Nick Charles es ese hombre
apuesto, educado y un poco socarrón que decide vivir la vida a través de copas
de cóctel. Al fin y al cabo, un tipo que es capaz de prepararlos a ritmo de
fox-trot merece un respeto. Era detective pero, mira, se encontró con Nora y el
padre le dejó un ferrocarril, un par de aserraderos y otros cuantos juguetes y
ahora se ocupa de ellos. Le gusta resolver misterios pero aún le gusta más
estar con su encantadora esposa. De ahí también su encantador cinismo. Son tal
para cual. Ella quiere verle en acción, resolviendo intrigas y poniendo fin a
los enigmas. Él se hace de rogar pero es que…un cóctel es un cóctel.
Así que como quien no quiere la
cosa, se ve involucrado en un crimen. Es una desaparición y luego hay un par de
fiambres. Él sabe que todo necesita un enfoque diferente. El tipo encargado de
la investigación no es un mal hombre pero, dicho sea de paso, las buenas
personas también suelen ser buenos botarates. Manos a la obra, Nick. Tú tienes
todas las llaves, abres todas las puertas, despejas todas las circunferencias
de las copas de champán. Eres el hombre ideal para Nora, de eso no cabe duda.
Ni corto ni perezoso, Nick monta
una cena donde están todos los sospechosos. Los camareros son policías pero ya
se sabe cómo está el servicio. Va jugando poco a poco con unos y con otros. Les
hace creer, les engaña, les pone anzuelos. Todos, incluso el que menos, tiene
algo que esconder. Con esta gente se las tenía que ver en Nueva York no hace
mucho. Pistolas debajo de la mesa y comida fina por encima. No hay nada mejor
para un sándwich de madera. El hombre delgado vigila. Hammett sobrevuela la
historia aunque, dicho sea de paso, el asunto se aleja bastante de ese
permanente sospechoso que era Dash.
Hay que reconocer que esta
historia, y las otras seis secuelas que vinieron después, no hubieran sido las mismas sin la pareja William Powell-Myrna Loy. Ellos son el centro de una
película que, por sí sola, sabe a cóctel. Y además en su punto. La dirección de
W.S. Van Dyke es ágil y un maravilloso ejercicio de dinamismo pero eso no era
mérito para el amigo. En el mundillo se le conocía como el jefe que rodaba más
rápido en los estudios y aquí se nota. Eso no quiere decir que cayera en el
descuido pero sí que hacía que los actores se supieran al pie de la letra el
guión, no fueran tentados por la improvisación y se perdiera toda la
espontaneidad. Y es que cuando Nick sigue coqueteando con Nora a pesar de estar
casados, crees que es de verdad. Cuando los acusados comienzan a sentir los
nervios en esa rarísima cena de sospechosos, parece que los estás viendo saltar
sobre los apretados platos. Es lo que tiene la verdad. Que a nadie gusta
demasiado. Salvo a Nick Charles. Y por eso, tal vez, bebe cócteles, porque sabe
que la verdad, muy a menudo, está en el fondo de un vaso de alcohol bien
mezclado y bien servido.
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