jueves, 29 de noviembre de 2012

GOLPE DE EFECTO (2012), de Robert Lorenz

La vida es como el béisbol. A menudo, hay un lanzador que, para conseguir el triunfo, tiene que lanzar una bola con efecto, curvada y muy certera. Un hombre que tiene ya el pie en el estribo intenta hacer lo que siempre ha hecho bien. Salvo una cosa: ejercer como padre. Porque cuando le tocó lanzar se dio cuenta de que no, que no era un buen jugador, que la bola que lanzó en su día por poco parte la cabeza a otro, que a partir de ese momento, su brazo se encogió, su precisión fue solo un gesto, su día fue una permanente noche.
Por el camino, un reguero de amistad de la buena, una experiencia que entorna los ojos cuando las cosas salen como deben salir y el eterno error de creer que lo mejor es no hacer sufrir porque, quizá, así se está negando el verdadero futuro. Y es que el futuro acaba por terminarse. No tantas gradas altas y más asientos a pie de campo, no tantas ambiciones y más apasionarse por lo que se hace porque hay muy pocos mortales que se dedican a lo que realmente les gusta. Hablar sin descanso, desnudar la emoción. Eso es la esencia de todos y ya empezamos por negarla desde el principio.
Por supuesto, qué duda cabe, también hay enemigos que están enfermos de la enfermedad más común de nuestros días. Se llama “ir de sobrado” y sus síntomas se hacen evidentes a través de un cierto enganche a la ciencia de la mentira, a la ventaja tecnológica, al fundamento de los números sin pisar la verde hierba de la experiencia ni tocar la blanca bola de la razón. Por ahí, el afecto busca un lugar donde posarse. Porque la bola se vuelve a lanzar. Y esta vez, la eliminación está muy cerca.
No hace falta ser un ojeador permanente del cine para adivinar cuál ha sido la jugada de esta película. Es muy difícil que haya una sola compañía de seguros en todo el mundo que se arriesgue a cubrir la dirección de un hombre como Clint Eastwood, con ochenta y dos años bien cumplidos. Así pues, se encomienda la dirección a Robert Lorenz (solo de nombre) recurrente director de la segunda unidad de muchas de las películas del gran director como Million Dollar Baby, Mystic River o Medianoche en el jardín del bien y del mal y convenientemente sindicado según las leyes laborales norteamericanas, el propio Eastwood produce bajo el mítico sello Malpaso y se rueda según un guión que incide en sus obsesiones como la tortuosa relación entre un padre y una hija o la entrada de la vejez inoportuna en una vida que aún merece la pena. O que quizá no la merezca. El caso es que el invento delata una estupenda interpretación de esa actriz llamada Amy Adams,, un gozo de acompañamiento bajo el maravilloso y corto papel de John Goodman y una leve repetición del personaje del propio Eastwood que ya se vio en Gran Torino, un buen puñado de situaciones muy previsibles pero que funcionan con eficacia y, sobre todo, la sensación de que se ha visto una película que te deja buen cuerpo, una media sonrisa y la seguridad de que quien tuvo, casi siempre, retuvo.
Por otro lado, la dirección es sobria, insistiendo en los golpes y caricias que se prodigan en el juego y en la vida los protagonistas, corriendo desaforadamente hasta las bases que asienten todas sus entradas porque, por lo general, la felicidad no se halla en la cúspide, ni siquiera en la ascensión, y mucho menos en la competición. Se encuentra en el cariño por las cosas que se hacen, en la vida que realmente se quiere elegir y no en apariencias cómodas o en cuentas corrientes que evidencian tantos ceros como mediocridades. La bola tiene que estar bien lanzada para eliminar a los inútiles, a los que no sirven, a los que desean escalar sin mérito, a los que quieres subir solo a golpes, sin ninguna caricia para nadie. Es batear sin más objetivo que acertar en medio del éxito. Y eso no lleva a ninguna parte a no ser que en el bolsillo interior se lleve la satisfacción personal de haber hecho algo que dé de comer al espíritu y no solo a la ambición.

2 comentarios:

Carpet dijo...

El otro día lei a proposito de esta peli una crítica que decía : "Es una película que parece de Clint Eastwood, pero no es de Clint Eastwood". Viniendo a significar que todos los temas recurrentes del director, su interpretación y su fórmula parecían compartidas, pero que en realidad acusaba un poco de tibieza, una falta de fuerza o de pasión que inunda el cine de Clint. No la he visto (como dije me tire al cine patrio) pero incluso en tu articulo, a pesar de que comentas que el cambio de autor no deja de ser un juego de picaresca y que es el propio Eastwood el que lleva los mandos, se trasluce que parece haber algo más de mecanico que a lo que nos tiene acostumbrados Clint. En fin, habrá que verla y disfrutar nuevamente con Amy Adams.

Lo que me hace gracia es que su tema se pone justo al lado contrario de la estupenda "Moneyball". Allí, tecnicas estadisticas modernas se imponían frente al olfato de los viejos zorros y aquí justamente se reivindica a estos por encima de valores puramente objetivos que sólo miran una pantalla de ordenador y no un campo de juego.
Es curios, pero esa es la virtud del cine yanki y lo que la eleva por encima de todas las filmografias. Son capaces de hacer una película y su contraria y que ambas te parezcan imprescindibles (y no digo que esta lo sea, a lo mejor)

Abrazos crepusculares (otra vez)

César Bardés dijo...

Yo creo que sí es de Clint Eastwood. Su dirección es de tal austeridad, que recuerda a Clint, su tratamiento del tema recuerda a Clint y su emoción, que también la tiene, también recuerda mucho a Clint. Para mí es una jugada clara. No quiere dejar de dirigir a pesar de lo que digan las compañías de seguros. Recordemos que uno de los problemas de Billy Wilder desde "Aquí un amigo" fue precisamente ése. No había compañía de seguros que se arriesgara a cubrir una película en la que el director fuera la estrella.
Habría que hacer varias aclaraciones a todo lo que dices. Hay tibieza en la película, sí y eso la gente lo nota. También voy a decir algo que no sé si debo. Al final tiene un subidón que hace que la gente se vaya muy satisfecha y reconozca esa paciencia también que caracteriza a Clint construyendo sus películas. Hay mucha pasión al final, te dibuja una sonrisa que no puedes dejar de tener, así de claro. El comentario del señor de atrás cuando acabó la película fue: "Es mucho mejor que la mayoría de las películas que he visto este año". Puede que haya algo más de mecánico porque la vejez es algo que ya sacaba en "Gran Torino" y que parece que se repite un poco. Su viejo es un poco el de "Gran Torino", el cascarrabias que no quiere ayuda aunque sabe que la necesita, que gruñe como toda respuesta a algunas preguntas y que, al final, encuentra una vía para comunicarse con su hija (cosa que se puede encontrar en muchísimas de las películas de Clint).
En cuanto a la comparación con "Moneyball", bueno, sí se pone al lado contrario y no. Mientras la conclusión de "Moneyball" se resumía en que lo mejor es una combinación de la estadística (recuerda, la ciencia de la mentira) con el olfato de los que realmente saben en un deporte que admite la precisión (o no-precisión) matemática para sacar conclusiones, aquí lo que se dice es precisamente eso pero un poco ladeado al lado contrario. La estadística no es suficiente. Es útil pero hay que bajar al campo y verlo, observar y haber visto mucho, mucho béisbol.
En todo caso, ya te digo. ¿Es una buena película? Sí, pero nada más. ¿Sales satisfecho del cine? Sí, pero hay que reconocer que sales satisfecho porque se te ponen por delante una serie de tópicos que funcionan, que te remueven, que apelan incluso a tu capacidad personal en lo que seas realmente experto y ahí es donde la película se hace fuerte. Además el personaje de Amy Adams es uno de los más sólidos personajes de hija que han salido en una película del viejo maestro. Ella es una razón más para ir a verla. Incluso más que él, al que encuentro bastante cascado.
Abrazos arrugados.