miércoles, 17 de diciembre de 2008

EL ÚLTIMO HOMBRE VIVO (1971), de Boris Sagal


Espero que cuando hayan leído este artículo hayan cogido su ametralladora de prejuicios y hayan vaciado el cargador ante la diana de las comparaciones. Seguro que una gran mayoría de ustedes saben que ésta es la misma historia que ha fascinado a medio mundo con el título de Soy leyenda. Ante la espectacularidad de un cine eminentemente visual como el que se rueda en nuestros días, El último hombre vivo fue un auténtico impacto en nuestros ojos incrédulos cuando se estrenó allá a principios de los setenta. Un escalofrío nos recorría el espinazo cuando nos daba por imaginar que podría llegar a darse la situación de que fuéramos el hombre-omega, es decir, el último de los hombres vivos en un planeta que se ha destruido a sí mismo. Cercado por una serie de mutantes que, además, plantean la regresión como única solución a no volver a caer en los mismos errores. La película nos mantenía en absoluta tensión cuando Neville, el protagonista, recorría la ciudad desierta, mantenía diálogos consigo mismo tan sólo por pura necesidad de comunicación, caminaba entre establecimientos en los que se respiraba la muerte y nos introducía de lleno en una dualidad espantosa que nos fustigaba con la luz y nos amedrentaba con la oscuridad.
Vista hoy en día, no cabe duda, hay algunos aspectos de la película que han envejecido mal pero, si prescindimos de esa espectacularidad a menudo superflua que invade la imaginación de nuestros días, sigo intentando imaginar cómo sería una vida que sólo encuentra la redención en la misma sangre de un Cristo renacido. No se pueden olvidar las tremendas connotaciones religiosas que inundan esta versión de la novela de Richard Matheson (genio y creador de otras historias de corte fantástico como El increíble hombre menguante o esa ópera prima de Steven Spielberg titulada El diablo sobre ruedas). La sangre, en esta ocasión, es la vida. Es el elemento necesario para limpiar una contaminación que sobrevuela el espíritu del hombre y que lo condena a la crueldad consigo mismo. La película está llena de metáforas, de nostalgia de una civilización que aún vivimos, de moralidad que aún no ha sido presa de lo trasnochado. Quizá aún conserva ese olor a pólvora de saber introducirnos en la posibilidad de estar solos, absolutamente solos, desoladoramente solos…
Boris Sagal, su director, un hombre especializado en la televisión, murió apenas diez años después destrozado por el aspa de un helicóptero y su experiencia en el cine no tuvo muchos más que media docena de títulos, pero aquí contó con una estrella que, entonces, estaba en alza como Charlton Heston que aún aprovechaba el rebufo dejado por El planeta de los simios, rodada unos años antes, y que es creíble en el papel de ese científico militar que, en el último momento, prueba una vacuna experimental contra la contaminación bacteriológica generada por la guerra y se convierte en un nuevo Mesías de una humanidad que ya no le puede escuchar, simplemente, porque ya no existe.
Siempre que he vuelto a ver esta película, tengo a mis dedos inquietos, o a mi pie dando pisaditas incansables en el suelo, o hago algún comentario en voz alta…Inconscientemente busco pruebas que me dejen bien claro que no, que no me voy a quedar solo, que no soy el último hombre, que allá fuera hay muchos más con los que me pelearé, a los que llegaré a odiar, a los que llegaré a querer, con los que llegaré a compartir…¿Hay alguien aún leyendo esto?...


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí, sí, yoooo. No he llegado a ver esta película pero por desgracia si vi el remake del que habla, aquella basura integral que protagonizaba el principe de Bel Air (sólo le faltaba rapear ciertamente) Se nos vendió aquello como una adaptación "necesaria" ante los tiempos que corren sugiriendo al espectador una lectura en clave ecologista, ya sabe lo del cambio climático, y esas cosas. Está claro que las tesis de Kioto y el efecto invernadero proporcionan al cine un filón para contar ¿nuevas? historias y metaforizar el futuro inmediato de la Humanidad como un verdadero Apocalipsis. Tal y como se ha hecho en la reciente INVASIÓN con Nicole Kidman o en la recientísima ULTIMATUM A LA TIERRA -de la que sospecho nos hablará mañana en estas mismas líneas. Y mi pregunta es ¿tanto ecologismo barato y de todo a cien puede justificar que se profane de esta forma la Historia del Cine?

César Bardés dijo...

No cabe duda de que el ecologismo barato vende muy bien al ser una tendencia políticamente muy correcta. Otra cosa es que se haga bien y se haga con verdaderas intenciones de cambiar un cambio en los pensamientos, usos y costumbres de una humanidad que ya destruye más de lo que crea. "Invasión", evidentemente me negué a verla puesto que es uno de esos tantos y tantos "remakes" innecesarios habiendo dos precedentes más que aceptables como "La invasión de los ladrones de cuerpos", de Don Siegel o "La invasión de los ultracuerpos", de Philip Kaufman. Efectivamente, mañana me ocuparé de "Ultimátum a la Tierra" en la que profundizo de manera muy irónica de precisamente esto que comentas hoy aquí. En cuanto a tu pregunta, la respuesta es evidentemente no. Detrás de ese ecologismo barato y de todo a cien lo que hay es una carencia de ideas alarmante que intenta ir a lo seguro y a lo más mal hecho posible porque, evidentemente, todo se nos vende como Serie A y no pasa de Serie C, por muchos efectos especiales de ordenador de última generación que pongan.
Gracias por asegurarme que no soy el último hombre vivo.

César Bardés dijo...

De cambiar un cambio...pues sí que estoy yo bueno de tanta soledad. Ahí lo que tiene que decir es "provocar un cambio". Mil disculpas.