viernes, 17 de febrero de 2012

EL INVITADO (2011), de Daniel Espinosa

La rutina es una losa que llega a ser muy difícil de mover. Todos los días el mismo timbre del teléfono, la misma contraseña ridícula, el mismo informe innecesario. La pelota golpea en la pared, en el suelo y vuelve a la mano. Invariablemente. Inevitablemente. Y alguien de mirada sabia, de nervios de acero, de veteranía casi insultante viene y se registra como invitado. Todo se concentra en sus ojos. En ellos están todas las respuestas.
Los disparos se suceden. Las decisiones se precipitan. Hay que actuar con sangre fría y no hay tiempo para pensar. La vida por el sumidero. La lógica por la alcantarilla. El vertedero de espías se va amontonando. Traición, ambigüedad, dinero, inocentes sin futuro, inteligencia sin otro objeto que la corrupción. Los estallidos proliferan y la protección es un rompecabezas que no encaja, que no se soluciona. No, al menos, con los métodos habituales de cloaca y ráfaga. La clave es la honestidad.
No hace mucho se pudo ver una muestra del trabajo del director Daniel Espinosa bajo la bandera sueca de Dinero fácil y ya se notó cómo, en sus manos, la cámara se contagiaba de un nerviosismo que se antoja fútil y más una excusa para dejar una impronta de falso estilo que como un recurso narrativo de evidente explicación. Lo cierto es que, teniendo un buen argumento entre las manos, Espinosa no sabe encuadrar con precisión ni un solo plano porque de las mil maneras posibles de rodarlos, elige siempre la peor. Salta del estilo documental a su característico y falaz nerviosismo, de la técnica videográfica al mareo gratuito, quiere ser vibrante y es pesado y maneja mal algunos tópicos porque caen en lo previsible mucho antes de llegar al desenlace de la situación. Así lo que se consigue es dar con una película llena de algo pero vestida de nada. Entre otras cosas porque la historia tiene la suficiente fuerza como para atrapar y cazar aunque no para desollar y, en buena parte, eso se debe al soberbio trabajo de Denzel Washington, capaz de dar empuje y brío al asunto. Por otro lado, Ryan Reynolds acierta aunque no asombra y detrás hay todo un plantel de secundarios que aportan una ventaja añadida en la retaguardia y que responden a las identificaciones positivas de Brendan Gleeson, Vera Farmiga, Rubén Blades y Sam Shepard.
Hay escenas de mucha intensidad aunque siempre tomadas en un primer plano exasperante. Otras de mero descanso que ponen la paciencia a prueba por un deseo incontrolable de rodar cámara al hombro. Al hombro roto, además. La torpeza de algunas operaciones es tan evidente que uno llega a preguntarse cuáles son los requisitos exigidos para entrar en la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos. Perder la vida, aquí, no implica necesariamente dejar de existir. Es sólo el paso de rutina si aún se guarda algo de moral en el pensamiento. El engaño tomado como verdad. El cine travestido de modernidad. La ambición de un peldaño más. La decepción de subirlo y darse cuenta de que no se ha avanzado nada.
Así pues, quizá sea tiempo de mirar alrededor y de darse cuenta de que lo que se tiene, ya es mucho. La monotonía es el mejor signo de que la tranquilidad es la mejor compañera. Ser agente de campo no es ninguna ganga porque, tarde o temprano, la persecución será lo normal. Y todo el mundo sabe que los vertederos se suelen situar en medio del campo. Va a ser mejor volver al mismo timbre del mismo teléfono, a la misma contraseña ridícula y al mismo informe innecesario. ¿Y la honestidad? Eso, ahora, es un cuento sudafricano.
Nombre clave: Aceptable. Verificación: No está mal. Informe remitido a las 01:23 a.m., hora española. Dirigirse a piso franco para su transmisión inmediata. El invitado dejará en un artículo todo lo que piensa. Cuiden del invitado. Yo soy su invitado.

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