miércoles, 30 de septiembre de 2009

CUANDO LLEGUE SEPTIEMBRE (1961), de Robert Mulligan


En el cine de Robert Mulligan siempre destacaba la mirada de los niños intentando encontrar una razón para ser adultos. Aquí, el estupendo director nos barniza la mirada con maravillosos escenarios, personajes bien trazados, preciosa fotografía y una realización tan fina como acertada para obtener una comedia con cierto aire de decepción, o un drama que no se toma demasiado en serio. En realidad, nunca he sabido muy bien cómo encuadrar esta película. Un romance que sólo se vive un mes al año, una mujer que se cansa de esperar, un criado (fantástico Walter Slezak, uno de esos secundarios de lujo capaces de robar la función a dos estrellas del calibre de Rock Hudson y Gina Lollobrígida) que utiliza la villa de su señor como un hotel hasta que llega septiembre...Con todos estos factores parece que la comedia y el drama están eternamente enfrentados y lo que queda es una agradable sensación de haber visto una película divertida que también nos hace pensar sobre las interminables esperas a las que nos somete el destino.
Eso sí, la risa abierta y franca asoma de vez en cuando y nos sorprende mientras vemos el reflejo de la historia de amor madura que viven Hudson y Lollobrígida que, al otro lado del cristal, viven los jovencísimos Bobby Darin y Sandra Dee (que a raíz de esta película comenzaron un romance tan real que acabó en matrimonio) y sólo la interrumpimos para quedarnos con la boca abierta ante el espectáculo que es viajar por obra y gracia del cine hasta Portofino y desear, allí donde los sueños yacen, que nos gustaría visitar esa ciudad cada uno de los septiembres de nuestra vida, aunque algún que otro año nos apetezca hacerlo en julio.
Y así nos vamos dando cuenta de que las cosas no tienen por qué tener sentido en Italia, de que la lucha generacional no es más que la misma historia repetida una y otra vez, que 206 huesos puestos unos encima de otros con tanta perfección sólo pueden mostrarnos el verdadero significado de una cintura que, de tan pequeña, es inasible, y de cómo unos cuantos diálogos inteligentes pueden enseñar cómo se hace una pequeña comedia romántica transformada en una gran película.
No se llamen a engaño. La fórmula es algo tan sabido como chico-tiene-chica; chico-pierde-chica; chico-recupera-chica aunque haya un exponente al cuadrado y lo más sorprendente de todo es que aún funciona, aún parece que esas cosas que pasan y parecen una broma de la misma vida siguen ocurriendo. Y eso es lo que hace que una película sea una forma de volver, un eterno retorno que siempre es una sonriente salida, un estilo de elegancia de resbaladiza retranca, una moral que no queda antigua. Es algo que nunca dejaremos de recordar. Como cada uno de los septiembres de nuestra existencia siempre tan repleta de proyectos y de cambios. Como cada uno de los días del futuro.

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