemperie, sólo espera la muerte.
Benito Zambrano
articula una estupenda película que pasa por ser, sin ningún esfuerzo, un western ambientado en Andalucía. No
cuesta ningún trabajo imaginar esta misma historia en algún desierto allende
los mares, con Lee Marvin, o Clint Eastwood, o Gene Hackman, o Jack Nicholson,
tragando el aire abrasador mezclado con el polvo sempiterno de un suelo que ya
ha vuelto la espalda al ser humano. El resultado es una película dura, pero
ciertamente absorbente, con una interpretación excepcional de Luis Tosar dando
carne y profundidad a ese forastero al que conocen un poco, pero no saben muy
bien de qué pie cojea y que lo dará todo con tal de defender a ese niño bañado
en lágrimas, pero con empuje de bravura. La película es seca, cortante, no
tiene demasiada piedad con el espectador, pero resulta valiente y acertada y,
desgraciadamente, no ha tenido demasiada suerte en su paso por los cines. Puede
que sea esa la vocación de la historia, pero, al menos, aquí, en estas páginas,
tiene una inscripción algo larga para subrayar que merece bastante la pena. Ya
he vaciado la escopeta.
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