miércoles, 15 de enero de 2014

JOHN FORD: EL ÚLTIMO HURRA

Harry Carey Jr., dijo que lo último que dijo John Ford en esta Tierra fue cuando un sacerdote le estaba dando la extremaunción. En medio de la letanía del cura, el viejo maestro abrió los ojos y, tan fuerte como pudo, dijo: "¡Corten!"...y después murió.
John Ford no fue director de cine, fue un poeta que recitaba sus versos en imágenes, que hacía que se nos removiera la víscera de nuestra ternura para contarnos cosas privadas de unos personajes que se movían en el terreno de la épica con baldosas de leyenda. Aún hoy, en unos tiempos en los que, quizá, defender su cine esté dentro de lo políticamente incorrecto, no se ha hecho todavía una película tan demoledoramente obrera, tan preocupada por la miseria en medio de una taza de polvo como es Las uvas de la ira; ni a nadie se le ocurre pensar que El sargento negro se creó para defender al hombre de color dentro de una historia llena de racismo como es la de los Estados Unidos; y pocos, muy pocos se acuerdan de que El gran combate es, tal vez, el film más devastadoramente proindio que se haya hecho nunca asumiendo las culpas del hombre blanco y, sobre todo, de los hombres sin piedad que, por definición, agarran las riendas y el destino de una nación sin importarles quiénes son los auténticos propietarios de una tierra regada de sangre y de un otoño cheyenne que nunca estará en manos del piel roja sino en las del rostro pálido insaciable de ambición y masacre; y nadie cae en la cuenta de que Siete mujeres, posiblemente, sea la película más feminista de todos los tiempos al describir el heroísmo de unas protagonistas que se debaten en el dilema de elegir entre ética y religión con el sacrificio por salvar vidas de fondo y con esa valentía que sólo las mujeres son capaces de poseer.
No, algunos prefieren refugiarse en el Ethan Edwards de Centauros del desierto, como si Ford, al contarnos esa maravillosa historia de la búsqueda de una niña y de una razón para seguir existiendo cuando te han arrebatado todo lo que más quieres, incluida la cordura, nos dijera que la conducta del héroe es la ejemplar, que eso es lo que hay que hacer, que es un reflejo de sus ideas sobre el racismo cuando, en realidad, Ford no duda en castigarle y dejarle a la intemperie alejado de la institución familiar porque no tiene cabida allí donde hay cariño en ríos y amor en valles...O, mejor aún, cuando en Fort Apache, después de una matanza eleva a la leyenda a unos hombres que fueron a morir sabiendo lo que les esperaba cuando no duda en mostrarnos la enésima traición del invasor blanco ante los que creen en la paz basada en la confianza...cuando nos está diciendo que así se construye la historia...a base de leyendas que nunca fueron verdad...O, incluso, con ese retrato de la ambición aupada a través del embuste sobre El hombre que mató a Liberty Valance porque los grandes hombres son aquellos que mueren en la nada de un ataúd de pino y los hombres pequeños son los que aprovechan el resquicio de la mentira para aparentar una grandeza que nunca poseyeron...
Su amor a Irlanda quedó grabado en nuestra memoria a través de La salida de la luna y de El hombre tranquilo La madre de John Huston fue a verla diez veces al cine. Su hijo, extrañado, le preguntó por qué iba tantas veces a ver una película que ni siquiera era suya. La madre le contestó: “Es que me gusta ver a gente que conozco de toda la vida”.
 Y ahí nos damos cuenta de la inmensa pasión por una tierra que puede tener un contador de historias que nunca quiso hablar de su obra con un mínimo de seriedad pero que puso en los sueños que realizaba todo el cariño de quien quiere decirnos algo directamente al corazón...
Frank Capra dijo de él: “A Ford no se le puede definir ni analizar. Él era John Ford: mitad tirano, mitad revolucionario; mitad santo, mitad demonio; mitad posible, mitad imposible; mitad genio, mitad irlandés…pero era un director completo…y para siempre”. Elia Kazan llegó a conocerle bien y dijo que en una ocasión “le pregunté de dónde tomaba sus ideas en la preparación de las escenas. Me dijo que del escenario. No del guión, ni de los actores. Del escenario. Los escenarios que escogió ya eran pura poesía. Mejoraba la acción para que encajara. Le adoraba, aunque él odiaba que pudiera decírselo”. Stanley Kramer, por su parte, opinaba que “cualquier comentario sobre el cine de John Ford es gratuito. Sus películas hablan por sí solas. No hay nada que decir porque esas películas que hizo atraviesan nuestras vidas”.
Valor, dignidad, libertad, fortaleza. El lado sublime de lo cotidiano. Y aún así, no podríamos encontrar algo que definiera en toda su extensión a un hombre de cine como John Ford.
"Mi nombre es John Ford...y hago películas del Oeste"
Hip, Hip...

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