Eddie Valiant tiene una
herida que no puede cerrar a pesar de que, posiblemente, vive en el mundo más
divertido posible. Ya se sabe, los dibus pueden hacer cosas que los humanos
tienen prohibido. A ellos les cae un piano encima y es un chiste. A un humano
le cae un piano encima y es un ataúd. Dibullywood está ahí mismo, al otro lado
de un simple muro que puede ser saltado en cualquiera de las dos direcciones y
es normal encontrarse a este lado con Porky, con el Pato Lucas, con su amigo
Donald o con Mickey Mouse. Sin esfuerzo de imaginación ninguno. Hasta las balas
tienen su aquel. Mientras tanto, esperando que esa herida cierre del todo,
Eddie Valiant debe investigar algo sumamente estrambótico relacionado con Roger
Rabbitt, un actor de películas de dibus que, en alguna que otra ocasión, ve
pajaritos en lugar de estrellitas… ¿o es al revés? Caramba, nunca me acuerdo.
Por otro lado, Roger,
que no es más que un conejo asustadizo y desastrado, está casado con Jessica,
que no es que sea mala, es que la han dibujado así. Y Eddie se da cuenta de que
ella es una dibu con la que no le importaría hacer manitas. Al fondo, algo pasa
con el transporte público. Parece que hay indicios de corrupción, confusión o
adhesión y todo está misteriosamente conectado. Trama negra para película en
color. Con mucho color. Todo el que aportan esos dibus chalados que, por
primera y única vez en la historia, se juntan desde los estudios Disney y
Warner para ofrecer una gama inacabable de locuras y sospechas que hacen que
Eddie Valiant vuelva a recuperar la sonrisa. Por mucho que haya algunos que no
son lo que dicen ser y prefieran disfrazarse para ser dibus…o humanos…¿o es al
revés? Caramba, nunca me acuerdo.
Cuando apareció esta
película fue una auténtica sensación de técnica, con un ritmo tan
endiabladamente trepidante que, en ocasiones, es difícil seguir su trama. Bob
Hoskins decía que si tenía que agarrar del cuello a Roger Rabbitt y se le
ocurría abrir la separación entre los dedos, eso costaba un millón de dólares
más. En cualquier caso, Robert Zemeckis, con la colaboración de Steven
Spielberg, llevó adelante uno de los sueños de cualquiera de aquellos niños que
disfrutamos tardes enteras con el “esto
es todo, amigos” de los dibujos de la Warner, o con el “mágico mundo de colores” de la Disney. Por fin, ese universo que
nunca existió, pero que formó parte de nuestra educación y de nuestra cultura,
se encontraba reunido en una película que agarró la excusa de una supuesta
tercera parte de Chinatown para convertirlo
en una desquiciada historia sobre la corrupción en Dibullywood. Hasta los dibus
no pueden escapar de los ladrones. A dónde hemos llegado.
Si no la han visto, háganlo, pero prepárense para un viaje desenfrenado, sin límites, con la imaginación muy abierta, con los misterios resueltos con la ilógica del pincel de unos cuantos creadores que nos han dejado mucha diversión, mucha referencia, mucho desparpajo y un punto mágico de amistad y derrape.
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