Harry Carey Jr., dijo que lo
último que dijo John Ford en esta Tierra fue cuando un sacerdote le estaba
dando la extremaunción. En medio de la letanía del cura, el viejo maestro abrió
los ojos y, tan fuerte como pudo, dijo: "¡Corten!"...y
después murió.
John Ford no fue director de
cine, fue un poeta que recitaba sus versos en imágenes, que hacía que se nos
removiera la víscera de nuestra ternura para contarnos cosas privadas de unos
personajes que se movían en el terreno de la épica con baldosas de leyenda. Aún
hoy, en unos tiempos en los que, quizá, defender su cine esté dentro de lo
políticamente incorrecto, no se ha hecho todavía una película tan
demoledoramente obrera, tan preocupada por la miseria en medio de una taza de polvo
como es Las uvas de la ira; ni a
nadie se le ocurre pensar que El sargento
negro se creó para defender al hombre de color dentro de una historia llena
de racismo como es la de los Estados Unidos; y pocos, muy pocos se acuerdan de
que El gran combate es, tal vez, el
film más devastadoramente proindio que se haya hecho nunca asumiendo las culpas
del hombre blanco y, sobre todo, de los hombres sin piedad que, por definición,
agarran las riendas y el destino de una nación sin importarles quiénes son los
auténticos propietarios de una tierra regada de sangre y de un otoño cheyenne
que nunca estará en manos del piel roja sino en las del rostro pálido
insaciable de ambición y masacre; y nadie cae en la cuenta de que Siete mujeres, posiblemente, sea la
película más feminista de todos los tiempos al describir el heroísmo de unas
protagonistas que se debaten en el dilema de elegir entre ética y religión con
el sacrificio por salvar vidas de fondo y con esa valentía que sólo las mujeres
son capaces de poseer.
No, algunos prefieren refugiarse
en el Ethan Edwards de Centauros del
desierto, como si Ford, al contarnos esa maravillosa historia de la
búsqueda de una niña y de una razón para seguir existiendo cuando te han
arrebatado todo lo que más quieres, incluida la cordura, nos dijera que la
conducta del héroe es la ejemplar, que eso es lo que hay que hacer, que es un
reflejo de sus ideas sobre el racismo cuando, en realidad, Ford no duda en
castigarle y dejarle a la intemperie alejado de la institución familiar porque
no tiene cabida allí donde hay cariño en ríos y amor en valles...O, mejor aún,
cuando en Fort Apache, después de una
matanza eleva a la leyenda a unos hombres que fueron a morir sabiendo lo que
les esperaba cuando no duda en mostrarnos la enésima traición del invasor
blanco ante los que creen en la paz basada en la confianza...cuando nos está
diciendo que así se construye la historia...a base de leyendas que nunca fueron
verdad...O, incluso, con ese retrato de la ambición aupada a través del embuste
sobre El hombre que mató a Liberty
Valance porque los grandes hombres son aquellos que mueren en la nada de un
ataúd de pino y los hombres pequeños son los que aprovechan el resquicio de la
mentira para aparentar una grandeza que nunca poseyeron...
Su amor a Irlanda quedó grabado
en nuestra memoria a través de La salida
de la luna y de El hombre tranquilo La
madre de John Huston fue a verla diez veces al cine. Su hijo, extrañado, le
preguntó por qué iba tantas veces a ver una película que ni siquiera era suya.
La madre le contestó: “Es que me gusta
ver a gente que conozco de toda la vida”.
Y ahí nos damos cuenta de la inmensa pasión
por una tierra que puede tener un contador de historias que nunca quiso hablar
de su obra con un mínimo de seriedad pero que puso en los sueños que realizaba
todo el cariño de quien quiere decirnos algo directamente al corazón...
Frank Capra dijo de él: “A Ford no se le puede definir ni analizar.
Él era John Ford: mitad tirano, mitad revolucionario; mitad santo, mitad
demonio; mitad posible, mitad imposible; mitad genio, mitad irlandés…pero era
un director completo…y para siempre”. Elia Kazan llegó a conocerle bien y
dijo que en una ocasión “le pregunté de
dónde tomaba sus ideas en la preparación de las escenas. Me dijo que del
escenario. No del guión, ni de los actores. Del escenario. Los escenarios que
escogió ya eran pura poesía. Mejoraba la acción para que encajara. Le adoraba,
aunque él odiaba que pudiera decírselo”. Stanley Kramer, por su parte,
opinaba que “cualquier comentario sobre
el cine de John Ford es gratuito. Sus películas hablan por sí solas. No hay
nada que decir porque esas películas que hizo atraviesan nuestras vidas”.
Valor, dignidad, libertad,
fortaleza. El lado sublime de lo cotidiano. Y aún así, no podríamos encontrar
algo que definiera en toda su extensión a un hombre de cine como John Ford.
"Mi nombre es John Ford...y hago películas del Oeste"
Hip, Hip...
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