martes, 8 de septiembre de 2009

LA VIUDA ALEGRE (1934), de Ernst Lubitsch

Una combinación entre Ernst Lubitsch y Franz Lehar sólo podría dar como resultado la simétrica composición de un vals exento de verdad pero rebosante de encanto. Más que nada porque Lubitsch se distancia de la posible cursilería de Lehar y convierte la historia en una prima lejana, algo pícara, repleta de elegancia, con la cámara siempre en su sitio y con esa escena, que nunca se me borrará de la memoria, de cientos de bailarines danzando como si fuesen fotografías repetidas a lo largo de un corredor de espejos y lujo. Y es que, permítanme que esboce una sonrisa mientras les digo mi siguiente frase: dense un rato de absoluto placer mientras asisten a la proyección de esta película. Es parte de la gloria. Es un pedazo del delirio que producen las burbujas de un baile interminable. Es pura fantasía para los oídos. Es depurada imaginación para la vista. Y aún más. Es apurada inteligencia para la mente. La puesta en escena es suntuosa pero no se dejen deslumbrar por esa dirección artística que hace que el centro de nuestra mirada se dispare hacia todos los rincones de la pantalla. Céntrense en un argumento bien llevado, con muchas suposiciones, con aún más historias no contadas que la que cuenta, con la maestría absoluta de un hombre que sabía convertir una buena opereta en un ejemplo de comedia de toque y ataque.
Si todavía quieren disfrutar más, es muy sencillo. No miren a esos que ustedes suponen relamidos con gomina y gorgoritos como Maurice Chevalier o Jeannette McDonald. Fíjense en ese extenso y brillantísimo plantel de secundarios encabezados por el siempre divertido Edward Everett Horton y terminados por la irresistible gracia de Una Merkel en el papel de la reina. Sí, porque los ambientes en los que nos vamos a mover son de pura realeza. Más o menos, yo les diría que, mientras la ven y para que el placer sea completo, lo que hay que hacer es prepararse una buena cena, una cena digna de un baile de gala en Maxim´s y dejarse arrastrar por los aires del tres por cuatro en clave de frac. Y ya verán cómo al poco de comenzar, se dispersará por el aire una especie de encantamiento en el que creerán que las paredes son de una blancura de palacio, los suelos son los espejos del movimiento, los techos están tan altos que las lámparas parecerán estrellas y, por un instante, tendremos la sensación de que los hombres de la casa llevan una exagerada brillantina en el cabello y las mujeres, en cuanto se levanten, se cogerán el sobrante de la falda para no caer en la torpeza de un inoportuno traspiés.
La película es soberbia. Quizá a algunos pueda parecer que ha pasado de moda (es el pensamiento que a uno se le viene a la cabeza cuando echa una ojeada al título y a los actores) pero la sorpresa es mayúscula cuando uno tiene la paciencia de sentarse a ver los fotogramas de una historia que jamás podrá ser verdad...pero qué maravillosa sensación poder huir durante un rato no muy largo de la verdad...¿Verdad?
Prepárense para dirigir con presteza la sección de cuerda de sus corazones (que, en el fondo, son muy, muy románticos, que lo sé yo), colóquense bien derecha la pajarita blanca de su impecable pechera y compórtense como unos auténticos caballeros, ofrezcan el brazo a sus parejas. No se corten. Si en la secuencia del vals multitudinario les entran ganas de bailar, háganlo, nadie se va a fijar en ustedes, serán unos de tantos y vivirán con alegría lo que Lubitsch realizó con magia y entretenimiento. El clasicismo es la mejor escuela para seguir las enseñanzas de los maestros. De aquí, de esta película, nacen escenas enteras de My fair lady, de George Cukor; o de La sombra de una duda, de Alfred Hitchcock o del homenaje que el propio Lubitsch se tributa en la inigualable El diablo dijo no. ¿Quieren todavía más? Véanla porque es insuperable, porque es magistral, porque es cine.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Absoluto placer es leer este artículo. Eres capaz de hacernos creer que bailamos sobre un espejo. Eres capaz de hacer que me recoja el vestido largo. Eres capaz de hacerme huir de la verdad.
Has sido capaz de hacer que te escriba.

Un placer.

Gema

César Bardés dijo...

El placer es mío. Si por un instante has visto todas esas cosas, entonces el artículo ha merecido la pena.

Anónimo dijo...

Me sumo a las felicitaciones. Apresurado por el trabajo, indico que tengo pendientes varios comentarios sobre Dragonwick ( (transversal sobre mansiones, chicas fuera de sitio y misterios arcaicos) y sobre Mason (que grande en Operación Ciceron). Quiero encontrar tiempo porque las ganas abundan.

Sobre esta entrada, conozco un muy buen blog que colgó el video del vals multitudinario y los espejos, simplemente maravilloso.

Abrazos Carpet.

César Bardés dijo...

Esperamos ansiosos tus transversales en equilibrio laboral. Gracias por el elogio de ambos aunque no lo merece.