La noche es un bosque lleno de
luces que ciegan y marean. Es ese sendero hecho de asfalto y cemento que hace
posible el encuentro con un tipo con cara de facineroso, que cambia de actitud
a cada segundo y que parece esconder a una fiera debajo del sombrero. Las
apariencias casi siempre son mentira y eso hace que una chica sea un momento
suspendido en el cariño, un instante que se querría prolongar para siempre
aunque la noche, maldita oscuridad herida de blanco, se empeñe en engullir a
las almas sin rumbo.
La noche, teñida de luz y de
alcohol, es la tumba para un hombre que ofrece intenciones demasiado oscuras
para unos cuantos soldados que vuelven, precisamente, de las tinieblas. Todas
las imágenes se deforman a través de una copa y un asesinato parece ser
cometido por uno cuando, en realidad, está aplastado entre las manos de otro.
Menos mal que existe el compañerismo porque hay lazos que la guerra ha anudado
con demasiada fuerza como para romperlos por culpa de la noche. Noche de calles
húmedas y cines abiertos. Noche de días errantes intentando encontrar el camino
de vuelta a casa.
Detrás de una pipa, con mucha
experiencia y algo de amargura, también hay un policía que sabe lo que
significa el odio. Lo ha experimentado en sus propias carnes porque la
sociedad, básicamente, es una hoguera de odios, donde la ira se quema y sirve
de combustible para las frustraciones. Un soldado tras otro pasan por su
interrogatorio y él se va convenciendo, poco a poco, que el odio es el móvil,
que no existe otro, que no habrá nunca otro. Y sabe que el tipo que da rienda
suelta a su odio incluso cuando dice nimiedades es el perfecto candidato para
haber cometido un crimen.
Edward Dmytryk dirigió con negra
precisión esta historia de Richard Brooks con medidas y admirables
interpretaciones de Robert Mitchum, Robert Ryan y Robert Young. En la época fue
conocida como la película de los tres
Roberts y el resultado es una fascinante aproximación a las razones del
odio latente que siempre subyace dentro de la sociedad americana. Solo ésa es
la razón para tantas desorientaciones y tantas pérdidas de sendero y solo se
necesita una excusa para dar rienda suelta a ese sentimiento. Una excusa de
raza, de homofobia, de desprecio, de cobardía. No importa, el caso es que el
odio salga y escupa toda la corrupción que guarda dentro. Y lo mejor es que lo
haga en la noche, en esa noche que oculta tantas personalidades contrapuestas,
tantas frustraciones, tantos ojos en vela intentando encontrar la tranquilidad
necesaria para el descanso. Pero el descanso no existe porque, detrás de él,
siempre estará el odio, acechante, tratando de establecer un acuerdo con la ira
sin atender a ninguna otra razón personal. Y debemos intentar que no salga, que
se quede dormido en la cueva, olvidado de nuestras circunstancias, dejando que
lo que de verdad merece la pena de nosotros mismos salga a la luz y vea un
nuevo día que parece que nunca llega.
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