Inspector Ingravallo. Un policía
cansado, que ve pasar las horas entre sospechosos, comisarías e investigaciones
que no le agradan. Más que nada porque, de vez en cuando, tiene en sus manos un
maldito embrollo en el que los más inocentes son los más culpables. Es una
época triste porque todo el mundo tiene algo que esconder y todo parece un
escondite para la moral. Un robo en el que la víctima no tiene muchas ganas de
colaborar. Un asesinato de una mujer que, por pura casualidad, es vecina de la
víctima y que atrae a Ingravallo. Una chica que solo quiere tener un pedazo de
esa felicidad a la que todo el mundo tiene derecho. Un muchacho que, a pesar de
su ingenuidad, ha decidido tirar por el camino equivocado. Un marido equívoco,
fascista e iracundo porque no ha recibido ni un céntimo de la mujer asesinada.
Un cura pacificador y redicho. Un tipo relamido que dice que es médico cuando
no ha acabado la carrera y que era el confidente de la mujer Otro rompecabezas
que se sumerge en la rutina. Suficiente como para ocultar la mirada detrás de
unas gafas ahumadas porque Ingravallo está en una realidad fea, sucia y que
solo desvela todas nuestras debilidades.
Todo se complica. La
investigación no avanza. Los hombres de Ingravallo se mueven entre la
eficiencia, la gula y el abuso de autoridad. Maldita sea. No hay nada que
funcione en un país que no acaba de salir de la mentira que significó la
guerra. Ingravallo deja trampas por el camino. Por si acaso hay algún
sospechoso que decida sacar los pies del tiesto. Sabe que hay mucha mediocridad
alrededor y él…bueno, él no puede disfrutar de unos minutos al lado de su novia
porque hay mucho trabajo, porque no es mediocre, porque sabe cumplir con su
obligación y porque alguien tiene que pagar por un crimen que ha sido injusto
al acabar con la vida de una mujer que no era feliz. Eso es lo peor.
Se podría creer que hay un
imposible maridaje entre el neorrealismo italiano y el cine negro pero Pietro
Germi obró el milagro con una obra sensible y urbana, capaz de hacer un retrato
de una sociedad que no ofrecía soluciones a través de la resolución de un
crimen. El resultado es brillante y, muy a menudo, olvidado porque Un maldito embrollo se erige en una rara
joya del movimiento neorrealista al mostrar un motivo fuerte en medio de la
rutina, de esa realidad que tanto han querido mostrar otros cineastas de su
generación. Él mismo asume el papel del Inspector Ingravallo, con un aire
cansino, muy deudor de otros personajes de parecido trazado del cine americano
y que, sin embargo, exhibe un dolor interior atrayente, haciendo que el lirismo
sea algo presente en todo el periplo investigador de un hombre que no puede
cambiar la realidad pero sí quiere hacer que algo, aunque pequeño, sea mejor.
Tanto es así que Germi, sabiendo que estaba saliéndose de lo ordinario, no duda
en homenajear Roma, ciudad abierta
para decir, bien a las claras, que él estaba dentro de ese movimiento, de esas
inquietudes y que el caso policial que intenta resolver su personaje es solo
una realidad más que alguien debía retratar. Y él lo hizo de forma admirable.
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