Ya está bien de tomar
el pelo a la gente sólo por el hecho de tener una pila de años encima. Toda la
vida trabajando para que el banco te cambie las condiciones de la hipoteca por
el artículo 33 y, para más escarnio, el fondo de pensiones de la empresa que ha
sido tu sustento se ha ido al garete. Esto no hay quien lo aguante. A no ser
que se coja el problema por la cabeza y se le tumbe a punta de pistola. Atracar
un banco es la solución. No es difícil. Los bancos están llenos de payasos trajeados
que no hacen más que pasear su sentimiento de superioridad y dominio por encima
de sus mesas impolutas mientras deciden a quién salvan y a quién condenan. No
se preocupe. La notificación es amarilla. Preocúpese cuando llegue la roja.
Endéudese y viva. Y, a menudo, los clientes que quieren un coche nuevo o una
casa reluciente nos olvidamos de que, con deudas, no se vive demasiado. Ni para
disfrute, ni para seguir respirando. Así que se trata de planear un robo bien
hecho. Sin fisuras. Al menos, la experiencia no falta. El más joven no baja de
setenta y cinco años…
A menudo, películas que
son algo aparentemente rutinario se convierten en algo especial, alejado, desde
luego, de la obra maestra, sólo porque dentro de ellas sobreviven unos cuantos
actores que te despiertan tu lado más elegante y más sonriente con sólo una
mirada. Este es el caso de una de ellas. Michael Caine, Morgan Freeman y Alan
Arkin saben levantar entusiasmo sólo con una expresión. Y el resto da un poco
igual. Aunque hay que reconocer que esta película tiene algún acierto narrativo
como es el hecho de reconstruir el atraco en cuestión después, cuando los tres
ancianos sospechosos son interrogados algo obsesivamente por el eficiente
policía que no se resigna a ser un títere sin cabeza. Y aquí es donde se halla
la sabiduría. Ves las escenas que esos tres actores comparten, su capacidad
para sacar un chiste de una simple frase, su verdadera elegancia paseando años
y piernas arrastrados por delante de la cámara y ya la película merece más la
pena que la mayoría de productos estrenados desde hace unos cuantos años. Por
supuesto, no está de más que haya alguna que otra cara conocida haciendo los
coros de la historia como Ann Margret y Matt Dillon, pero estos tres tipos… no
tienen comparación con ningún otro. Y eso es así.
Por otro lado, conviene
no olvidar que la película es la segunda versión de otra cinta de 1979 dirigida
por Martin Brest y con George Burns, Lee Strasberg y Art Cartney en la piel de
estos viejos que se lían la manta a la cabeza. ¿Diferencias? Es más lenta,
están más decrépitos y es más patética, aunque también tiene momentos
francamente divertidos. No sé si es preferible. Creo que no.
Así que no se asusten por la suma de los años de los tres protagonistas. Son una escuela de interpretación, cada uno en su especialidad, destilando elegancia ajada, clase anticuada y estilo raído…pero, señores y señoras, yo les veo actuar y se me cae la baba. Quizá eso me convierta en uno de ellos, aunque lo dudo.
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