Estamos ante una muestra más del enorme talento que poseía el director Budd Boetticher para realizar unas excepcionales películas con un presupuesto mínimo dentro de la más pura serie B. En esta ocasión, Boetticher cuenta con un espléndido guión de Elmore Leonard, hoy en día considerado como uno de los más grandes novelistas contemporáneos del género negro, que en esta ocasión consiguió mezclar con gran habilidad un argumento más propio del cine de crímenes, extorsión y caminos tortuosos con el ambiente del western. Y es que Los cautivos, más conocida entre los cinéfilos por su enigmático título en inglés The tall T, es una de esas películas maravillosas que Boetticher rodó con un protagonista en común, Randolph Scott (un actor ciertamente discreto que sólo brilló cuando la energía y el dinamismo de Boetticher le obligaban a subir unos cuantos peldaños de intensidad) y que se convirtieron en auténticos clásicos del género como Cabalgar en solitario, Westbound, Seven men from now, Decision at sundown, Buchanan rides alone y, seguramente, la más destacada, Estación Comanche. Todas ellas, en sí mismas, se aprecian más como episodios independientes con evidentes denominadores en común que como películas realizadas por un hombre de talento que se convierte en un referente inexcusable para el cine que vendría después firmado por Sam Peckinpah e, incluso, Clint Eastwood. Entre esos denominadores no costaría ningún trabajo hallar la sorprendente economía narrativa que exhibe Boetticher en todos esos títulos y que se camufla bajo excelentes diálogos, una acertada dirección de actores, una planificación cercana a lo clásico pero concebida desde la originalidad, unos parámetros éticos carentes del más férreo maniqueísmo, una violencia áspera y desbocada y un escondido equilibrio entre acción y reflexión que a menudo escapa al espectador menos avezado al perderse entre ese ritmo imparable que siguen todas sus películas.
En este episodio...perdón...en esta película, Boetticher consigue un perfecto matrimonio entre el cine negro y el Oeste, con personajes más típicos del primero que del segundo y que se mueven en situaciones al límite motivadas siempre por el consabido enfrentamiento de valores entre unos y otros. El resultado es una película violenta y llena de negrura en el más puro sentido policiaco...sí...pero también es una muestra de la enorme sutileza de la que era capaz Boetticher con un guión que merecía mucho más que la pena.
Bajo las tinieblas de comportamiento que inundan todo el entramado argumental, podemos atisbar ese pequeño brillo de esperanza emocional que persiguen los personajes, como si, de alguna manera, la brutalidad fuera un paso más dentro del intuitivo caminar de unos héroes que intentan salvaguardar sin mancha alguna un escondido rincón de su moral.
Son apenas 78 minutos de trepidante desarrollo que desafían a la inteligencia del espectador que sabe distinguir la excepcional obra de un hombre que se movió siempre con enormes dificultades en sus rodajes. Boetticher, quizá después de Ford, Mann y Daves, sea el pistolero más rápido a este lado del Tajo, así que, si deciden verla, no se distraigan, no aparten la vista...pueden perderse lo más importante...saber quién va a disparar la bala que se dirige justo al centro de sus cejas.
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