lunes, 13 de febrero de 2012

LOS PARAGUAS DE CHERBURGO (1964), de Jacques Demy

El amor, triste amor, fugitivo de los besos que se entrega a la vida cantada, prisionera del tiempo. Lo que hoy es pasión se convierte en recuerdo y la intensidad muere cautiva de unos corazones que dejaron de tener el mismo compás. Los adoquines mojados de la ciudad son testigos de las caricias y de las palabras dichas en frases dulces que recoge el aire y las disuelve. El romance es el acento y la tristeza es el punto final. La separación obliga y todo se vuelve insulso, una obligación de vivir sin aliento, una monótona sucesión de viñetas que impiden traspasar la pared que se edificó después del ayer.
El amor, triste amor, ése que sabemos que no puede existir sin melodía, el cielo en colores que se torna blanco y negro de decepciones. La pena irrumpe y todo muere. El lado correcto de los sentimientos suele ser también el más aburrido de los placeres. El lamento se lleva como una prenda más pero no se canta, sólo se intuye. Esperar cuando nada es capaz de esperar. Querer cuando todo es capaz de querer. Fuerzas que chocan cuando la vida se empeña en trazar su camino hecho de polvo de ilusión, de recuerdos intocables que caen derruidos cuando el encuentro se produce. Amor y seguridad. Dos términos contrapuestos en una lucha que suele ganar el que no lo merece. La suavidad preside el camino de las sensaciones. La música nos llega al fondo de la amargura sin dejar de pensar en que, una vez, la vida fue también dulce.
La gloria de haber probado el amor es la semilla que hace cambiar los corazones. El final es el adecuado para el desgarro. La tranquilidad es el único consuelo. Dejar las cosas como están. La lluvia…ya pasó. La distinción es la escena. La tristeza llega a la belleza. El destino parece reírse. Las cosas no tendrían que haber sido así, pero así son. Todo es encanto, todo es carisma. La desgracia funciona y quien presiente cómo tenía que haber sido el amor solo tiene el consuelo de las lágrimas.
Jacques Demy dirigió una película que rompió con los moldes establecidos del cine de autor a través de su implícita poesía. Él supo poner sobre el fotograma un argumento mil veces visto pero nunca igual. Cherburgo está al fondo, con sus rojos y amarillos, gritando para ser el escenario de unos besos que se perdieron en la separación. Michel Legrand puso notas y color y el público rompía a aplaudir porque todos sabían que ese amor se vive tan solamente una vez. El olvido no existe. Y estos dos hombres se encargaron de hacer que esta película fuera una joya única dentro del panorama cinematográfico europeo. En ella pusieron encanto y desolación. Pusieron alma y profesionalidad. Supieron que iban hacia una estación de servicio donde las gotas de lluvia se quedan colgadas con dedos de desesperación. Y todo el mundo sabe que las verdaderas historias de amor no tienen nunca final. Lo que poseen es una interrupción que imponen los acontecimientos. Porque el amor se queda ahí, anclado en las entrañas, removiendo el interior con las malditas palas que maneja el recuerdo.

2 comentarios:

dexter dijo...

Descubrí esta película hace relativamente poco, y tuve la sensación de haber llegado a ella demasiado tarde, como que ya se había quedado vieja. Había oído hablar mucho de ella, de su curiosa puesta en escena y por supuesto con su inovldable banda sonora siempre presente. Supongo que lo de esta noche será más que nada un trabajo de arqueología, tratando de analizar el enorme impacto que tuvo la propuesta en su época. No obstante, creo que la peli tiene momentos muy logrados, y ese final en la gasolinera, con ellos dos, y el paso del tiempo de fondo me pareció muy impactante. De todas formas, he de confesar una última cosa, y es que yo a Medemoiselle Catherine nunca la he tragado.

Abrazos en do mayor.

César Bardés dijo...

Tuvo un gran impacto porque trató con gran sensibilidad un tema que ya estaba más que trillado, haciendo, además, una propuesta estética bastante atractiva en aquella época. La película, sin duda, tiene momentos logradísimos y además despertó la conciencia de que los europeos también podíamos hacer un musical con cierta clase. En cuanto a Catherine comprendo lo que dices y la trago mucho más en "La sirena del Mississipi", por ejemplo (coño, es que François era François). En todo caso, Demy apuntó ya maneras hacia el manierismo un poco exagerado hacia el que acabó derivando. Sin embargo, bien es verdad que hay que decir que es una propuesta interesante para San Valentín.
Abrazos bajo el agua.