viernes, 3 de septiembre de 2010
TOY STORY 3 (2010), de Lee Unkrich
Hace muchos años, cuando yo era niño y la imaginación poblaba mis pensamientos, tenía un coche de juguete muy pequeño. Era un Chevrolet Corvette que estaba decorado como si fuera un vehículo de rally y que en la parte de atrás, a modo de broma y de rebeldía, tenía un cartel en blanco y negro que ponía Lazy Bones. Desde luego, yo, en aquella época, no tenía ni idea de que ese cartel significaba “Huesos vagos” y comencé a llamar a aquel coche con el mismo nombre que lucía en su parte de atrás: Lazy Bones.
Han pasado más de treinta y cinco años desde que dejé de jugar con él porque la vida me impulsaba inevitablemente hacia la madurez y los juguetes dieron paso, con la velocidad de un coche de carreras, a las chicas, al carnet de conducir y a las tonterías propias de la adolescencia. Pero Lazy Bones sigue por aquí, en mi casa. Su color amarillento se ha ido descascarillando pero sigue rodando tan bien como antes. Mi hijo juega con él y yo, de vez en cuando, aún me arrodillo para lanzarlo, como hacía en mi infancia, a toda velocidad por el pasillo.
Estoy seguro que, cuando nadie le ve, Lazy Bones, se ríe para sus adentros, limpia motores, revisa suspensiones y se hace una puesta a punto digna de cualquier campeón de resistencia.
Todo esto puede que no venga a cuento pero es que este es el tema de una película tan llena de aventura y sincera emoción como Toy Story 3. Del adiós a la infancia y del comienzo de la vida adulta. Del lugar en el que quedan los juguetes que siempre han sido compañeros incondicionales en el largo viaje del aprender. Del deseo de esos mismos juguetes de buscar a un niño que aún siga queriéndoles aunque, en el fondo de sus pilas y de sus plásticos, tengan la certeza de que siempre pertenecerán al mismo niño que, un día, posó sus ojos sobre ellos con un incontenible deseo de manejarlos.
Y es que esos juguetes fueron confidentes, fueron oídos que escucharon nuestras ingenuas quejas, fueron capaces de recoger las lágrimas que derramábamos por algún motivo que nos parecía importante. Fueron amigos y maestros. Fueron desahogo y alegría. Fueron rincón y amplitud. Y casi todos ellos quedaron arrumbados en algún lugar que no mirábamos mucho para no plantearnos la odiosa duda de si debíamos conservarlos o hacer por fin algo de sitio y tirarlos en el primer cubo de basura que encontrásemos.
Esos juguetes, estén donde estén, siguen siendo nuestros. Fueron nuestra meta más preciada en su momento, lo más importante, el motivo de nuestro ansia. No merecieron acabar descuartizados por cualquier otro niño desaprensivo o que ni siquiera llegaba a la edad para tener el privilegio de jugar con ellos. No hicieron nada para acabar aplastados en un cubo de basura que también arrasaba con buena parte de nuestros sueños fingidos. Debimos coger aquellos compañeros de risas y penas y darlos a quien sabíamos que iba a cuidarlos como niños y a quererlos como promesas. Al fin y al cabo, mientras podamos jugar, seguirán siendo una parte imborrable y genial de nuestra vida y parte de lo que somos, lo somos por culpa de ellos.
Así que, en cuanto termine el artículo, voy a sacar de nuevo a ese niño que miraba el girar de las ruedas desde el suelo para entretenerme un rato con Lazy Bones. Él nunca ha dejado de cumplir con su misión y no ha querido separarse de mí. Ha aguantado golpes, arañazos, curvas peligrosas y profundos baches y, lo que es aún mejor, me ha enseñado a aguantarlos a mí. Ganó no sé cuántas carreras pero muchas veces, cuando mi hijo no me ve, aún le digo que está ganando la más increíble de todas. Es aquella que se gana a ese tiempo que, en este instante, me conduce con decisión hacia la vejez.
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2 comentarios:
No es la primera vez que alabamos el cine que las pelis de dibus nos regalan cada vez que se estrenan. Ya mencionamos que la calidad cinematográfica se había trasladado a la animación.
Recuerdo que hubo un tiempo que se temía la desaparición de los actores de carne y hueso sustituidos por el perfeccionamiento de la digitalización. "Final Fantasy" y "Simone", fueron ejemplos de entonces. Ahora comprobamos que no es necesario diseñar un cuerpo y un rostro perfectamente humano y dotarles con gestualidad casi real para sustituir a un actor. La película no obedece sólo al realismo de las imágenes sino a la capacidad de transmitir las emociones. Eso es algo, que algunos actores de carne y hueso logran con su talento y eso es algo que también se logra cuando se cuenta bien una historia, a pesar de que lo que aparezca en pantalla sea algo tan poco parecido a nosotros como Mr Potato.
Soy un fan de la trilogía "Toy Story", por lo que supuso de avance tecnológico tanto como por lo que supuso en el tratamiento del cine de animación, hasta entonces casi exclusivamente infantil. Pero sobre todo lo más notable de estas películas, en especial esta maravillosa 3º parte, es que los temas planteados son fundamentalmente adultos, o como mínimo a temporales.
Porque los celos que se tienen al verse desplazado por otro que se convierte en el centro de atención donde antes un brillaba con luz propia, tal y como podemos ver en la primera de la serie; el desamparo provocado por el secuestro y el afán del grupo por rescatar al ser querido que vimos en la segunda; y por fin el sentimiento de abandono, de dejar de ser útil y de nostalgia por los tiempos en los que dimos todo por alguien a quien ya no interesamos que vemos en este maravilloso cierre de la trilogía y para mí la mejor de las tres. Son temas absolutamente adultos, que corresponden a la condición humana y que por tanto nos llegan y nos conmueven comprendiéndolos como si no viésemos que les están sucediendo a unos juguetes.
¿No hay acaso un paralelismo entre el abandono y desprecio a unos juguetes que ya no interesan al joven que ayer fue niño y el que puede sentir un anciano padre que ya no interesa a unos hijos ocupados en otras vivencias?.
Wolf, tú señalas con tu habitual acierto esos sentimientos que reflejan el aprecio por nuestros antiguos compañeros de juegos, inanimados ellos. ¿ No hemos perdido y olvidado en nuestro quehacer diario a los que eran reales? A nuestros amigos de la infancia, a algunos de los del barrio o del colegio, a nuestros primos que una vez que crecimos nuestros padres distanciaron las visitas y terminando sabiendo de ellos de forma indirecta y con probable indiferencia…
La carga de profundidad de lo que nos cuenta Toy Story 3 con ritmo, humor y sensibilidad sin empalago es de las que conmueven, de las que obligan a pensar a los adultos y entretiene a los que no lo son. Mis hijos se lo pasaron de maravilla, yo la disfruté y me conmovió, me inundo de nostalgia, me hizo recordar, me permitió pensar en un futuro más allá de la próxima semana.
Es una película maravillosa
Debo reconocer que lloré al ver esta película, aunque hace dos o tres días comí con una periodista que me decía que llorar en el cine era una cursilada de narices. El caso es que me emocionó porque, en realidad, nunca llegas a despedirte de esos juguetes, de esos amigos de la infancia que un día te dieron en el clavo y consiguieron una ingenua complicidad contigo o de esos sitios a los que, simplemente, dejaste de ir porque los años se te echaron encima y te llegó la edad en que considerabas aquello cosa de niños.
Y sí, también pienso en los padres, a los que despreciamos tanto y sin querer cuando llega la adolescencia y que empieza con la famosa frase: "Es que me aburro con vosotros" sin alcanzar la creencia de que les estamos hiriendo en lo más profundo porque ellos se vestirían de payasos si hiciera falta con tal de que no nos aburriéramos. Todo se recubre de una suave capa de olvido que los años se esfuerzan en enterrar. Por eso, ese coche amarillento que aún corre como una bala, mi querido "Lazy Bones", tiene tanta importancia para mí. Me recuerda a todos ellos, me hace soñar que juego y me hace jugar soñando y, además, por alguna razón que desconozco, se ha convertido en uno de los juguetes favoritos de mi hijo. Estoy seguro de que ese coche, ahora mismo, es muy feliz y que corre más que nunca y que se esfuerza, con su veteranía, en no darse demasiadas tortas contra los zócalos de las paredes para no descascarillarse aún más.
Maravillosa trilogía la de "Toy Story", maravillosa inteligencia la de sus creadores que, desde el principio, se esforzaron en hacer dibujos animados y no recreaciones humanas en dibujos animados. Esas películas, cuando mi hijo comience a tocar los cojones, pertenecerán a mi imaginario particular y sé que un día él volverá a mirar ese armario donde tenemos todos los títulos de la Píxar y exclamará: "¡Anda! Papá aún tiene las películas de Toy Story".
Gran complemento el tuyo, Carpet, gracias y un abrazo.
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