miércoles, 12 de marzo de 2014

UN MALDITO EMBROLLO (1959), de Pietro Germi

Inspector Ingravallo. Un policía cansado, que ve pasar las horas entre sospechosos, comisarías e investigaciones que no le agradan. Más que nada porque, de vez en cuando, tiene en sus manos un maldito embrollo en el que los más inocentes son los más culpables. Es una época triste porque todo el mundo tiene algo que esconder y todo parece un escondite para la moral. Un robo en el que la víctima no tiene muchas ganas de colaborar. Un asesinato de una mujer que, por pura casualidad, es vecina de la víctima y que atrae a Ingravallo. Una chica que solo quiere tener un pedazo de esa felicidad a la que todo el mundo tiene derecho. Un muchacho que, a pesar de su ingenuidad, ha decidido tirar por el camino equivocado. Un marido equívoco, fascista e iracundo porque no ha recibido ni un céntimo de la mujer asesinada. Un cura pacificador y redicho. Un tipo relamido que dice que es médico cuando no ha acabado la carrera y que era el confidente de la mujer Otro rompecabezas que se sumerge en la rutina. Suficiente como para ocultar la mirada detrás de unas gafas ahumadas porque Ingravallo está en una realidad fea, sucia y que solo desvela todas nuestras debilidades.
Todo se complica. La investigación no avanza. Los hombres de Ingravallo se mueven entre la eficiencia, la gula y el abuso de autoridad. Maldita sea. No hay nada que funcione en un país que no acaba de salir de la mentira que significó la guerra. Ingravallo deja trampas por el camino. Por si acaso hay algún sospechoso que decida sacar los pies del tiesto. Sabe que hay mucha mediocridad alrededor y él…bueno, él no puede disfrutar de unos minutos al lado de su novia porque hay mucho trabajo, porque no es mediocre, porque sabe cumplir con su obligación y porque alguien tiene que pagar por un crimen que ha sido injusto al acabar con la vida de una mujer que no era feliz. Eso es lo peor.

Se podría creer que hay un imposible maridaje entre el neorrealismo italiano y el cine negro pero Pietro Germi obró el milagro con una obra sensible y urbana, capaz de hacer un retrato de una sociedad que no ofrecía soluciones a través de la resolución de un crimen. El resultado es brillante y, muy a menudo, olvidado porque Un maldito embrollo se erige en una rara joya del movimiento neorrealista al mostrar un motivo fuerte en medio de la rutina, de esa realidad que tanto han querido mostrar otros cineastas de su generación. Él mismo asume el papel del Inspector Ingravallo, con un aire cansino, muy deudor de otros personajes de parecido trazado del cine americano y que, sin embargo, exhibe un dolor interior atrayente, haciendo que el lirismo sea algo presente en todo el periplo investigador de un hombre que no puede cambiar la realidad pero sí quiere hacer que algo, aunque pequeño, sea mejor. Tanto es así que Germi, sabiendo que estaba saliéndose de lo ordinario, no duda en homenajear Roma, ciudad abierta para decir, bien a las claras, que él estaba dentro de ese movimiento, de esas inquietudes y que el caso policial que intenta resolver su personaje es solo una realidad más que alguien debía retratar. Y él lo hizo de forma admirable. 

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