martes, 5 de abril de 2011

EL BAILE DE LOS MALDITOS (1958), de Edward Dmytryk

Michael (Dean Martin) es una estrella de Broadway que no sabe muy bien cuál es el significado de ser un hombre. Siempre toma atajos hacia su comodidad, hacia su falta de compromiso. Sólo quiere vivir bien, salir con su chica, rodearse de lo que tanto le ha costado y dejarse de guerras en Europa, de instrucción militar, de obediencia obligada. En medio de un bombardeo, justo allí en el más cómodo de los destinos, con un despacho como trinchera, cambiará de opinión para ir a primera línea porque llega al convencimiento de que si se queda donde no sirve, no tendrá su propia estima y habrá siempre una sombra de desprecio en la mujer que ama. Ambos saben que otros no dejan de luchar y él no tiene derecho a la retaguardia.
Noah (Montgomery Clift en pleno camino a la ruina física) es un judío sencillo, también enamorado, que cree que en la guerra podrá ser útil porque, realmente, no es que sepa hacer mucho. En el cuartel tampoco es muy hábil, es un enclenque un poco pusilánime y la compañía sufre castigos por sus torpezas. Deciden hacerle la vida imposible. Él no se rinde. Luchará hasta la extenuación por hacerse un hueco en el respeto de los demás. Pero es un hombre que no tiene las cosas muy claras y cometerá el error de desertar porque llega a creer que no hace nada allí salvo luchar por una dignidad en la que nadie repara (qué duro es eso). Una niña a punto de nacer la hará cambiar su pensamiento. Regresará para unirse a su compañía y batirse en Normandía. Y Noah Ackerman se convierte en un auténtico soldado, que salva vidas y quiere salvaguardar la suya por encima de todo, porque sueña con el día en el que podrá ver a su hija…
Christian (Marlon Brando) está en el lado alemán. Es apenas un criado de los turistas, un mero instructor de esquí que cree que con Hitler las cosas mejorarán. Se alistará y llegará a capitán de la Wehrmacht. Pero en el camino asfaltado con sangre que tendrá que recorrer se dará cuenta de que la guerra no es para el futuro de un país, ni para mejorar la calidad humana de la ciudadanía sino que está llena de viles satisfacciones de la crueldad. Un disparo sin piedad a un moribundo. Una mujer que se le ofrece a destiempo. El temor a que se castigue a quien ama por el hecho de amarle. Un campo de exterminio…todo desemboca en un arranque de auténtica furia en el que golpea su arma contra el tronco de un árbol caído destrozando toda la violencia moral que le ha arrasado por dentro y ha hecho de él apenas un vagabundo en retirada que espera el consuelo de una bala…lo malo es que esa bala saldrá sin avisar y cuando él, víctima de la propia moral que condena, tampoco tenga oportunidad de defensa.
Basada en una excepcional novela de Irwin Shaw, Edward Dmytrik dirigió El baile de los malditos como un apasionante retrato de las razones humanas que intentan sobrevivir en medio del odio. Balas de convicción en trincheras inexpugnables de brutalidad que creemos que nunca se pueden alcanzar.

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