martes, 2 de diciembre de 2008

LA NOCHE AMERICANA (1973), de François Truffaut


En muchas ocasiones, el cine recrea, bajo parámetros de realidad, historias de ficción. François Truffaut primero hizo su particular testimonio de amor a la Literatura en “Fahrenheit 451”, verdadera pasión hacia lo inmortal, tránsito del hermoso rastro que el hombre puede dejar a sus semejantes. Años después, con “La noche americana” realizaría toda una declaración de vida hacia el cine, detallando todos los pormenores de un rodaje y creando el universo que se mueve alrededor de un amplio proceso para intentar contar una historia (aunque la historia en cuestión sea tan simple y comercial como la de la película ficticia “Os presento a Pamela”). A finales de los setenta, completaría el triunvirato de todo lo que amaba con la maravillosa “El último metro” mientras se adentraba en las bambalinas del teatro. Pero con “La noche americana”, Truffaut nos desnuda la complejidad de un hacer, las estúpidas obsesiones de quien se cree artista, las peleas inconcebibles, los problemas, miles, que surgen en el día a día antes de gritar “¡Acción!”. Parapetado él mismo tras un sonotone (en un preclaro homenaje a nuestro Luis Buñuel), Truffaut nos coloca delante y detrás de las cámaras, nos desvela hasta qué punto todo lo que aparece en pantalla es premeditado, los intereses punzantes que se mueven en los entresijos de lo que para algunos no es más que un producto que vender, la falsedad inherente a un mundo que se encarga de mostrar todo lo que es pura falacia, no mucho más que un cuento visual por el que hay que pagar.
En el camino, la paciencia para llegar a terminar algo en lo que se cree mientras uno de los actores pretende pasar buenos ratos en la cama, una actriz tiene el norte perdido y cree que puede encontrarlo en un proyecto “de calidad” que, al final, no se parece en nada a lo que el director tenía pensado, otro actor se desliza corriendo por una cuesta abajo que acabará en un abismo, otra actriz vivirá obsesionada por todos los instantes que la cámara le ha robado y han quedado ahí en algún fotograma, como si su propia belleza quedara enmarcada en una minúscula fotografía que ya nadie recuerda. Los demás miembros del equipo tendrán sus particularidades: la mujer que cose esperando que su marido termine una jornada que nunca se sabe cuándo va a acabar, la banda sonora interpretada por teléfono para que el director dé el visto bueno, el productor, escondido tras la roca de lo afable, que sólo piensa en hacer beneficios con lo que es un desastre anunciado. Y en el medio de todo, contestando a un mar de preguntas, luchando contra una tempestad de dudas, técnico de la media distancia, hacedor de sueños, escuchador de gotas de lluvia que al caer ensordecen todo lo demás, está el director. Creador derrotado que se ve arrastrado por las corrientes del capricho y de lo comercial. Su obra no será la que él habrá pensado porque, como a todos los creadores, llegará un momento en que le importe más terminar que dar la forma imaginada a lo pensado. Luego, no quedará nada, salvo un suave rastro de destrucción, las declaraciones mil veces oídas de que todos se han llevado maravillosamente bien y tal vez, sólo tal vez, las palabras amables de un supuesto experto en cine que mirará con indulgencia lo que ni siquiera se parece a la intención. Y es que el cine es como la vida. Nunca es lo que en un principio quisimos que fuera. Siempre, dentro de nosotros está la obra maestra que no nos han dejado realizar. Hoy por hoy, “La noche americana” es el acercamiento más certero y brillante que se ha hecho al mundo del cine porque la vida, esa vida que se recrea una y otra vez, también es ese plano en el que fingimos que el día es noche y el sueño, realidad.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

A veces, la diferencia en que te gusten las películas y que te guste el "Cine" (con mayúsculas) es muy pequeña, basta una escena conmovedora, un dialogo inteligente o un magnifico enfoque...de pronto, algo cambia y comienzas a percibir algo más que lo que la historia te cuenta, ves más allá de las máscaras de los personajes, comprendes mucho mejor algún aspecto que normalmente se hubiera pasado por alto.
Con “La noche americana" yo tuve esa revelación, el cine pasó para mi de ser mi fuente preferida de entretenimiento a ser un arte en el yo quería participar, de cualquier forma, quería dirigir, actuar, guionizar, criticar...lo que fuera, finalmente la vida tomó por mi la decisión de que mi participación debía ser la de mero espectador. Un espectador que alerta todos sus sentidos cuando ve una película esperando enganchar aquellos momentos que le conmuevan.
Cada visionado se convierte casi en un encuentro sexual. Puede ser una noche acogedora con un viejo amante nada sorprendente, pero siempre gratificante, viendo un film clásico de Hitchcock por enésima vez. Puede ser un momento memorable con un desconocido que luego se queda en nada y que no resiste una nueva cita. Puede ser el redescubrimiento de un antiguo amor del que hacía tiempo que no sabías nada, como me ocurrió hace poco viendo (por primera vez entera, mea culpa) "Mannhatan" de Woody Allen. Puedes sentir una nueva caricia de los brazos de toda la vida, como ocurre con algunos clásicos a los que casi siempre les encuentras algo nuevo que hasta entonces te pasó desapercibido. Otras, las más, no dejan de ser encuentros cotidianos sin más interés que el disfrutar un rato, cumplir con el placer de forma moderada y acoger más a gusto el merecido descanso. Finalmente hay también y en demasía, relaciones frustrantes, anorgásmicas y desazonadoras que no merecen ni el esfuerzo ni el tiempo que se les dedicó.
Yo cambié del disfrute pasivo viendo películas a participar activamente del goce, gracias a Truffaut y esta película, viendo las miserias y las grandezas de las personas, humanos, mortales, pequeños gnomos, que trabajaban para preparar la gran farsa que supone una película. La vieja diva incapaz de memorizar una estrofa, el viejo galán fuera de su tiempo, el héroe protagonista en realidad edipico e infantil, la glamorosa estrella que oculta una belleza insegura y nerviosa, un director al que le superan los acontecimientos…En fin, el cine ganó para mi el día que vi esta película porque logré acercarme a la realidad, al entresijo de lo que venía envuelto en papel de regalo. Es una de mis películas preferidas de todos los tiempos, es un canto de amor, es mi Navidad.

Gracias Winston por un post que no sabía que deseaba.

Carpet

César Bardés dijo...

Es difícil contestar a un comentario como el tuyo en el que declaras tu amor por el cine de esa manera. Es cierto que Truffaut amaba al cine más que cualquier otra cosa (muy reveladora sobre ello es la impresionante biografía que sobre él escribieron Antoine de Bacque y Serge Toubiana) y que con esta película hechizó al mundo al descubrir cómo se hace una película, cómo se fabrica un sueño y todo lo que rodea un rodaje que casi nunca es un cuento de hadas. Yo puedo decirte, bajo mi experiencia, que entiendo perfectamente esas sensaciones que describes al ver a viejas amigas que han estado conmigo desde siempre, o al conocer nuevas amistades porque el cine siempre tiene cosas por descubrir y eso es una parte importante de lo que lo hace tan grande. Yo nunca quise dedicarme a hacer películas (aunque algo sí he escrito en guión pero muy modestamente y sin repercusión alguna) pero, eso sí, quería verlas todas, sin excepción. Desde la comedia turca más desconocida hasta el mayor éxito del cine de Hollywood. Quise ser un espectador de esa vida que ponen delante de nuestros ojos y que mis padres convirtieron en una fiesta cuando yo era niño y decidían que era un domingo de ir al cine (mi pasión se la debo a ellos). Bien es verdad que "La noche americana" tiene algo especial y es que es una película de la que siempre me acuerdo cuando termino de ver cualquier película. En ese ambiente descrito por Truffaut, me imagino cómo debió ser el rodaje, cómo consiguieron tal detalle o retocaron el guión, cómo se llevaron a matar los de siempre menos los auténticamente grandes que siempre han hecho para convertir el cine en un logro de todos. Truffaut amaba el cine y, por ende, también la vida. Un poco como tu y yo, y que me perdonen los puristas.
Gracias por un comentario fantástico que honra este blog.

Anónimo dijo...

Esta vez soy yo la que pide disculpas por meterme en un diálogo tan bonito. Car, siempre supe que escribías muy bonito, muy desde los sentimientos. Más de una vez te lo he comentado. Tu declaración de amor por el cine ha sido, preciosa. Me has emocionado. Tu respuesta, César ha sido muy...de César. Como es todo lo que tu escribes. Puro amor. Yo siempre amé el cine. Desde que vi por primera vez Sonrisas y Lágrimas, lo he comentado muchas veces. Pero gracias a ti César, lo amo mucho más. O al menos lo amo de una manera más especial.
De las cosas mejores que me han ocurrido en este mundo cibernético, es encontraros a vosotros dos y a alguna persona más. Es un auténtico placer leeros.
Besos para los dos y gracias.
Gema

César Bardés dijo...

Siempre es un placer leer tus líneas y ver cómo descubres todo lo que hay detrás de unas cuantas letras. El amor por el cine lo llevabas dentro, Gema, yo no he hecho nada. Sólo comentarios que puedan más o menos gustar y nada más. Tampoco pretendo otra cosa. De todas formas, gracias por hacerme creer tan especial. Sigamos amando al cine...tiene aún mucho que dar en un montón de clásicos escondidos. Gracias a ti también por completar el triángulo de un mundo cibernético que nunca es redondo.