Olvidar las losas que han empedrado el pasado suele ser tan
difícil que el dolor no tarda en aparecer como un invitado que nunca llega
tarde. La felicidad se trunca porque el mundo se vuelve loco y hay que huir,
dejar atrás lo que más se quiere, mirar solo hacia adelante con la esperanza de
tener una oportunidad más para hacer que la vida merezca la pena y, por el
camino, dejar muchas cosas que forman parte de una historia, de un cariño, de
un recuerdo, de lo que nos hace realmente humanos. Cuando ya no queda nadie,
tal vez, sea el momento de intentar recuperarlos
El tiempo ha pasado implacable, y las cosas ya no son lo que
eran. El arte se vuelve una mercancía y el valor sentimental de un objeto está
en función de aquellas lágrimas de una separación que nunca debió suceder. La
persecución, la llegada, la libertad, el deseo de recuperar algo de esa
juventud que se fue tan libre y tan sesgada…Todo se agolpa en la memoria,
buscando culpables de ese dolor que, en el fondo, nunca ha cesado. Siempre ha
estado ahí, latente, repitiéndose una y otra vez y aún es más doloroso volver
hacia un recuerdo que está indisolublemente unido a él…o tal vez no, tal vez
sea doloroso solo al principio. Quizá ese recuerdo trae de vuelta a todos aquellos
que sostuvieron la vida, cargaron con ella a la espalda y sucumbieron ante su
peso…y los trae a lomos de un instante que fue la misma felicidad.
Por otro lado, una nueva generación solo se plantea el
triunfo ante el reto de abrirse camino. No es momento de detenerse en sucesos
familiares y un encargo, a veces, suele ser bastante pesado de cumplir. No
obstante, el dinero es impulsor de muchas locuras y puede ser solo el primer
paso que ayude a tomar conciencia de que el pasado pide un ajuste de cuentas,
un sacrificio, una verdad dicha a gritos, una certeza de que se está haciendo
lo correcto por encima de estúpidos intereses basados en un orgullo nacional
que fue edificado sobre el dolor de otros. Y eso es una carcoma para el alma
que no deja de socavar el ánimo del futuro.
Helen Mirren nos muestra de nuevo lo gran actriz que es y
Ryan Reynolds la acompaña siendo una sombra adecuada. Sin embargo, hay poca
convicción en todo, un exceso de frialdad en la historia que hace que las
piezas no acaben de encajar, tal vez reservándose para un final lleno de
emoción y de reencuentro con unos sentimientos que llevan demasiados años
ahogados en la pena. Y es una lástima porque el tema de la restitución de las
obras de arte expoliadas por los nazis a sus legítimos propietarios es un tema
apasionante, que muestra pasados y presentes en estado de choque y que no dejan
de ser historias de lucha, de miedo
superado para volver a enfrentarse con días de uniformes negros y lágrimas
veloces. Habrá quien vea en todo esto un intento de enriquecerse, de
oportunismo mercantilista, de política mal entendida y peor explicada bajo una
apariencia de total armonía pero aún así nadie se ha preocupado de devolver
esas obras de arte condenando a sus dueños a ejercitar el olvido, a vivir en la
nada de no tener pasado aunque estuvieran construyendo el futuro. La justicia
no puede envejecer y nadie puede interpretarla a su conveniencia para mantener
la imagen de un país más allá del bien y del mal. El oro en la tela es la mejor
expresión de la vida que clama por una reparación. Y el triunfo suele ser
recordar de nuevo sin rastro de amargura.
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