Ah…la Belle Époque. Sí, esos maravillosos tiempos en los que las chicas
enseñaban las piernas y el veneno del teatro se introducía por las venas de un
París que, por encima de todo, quería vivir. También era el momento en el que
los celos se asentaban en medio de cualquier plaza y todo se convertía en un
divertido juego de hoy contigo, mañana sin ti, pasado volveré. El Can-Can
causaba furor y hacía falta un sitio donde bailarlo sin freno, donde todo el
mundo pudiera divertirse y participar de la fiesta de unas chicas que pusieron
el subrayado a la época. París…París…cuánto te hemos querido…
Para eso estaba Danglard. Un tipo
tranquilo, inalterable, al que le gustaba amar y vivir bien pero que no sufría
si las cosas venían mal dadas. Su calma se hizo sello y transmitió esa
seguridad a cuantos trabajaban con él. No timaba. Decía las verdades y sin
ningún cargo de conciencia. Él fue el que tuvo la idea de montar un sitio que
se llamara Moulin Rouge, él fue quien
se arriesgó, él fue quien convenció precisamente a las chicas que quería que
formaran parte del espectáculo, fue quien pegó la oreja a cualquiera que
cantara por la calle para convertir en estrella a un leve brillo arrabalero.
También fue quien ofreció diversión a toda una sociedad, con una idea que
merecería un monumento. Ofrecer el entretenimiento de la élite a las masas. Así
de simple. El pueblo también tenía derecho a divertirse a lo grande y él lo
consiguió. París ya no volvió a ser el mismo. Toda la ciudad se convirtió en un
escenario en el que se podía ver al panadero vestido de etiqueta y al
aristócrata borracho como una cuba en medio de los adoquines de la calle.
Danglard, si hubiera más gente como tú, quizá aprenderíamos a no aprovecharnos
de los más débiles. Basta con tener amor a lo que se hace y no a lo que se
produce.
Claro que también hay
temperamento español. Indómito y furioso. Pero eso es lo normal en una época en
la que hay que aprovechar el momento. Lo importante es el color que lo inunda
todo, con un gusto, una elegancia y una leve comedia sobrevolando el conjunto.
Como un cuadro a punto de ser pintado, con la gama de tonalidades decidida y la
melodía como telón de fondo. Contables que quieren ser cómicos, lavanderas que
han nacido para bailar…París, París…solo tu nombre hace que aparezca la sonrisa
en los labios. Y no hace falta recorrerte para sentirte. Basta con vivirte.
Jean Renoir rindió todo un
homenaje a la época en la que vivió su padre con esta fantástica película,
retrato desinhibido y festivo del espectáculo a ras de suelo. Para ello contó
con un maravilloso e irrepetible Jean Gabin en el papel de Danglard, el hombre
que lo arriesga todo por encontrar nuevas formas de hacer llegar el teatro a
todo el público acompañado de una leona irascible como María Félix, con Françoise
Arnoul, Albert Rémy, Michel Piccoli y multitud de caras conocidas dentro del
cine francés. Con esta película, ver cine se convertía en una celebración, se
homenajeaba a los que visualmente sentaron las bases de lo que vendría después,
se resumía el espíritu de una época que ya no volverá y se decía bien a las
claras que la honestidad es el mejor camino para el éxito, para el cariño y
para el disfrute. Renoir…solo tu nombre hace que pensemos en arte…
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