El dolor que da paso al odio. Y el odio trae a la venganza de la mano. Es fácil caer en la tentación cuando la vida se ha limitado a veinte días de felicidad y a muchos años de penuria, de desgracia y de muerte. Y hay que coger a los escorpiones y matarlos, aunque se esconden debajo de las piedras. Solo hay que seguir la pista como si un detective privado comenzara uno de sus casos. Por el camino tendrá que vérselas con una serie de tipos equívocos. Un banquero con cara de no haber roto un plato. Un guía turístico que se las sabe todas y solo quiere subirse al tranvía del oportunismo. Una mujer fácil que no duda en mentir para salvaguardar su honor. Una chica reclutada como cortina de humo que sabe que lo que está haciendo no es bueno. Un padre que se ha convertido en un burócrata policial porque lo único que desea es olvidar el dolor. Un ambiguo abogado que esconde mil caras Una treta en forma de un folio que ha sido presa de las llamas. Francia y Argentina como escenarios para coger al hombre que permanece en la sombra. Pérfido y ladino. Sutil y refinado en sus torturas. Cuidadoso en las huellas que va dejando por detrás porque las quema. Todo un entramado para hacer resurgir el nazismo desde el cono sur americano. Es fácil. Es muerte.
Y a cada engaño, el deseo de venganza crece. Busca por todos los medios el desahogo y no duda en golpear con brutalidad o en entrar por la fuerza donde haga falta. Parece que las sombras se ciernen sobre Buenos Aires, cortando la luz con persianas que presagian la turbiedad de los movimientos. A cada paso, una trampa. A cada odio, un asesinato. La seguridad, allí, en medio del túnel, de que cuando el objetivo se haya alcanzado, ya no habrá muchos más lugares a donde ir. Solo una débil esperanza en los ojos de una chica. Solo un brillo, un sueño, una paz que se resiste a ser conquistada. Demasiadas cicatrices, demasiadas mandíbulas apretadas intentando contener la furia. Es la venganza, que hace nido en las almas atormentadas, cobrándose los triunfos negados, vitoreando las vilezas acometidas. Con el aplauso del odio.
A la vista del éxito que supuso Historia de un detective, Edward Dmytryk volvió a coger las riendas de un género que dominaba a la perfección y realizó esta película en la que el héroe resulta ser un tipo con muchas caras afiladas, sin mucha más ética que la de su propia satisfacción, sin otro objetivo que destruir por su propia iniciativa después de tener que hacerlo por iniciativa de los demás. Dmytryk era un experto en el odio, sus películas son verdaderos tratados de ese sentimiento que, llega a ser tan poderoso, que nos domina y nos impulsa a cometer actos escondidos en el rincón más peligroso de nuestro interior. Una vez más, nos lo dice a la cara, a través de la figura de un soldado que cumplió con su deber pero que, tal vez para lavar la conciencia, quiso tapar sus carencias como marido y amante llevando a cabo una venganza cruel y violenta, sin importar demasiado las personas. Solo como forma de placer para el peor de los sentimientos humanos.
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