Por alguna razón ignota, siempre hemos imaginado a los poseedores de la perversidad como mentes inteligentes que maquinan continuamente la consecución de sus objetivos prescindiendo de la moral, dando por sentado que saben lo que hacen, que son capaces de discernir las consecuencias de sus actos y el beneficio que les produce pero eso no tiene por qué ser necesariamente así. Tal vez la misma encarnación del mal era de una mediocridad apabullante, un simple burócrata que no se planteaba, ni por un segundo, la justicia ética de sus acciones. Un pedazo de carne con ojos que, sencillamente, cumplía con su trabajo porque así se lo habían ordenado.
Y eso es difícil de aceptar para las víctimas de su perfidia. Cuando un individuo se niega a sí mismo la capacidad de pensar y ejecuta la orden sin plantearse nada más, entonces no es del todo asimilable que ese tipo esté haciendo un mal tan doloroso, tan impronunciable, tan terrible. El mal tiene que ser una decisión pensada porque si no, pierde parte de su esencia. Pero es posible que el verdugo solo sea un instrumento de una maquinaria dedicada a exterminar y que ni él mismo pueda ver que eso que está haciendo sea malvado. Lo exige la situación. Lo exige el todopoderoso Estado y no hay más que hablar.
Si a eso le añadimos que siempre hay una cierta connivencia de algunos sectores que habitualmente han sido considerados moralmente fuera de toda duda entonces la escocedura comienza a ser un principio de odio y de deseo expreso de silenciar cualquier voz en ese sentido. La corrupción es un mal que siempre ha existido y que siempre existirá por mucho que nos empeñemos en extirparla o eliminarla. En algún lugar habrá, con toda seguridad, alguien que esté dispuesto a venderse, a vender a sus amigos, a vender a su familia, a vender la integridad con el fin de asegurarse un porvenir lleno de comodidades y, más aún, si todo esto ocurre en tiempos en los que la deriva se convierte en una forma de vida.
Si todo esto se aplica a algo tan sumamente rechazable como es el nazismo y, en concreto, al célebre juicio de Adolf Eichmann y, para más ironía, lo escribe una brillantísima filósofa de origen judío alemán entonces el escándalo es de proporciones épicas y comienza a configurarse una conspiración para desposeer de la razón a alguien que ha aprendido a darle forma. Porque el mal podrá ser una decisión extrema pero nunca podrá ser una decisión radical. Todo radicalismo requiere una cualidad fundamental del ser humano: pensar.
Margarethe Von Trotta, esposa del director Volker Schlöndorff, aclamado por El joven Törless y, sobre todo, por El tambor de hojalata, ha dirigido esta película con convicción, como homenaje a una de las mujeres que más supieron hallar las raíces del pensamiento en el siglo XX y que elaboró cuidadosamente toda una teoría sobre el mal a raíz del juicio a uno de los responsables de la solución final después de su espectacular secuestro en Argentina. Para ello, pone en movimiento a una serie de personajes eficaces, que juegan con pasión desde sus respectivas posturas y, por encima de todo, desde el dolor y de la falta de imparcialidad que pudo regir en un juicio que solo alimentó una apariencia de legalidad y la sensación de que Israel, por el mero hecho de haber sido víctima, tenía el derecho de condenar a quien creyese conveniente y culpable de haber asesinado a seis millones de judíos. Un dilema moral que aún no se ha resuelto porque sigue habiendo exterminios raciales, religiosos y políticos en muchas partes del mundo. Lo cual no es más que un signo muy preocupante de que la mediocridad abunda en todos los rincones de la Tierra.
2 comentarios:
Los tres primeros párrafos del artículo, impresionantes. No han hecho más que incrementar mi interés por una película que tenía ganas de ver, aunque no sé si podré por las fechas. Se puede aplicar a la época que retrata el film pero también a la actural, por algo la Historia se repite, y en el fondo, siempre está pasando lo mismo.
"El mal tiene que ser una decisión pensada porque si no, pierde parte de su esencia". Qué gran razón tienes. Yo muchas veces con la que está cayendo me pregunto si los causantes de lo que pasa ahora se echarán a la cama tranquilos y sin remordimientos. Cada vez me es más difícil creer, te lo digo de verdad, que pueda haber gente con tan poca conciencia.
Por poner algo de cine, hace poco volví a repasar "El tambor de hojalata" y es una película que sigue teniendo mucho encanto, aunque en algunos aspectos se haya podido quedar algo antigua. Suponiendo que pueda quedarse antiguo algo que tiene tantas capas de surrealismo y locura. De Schlöndorg también me gustaría reivindicar "El ogro", una peli tremenda con un Malkovich pletórico.
Muchas gracias por tus palabras.
Abrazos con conciencia
Me alegro de que mis posibles aciertos cristalicen en las ganas por ver una película. La verdad, yo no puedo esperar nada mejor. En cuanto a lo que dices de la gente que es responsable de lo que está pasando...simplemente, no piensan en ello. Llámalo mecanismo de autodefensa o puro pragmatismo, lo que quieras, pero desde luego no se plantean ni lo más mínimo el daño que están haciendo a los que tienen o tenemos el dinero justito para nuestras necesidades, con todo lo que conlleva eso de derechos a las más diversas asistencias sociales y a los más elementales derechos humanos. La conciencia, simplemente, es un concepto en desuso.
En cuanto a lo que comentas sobre las pelis de Schlöndorff, sigo creyendo que "El tambor de hojalata" es muy buena, quizá sí tienes razón en que algunos de sus aspectos se han quedado un tanto trasnochados pero me sigue embaucando cada vez que la veo. "El ogro", fíjate, no me hizo tanta gracia aunque Malkovich, efectivamente, estuviese eminente. De Volker Schlöndorff, que no es un hombre de una filmografía muy extensa, me quedo con "El joven Törless" porque es, de forma clarísima y cercana a la genialidad, un precedente muy cercano a "La cinta blanca", de Haneke y que también ahonda en las mismas preocupaciones educacionales de cierta generación de infausto recuerdo.
Gracias a ti por decir tantas cosas, Dex.
Abrazos con mucha, mucha conciencia.
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