La ciudad vista desde el aire. Muestra una extraña desnudez, con su ropa interior de cemento y prisas, con sus misterios detrás de cada ventana, con su ruido ahogado hecho de asfalto. Un cadáver es encontrado y la brigada de homicidios comienza su trabajo. Nada es lo que parece. Un mentiroso compulsivo es uno de los testigos y un viejo sabueso se lanza a la caza del asesino. La ciudad desnuda es el perfecto escenario para mostrar el calor radiante de los suelos aplastados por las pisadas. Un joven policía realiza la labor de desgaste de suelas. Y un productor de cine, Mark Hellinger, pone la voz para narrar que la ciudad siempre está desnuda aunque no seamos capaces de darnos cuenta.
La vieja loca que aparece. La asistenta que coquetea. La novia engañada. El niño que merece una regañina. La violencia que se esconde para aparece con toda su brutalidad. El final, hecho de hierro y soledad en las alturas, mientras se mira a una ciudad que parece trazada con un tiralíneas en el plano de las miserias. La ciudad se desnuda. Llena de excitación. Y las pistolas proporcionan el clímax. El calor arrecia. El odio se desata. La película es enorme. La ciudad también.
Jules Dassin dirigió con una maravillosa maestría este retrato urbano de muerte y de trasiego. Pensar en medio de tanta algarabía y de tanto calor, se convierte en toda una muestra de heroísmo y de audacia. La casualidad también tiene que aliarse para que el misterio llegue a ser resuelto. Y por ahí está esa vieja figura, pequeña, casi insignificante, de un veterano investigador que canta mientras desayuna, que siempre tiene un toque de humor preparado para que sus hombres trabajen con ánimo, que discurre con agudeza y concluye con brillantez y que está espléndidamente interpretado por Barry Fitzgerald, atípico policía de mirada difusa y pensamiento decidido. La satisfacción de resolver es la paga. El resto es dar rienda suelta al encerrado instinto de la gran ciudad.
Con una fotografía que se acerca al documental, unos personajes soberbiamente dibujados, casi grotescos en una ciudad que esconde demasiadas vergüenzas, La ciudad desnuda es una obra maestra del cine negro que merece ser redescubierta para darse cuenta de la originalidad de sus planteamientos, de la atipicidad de sus personajes, del peligro constante en el que se vive en una urbe que camufla los gritos, que urde demasiadas tramas, que recibe y nunca paga, que es piedra destartalada y baldosas de desánimo, que lucha y aburre pero no pierde, que es un callejón sin salida para quienes construyen sus vidas en mentiras. El asesinato construye su casa entre sus calles. Es el precio de ver a la ciudad desnuda y cansada, con luces de vuelta esperando el sol de ida. Es perder todos los días un poco aunque la victoria también pase por allí y solo dure unas horas. Horas de trabajo. Horas de deber. Minutos de satisfacción.
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