Cuando un político, más bien mediocre, ambicioso por naturaleza y tramposo por convicción, quiere convertirse en un hombre de Estado, entonces es cuando se abren las puertas de la infamia. Y el precio que tiene que pagar por sus mentiras erráticas y su personalidad incapaz de conectar con la gente es el de la más terrible de las derrotas y la más devastadora de las soledades. El poder aísla. El poder absoluto aísla absolutamente.
Probablemente, si cogiéramos un micrófono y nos fuéramos a pie de calle a preguntar a la gente si recuerda o sabe en qué consistió el escándalo Watergate nos llevaríamos las manos a la cabeza al comprobar cuán amnésica tenemos la memoria histórica. El caso es que hubo un Presidente que cometió una serie de delitos con tal de asegurarse el poder, se escoró peligrosamente hacia la derecha más recalcitrante con tal de realizar su sueño de ser un líder al que seguir. Sólo que no tenía nada que transmitir al pueblo. Y entonces, en una especie de espiral de venganza hacia unos oídos que no querían escucharle, instaló oídos en todas partes para que él pudiera escuchar. Las libertades, recortadas. El fascismo, ahí mismo, expectante en la sombra. Cuando Woodward y Bernstein, los periodistas del Washington Post lo destaparon todo (véase la maravillosa Todos los hombres del presidente, de Alan Pakula), el Presidente de los Estados Unidos, por primera vez en la historia, tuvo que dimitir y salir de la Casa Blanca por la puerta de atrás.
¿Ahí acabó todo? No. Su sucesor, Gerald Ford, enseguida pudo darse cuenta del desgaste que tenía la clase política y quiso dejar atrás el escándalo cuanto antes. Dictó un indulto para Nixon y a otra cosa, mariposa. Fue entonces cuando un periodista especialista en frivolidades quiso hacer una entrevista al político más controvertido de la segunda mitad del siglo XX. David Frost no era más que el típico cronista de las estrellas, con un toque de buen humor, poco comprometido políticamente y vendido al dinero de las grandes cadenas de comunicación. Apostó por la entrevista no como un medio para lograr unas declaraciones inéditas reconociendo la culpa del ex presidente, sino como un negocio en el que tenía que invertir para obtener. Una noche, cuando el silencio de un fracaso hace resonar la palabra “cobarde” en la conciencia del periodista, su honestidad le lanza hacia el acoso, hacia la consecución de la declaración nunca vista, de la confesión nunca obtenida, del miedo nunca expresado. El resultado de aquella entrevista fue el combate que David Frost mantuvo contra Richard Nixon.
Con un estilo marcadamente documentalista, Ron Howard dirige esta crónica de la persecución de un éxito que fue fruto del esfuerzo de muchos que se empeñaron en buscar la verdad, auténtica misión de los periodistas. Y el trabajo que consigue de Frank Langella, sin duda lo mejor de la película, es portentoso. Langella se mete bajo la piel del “tramposo Dick” manejando con maestría las armas de la manipulación pues su intención, en todo momento, no es que el periodista lleve las riendas sino que él maneje a su entrevistador a su antojo (y es entonces cuando nos damos cuenta de que todo, absolutamente todo, está preparado de antemano en el mundo del perseguidor y el perseguido). Langella es capaz de expresar la impenetrabilidad del poder combinando con naturalidad la decepción del fracaso de un hombre que fue enterrado por sus propias ambiciones. Sin duda, al ver esta interpretación, nos acordamos del Anthony Hopkins de la excelente Nixon, de Oliver Stone (una película muy poco reivindicada pero que yo he llegado a defender con vehemencia) y vemos cómo hay muchos puntos de contacto en su expresión corporal y cómo ambos consiguen dar forma y fondo a un Presidente que creyó que por el mero hecho de estar en la cúspide del poder le estaba permitido hacer cualquier cosa.
Entre los secundarios, cabe destacar sobre todo a ese actor siempre minusvalorado que es Oliver Platt y sorprende el escaso desarrollo con el que se dota al personaje interpretado por Rebecca Hall (lo mejor de Vicky Cristina Barcelona) apenas un objeto sexual decorativo que, de vez en cuando, va a por algo de comer. En cualquier caso, aún consiguiendo un producto eficaz y que interesa a todos los que recuerdan o han leído algo sobre el caso Watergate, Howard se queda a una uña de la garra, le falta pegada e incluso, tiene una preferencia por la cámara al hombro para dar aires de realidad a un hito de la televisión que vacila en un punto de vista y es el del propio presentador David Frost, personaje al que descuida dándole tan sólo un toque de glamour y una vacuidad bastante temible en la personalidad de cualquier periodista.
La ilustración sobre la infamia siempre trae una cierta sensación de pena hacia el condenado porque es posible que admitir un fracaso en público sea una de las cosas más duras que puede soportar un ser humano. Es lo que tiene el estar metido justo en el núcleo de la corrupción…olvidas que un día quisiste ser alguien.
¿Ahí acabó todo? No. Su sucesor, Gerald Ford, enseguida pudo darse cuenta del desgaste que tenía la clase política y quiso dejar atrás el escándalo cuanto antes. Dictó un indulto para Nixon y a otra cosa, mariposa. Fue entonces cuando un periodista especialista en frivolidades quiso hacer una entrevista al político más controvertido de la segunda mitad del siglo XX. David Frost no era más que el típico cronista de las estrellas, con un toque de buen humor, poco comprometido políticamente y vendido al dinero de las grandes cadenas de comunicación. Apostó por la entrevista no como un medio para lograr unas declaraciones inéditas reconociendo la culpa del ex presidente, sino como un negocio en el que tenía que invertir para obtener. Una noche, cuando el silencio de un fracaso hace resonar la palabra “cobarde” en la conciencia del periodista, su honestidad le lanza hacia el acoso, hacia la consecución de la declaración nunca vista, de la confesión nunca obtenida, del miedo nunca expresado. El resultado de aquella entrevista fue el combate que David Frost mantuvo contra Richard Nixon.
Con un estilo marcadamente documentalista, Ron Howard dirige esta crónica de la persecución de un éxito que fue fruto del esfuerzo de muchos que se empeñaron en buscar la verdad, auténtica misión de los periodistas. Y el trabajo que consigue de Frank Langella, sin duda lo mejor de la película, es portentoso. Langella se mete bajo la piel del “tramposo Dick” manejando con maestría las armas de la manipulación pues su intención, en todo momento, no es que el periodista lleve las riendas sino que él maneje a su entrevistador a su antojo (y es entonces cuando nos damos cuenta de que todo, absolutamente todo, está preparado de antemano en el mundo del perseguidor y el perseguido). Langella es capaz de expresar la impenetrabilidad del poder combinando con naturalidad la decepción del fracaso de un hombre que fue enterrado por sus propias ambiciones. Sin duda, al ver esta interpretación, nos acordamos del Anthony Hopkins de la excelente Nixon, de Oliver Stone (una película muy poco reivindicada pero que yo he llegado a defender con vehemencia) y vemos cómo hay muchos puntos de contacto en su expresión corporal y cómo ambos consiguen dar forma y fondo a un Presidente que creyó que por el mero hecho de estar en la cúspide del poder le estaba permitido hacer cualquier cosa.
Entre los secundarios, cabe destacar sobre todo a ese actor siempre minusvalorado que es Oliver Platt y sorprende el escaso desarrollo con el que se dota al personaje interpretado por Rebecca Hall (lo mejor de Vicky Cristina Barcelona) apenas un objeto sexual decorativo que, de vez en cuando, va a por algo de comer. En cualquier caso, aún consiguiendo un producto eficaz y que interesa a todos los que recuerdan o han leído algo sobre el caso Watergate, Howard se queda a una uña de la garra, le falta pegada e incluso, tiene una preferencia por la cámara al hombro para dar aires de realidad a un hito de la televisión que vacila en un punto de vista y es el del propio presentador David Frost, personaje al que descuida dándole tan sólo un toque de glamour y una vacuidad bastante temible en la personalidad de cualquier periodista.
La ilustración sobre la infamia siempre trae una cierta sensación de pena hacia el condenado porque es posible que admitir un fracaso en público sea una de las cosas más duras que puede soportar un ser humano. Es lo que tiene el estar metido justo en el núcleo de la corrupción…olvidas que un día quisiste ser alguien.
7 comentarios:
En todo este tipo de películas "basadas en hechos reales" siempre me quedo con la duda de dónde está lo real y dónde la ficción. Yo esta peli no me la termino de creer mucho precisamente porque veo mucha guionización, muchas situaciones forzadas. Y es una pena porque creo que aquí el material daba para mucho más. Me sobran situaciones y algunos personajes como el de la mujer florero que interpreta la Hall y que solo entiendo como antitesis del que interpreta Kevin Bacon quien no muestra ni un resquicio de luz y que por tanto estresa mucho. Y situaciones como la famosa conversación telefónica a medianoche entre los dos protagonistas y el monólogo de Minguella en plan tragedia shakespereana, que de cara a la galería y a la nominación al Oscar queda muy bien pero que me resulta un poco metido con calzador.
Con todo, lo que más me interesó de la película fue la reflexión que hace sobre la influencia de la tele y los medios en la vida pública y en la política. Uno de los motivos que impulsan al equipo de Nixon a aceptar la entrevista es porque piensa que Frost va a ser incapaz de llegar hasta el fondo y se va a quedar en la superficie, la política una vez más reducida a un espectáculo en el que no importan los contenidos, solo las fomas.
Yo también reivindico Nixon, creo que es la última gran película de Stone, que lo de Alejandro Magno y WCT no había por donde agarrarlo.
Creo que fue Bruce Springsteen el que dijo que las películas de Ford le habían enseñado más sobre historia que todos sus años de escuela. "Las uvas de la ira" sería un buen ejemplo de ello. Y con tu artículo de hoy opino lo mismo que Springsteen. Debería leerlo la gente joven a la que ese episodio de la historia de Estados Unidos le queda algo lejano. A la primera leída entiendes a la perfección en qué consistio la pifia del Señor Nixon. Vi "El caso Watergate" y me gustó mucho. Intentaré ver esta película. Así como intentaré también que mis hijas lean tu artículo de hoy.
Gema
Uy qué lapus, donde dije digo digo diego y donde dije Minguella digo Languella, ¿en qué estaría yo pensando?
La historia fue real y, de hecho, David Frost, después de los hechos relatados en esta película, comenzó a hacer un periodismo más serio hasta tal punto que la Reina de Inglaterra lo nombró "Sir", lo que siempre es un timbre de prestigio en el Imperio. (Hasta Sean Connery tiene el título y eso que es independentista escocés hasta la médula). Es cierto que uno llega a pensar si la conversación a medianoche fue real o no (de hecho, ni siquiera la película es muy clara respecto a eso). Y también creo que, aunque el trabajo de Langella es estupendo, la nominación ya es bastante y no va a ganar y tampoco lo merece. Y es muy interesante la lectura que haces de la película. La política reducida al espectáculo con esa obsesión por las formas y los gestos y la imagen y demás.
Me alegro, por otro lado, de no estar solo con respecto a "Nixon". Ya creía que era el único que la defendía, incluso una vez llegué a discutir muy seriamente con un amigo por nuestros puntos de vista tan separados acerca de la peli.
Gema: Me dices una de las cosas más bonitas que he leído. "A la primera leída entiendes a la perfección en qué consistió la pifia del señor Nixon...Intentaré que mis hijas lean tu artículo de hoy". Por una vez, sólo por esta, me siento orgulloso de lo que he escrito. Gracias por este regalo tan bueno.
Dejando de lado la película, que he de reconocer que de primeras no me interesa demasiado, podía parafrasear a Gema y decir " a la primera leída comprendes en que consistió la pifia del señor...Aznar"...Cuantas similitudes hay entre lo que cuentas y algunos episodios recientes de nuestra política...Y no quiero mezclar mis creencias en este tema, que se me ve el plumero de lejos, sino hacer referencia a cosas que pasan hoy en nuestro país y que se superaron en otros sitios hace más de 30 años.
El tema del espionaje político costó en su momento el puesto al presidente del país más avanzado del mundo, aqui no es más que un episodio más de una encarnizada lucha política donde todo el mundo tiene mucho que decir y casi más que callar.
El verdadero problema es el que reflejas en tu primera frase, Wolf, la ambición desmedida de los políticos mediocres, aquellos que luchan por el poder y no por el bien común, aquellos que pensando que sus ifdeas son mejores para la colectividad que las del contrario terminan dejando estas en un segundo termino, ocupados por conseguir el lugar en el que poder demostrarlo...El problema es que una vez llegan al poder, las ideas quedaron vacias, ya no significan nada y corrompieron tantas cosas en el camino que ya sólo les queda la huida hacía adelante...El perpetuarse, el buscar seguir, el agarrarse para no caer...
Es triste ver que se entrevista en programas del corazón a personajes cuyo mayor merito fue cometer delitos : Mario Conde, luiss Roldan, Julian Muñoz, Farruquito...tal vez David Frost en contra de lo pensado no se que quedó en la superficie...en nuestro caso, lo que parece despertar el interés es precisamente lo superficial. ¿Alguien conseguiría una audiencia medianamente decente si se anunciase una entrevista en profundidad con Mariano Rubio, por ejemplo?...¿Se acercaría a las audiencias de "Donde estas corazón" preguntando a la novia maltratada del agresor de Jesús Neyra?...
En fin, malos tiempos para la lírica, democracia adolescente en unos casos y cultura preescolar en otros....Sería imposible que alguien emitiera hoy dia, aquellas míticas entrevistas de Joaquin Soler Serrano en esa maravilla llamada "A fondo" con entrevistas a Cortazar, a Borges o a un largo etcetera de personas interesantes con muchisimas cosas que decir...
Nostalgia, pesimismo...la crisis real es de cultura...y la cultura es la primera que paga las crisis.
Saludos. Carpet
Sí que se puede establecer un simil entre lo que cuenta la película y algunos episodios de la vida reciente. En una ocasión Frost le pregunta a Nixon por la existencia de un cuartel candlestino en Camboya que remite, claro, a aquello de Sr Bush, ¿había armas de destrucción masiva en Irak? Pero la película es muy hija de su tiempo y su contexto. Y es que yo creo que aunque Vietnam empezaba a avivar conciencias, la sociedad de los 70 era más inocente y en general tenía más fe en sus políticos y en sus dirigentes. Y eso hoy, pfffffff.
Quizá el caso Nixon marcara un punto de inflexion y a partir de entonces la sociedad americana, y por ende la del resto del mundo, comenzaraa a perder esa fe y esa confianza. Tal vez por eso, el monólogo exculpatorio a modo ya digo de tragedia shakespereana durante la conversación telefónica a medianoche, me resulta algo postizo. Y de acuerdo contigo, a mi Langella me parece eficaz pero no me transmite. Si Howard me pide que tenga compasión de este hombre, no se la alcanzo a tener, si por el contrario me pide que lo odie, tampoco me da motivos para hacerlo.
Carpet, estoy totalmente de acuerdo contigo en tus apreciaciones, salvo en un pequeño detalle. No importa de qué lado vengan, no ha habido ni hay más que mediocridades en el panorama político español. El plumero mío es muy destructivo en cuanto a eso. Estamos plagados de una suerte de Nixon en potencia. Auténticas mediocridades que intentan alargar su brazo para acariciar un poco más de cerca esa mujer voluptuosa que es el poder.
Por otro lado, Dex, yo no creo que la intención de Howard sea que le tengamos lástima, aunque sí creo que alaba su confesión por hacerla en público y hacerla voluntariamente sabiendo lo que hace. Ese monólogo exculpatorio del que hablas no es más que una búsqueda de la autojustificación. Howard nos dice que es culpable y que, por culpa de esos errores, no tendrá condena oficial, sino la condena de la soledad. Algo que ya en "Nixon", de Oliver Stone también se apuntaba. América nunca fue tan idealista como nos la han representado en las películas. Quizá sí hubo algunos líderes que, sobre todo en los 60, eran capaces de imaginar un poco más allá y de remover las entrañas de los que escuchaban. El caso Nixon lo que demostró fue al inocente pueblo americano que sus dirigentes tampoco escapaban a la corrupción y a la ambición pues, de alguna manera, el pueblo americano creía que, mejor o peor, esos políticos intentaban hacer lo mejor para el país aunque estuvieran equivocados. Tal vez John Kennedy y su prematura muerte ayudara mucho a esa idea.
Todos los hombres que se dedican a la política merecen el silencio hoy en día. Todos, sin excepción.
Publicar un comentario