jueves, 16 de abril de 2015

LA DAMA DE ORO (2015), de Simon Curtis

Olvidar las losas que han empedrado el pasado suele ser tan difícil que el dolor no tarda en aparecer como un invitado que nunca llega tarde. La felicidad se trunca porque el mundo se vuelve loco y hay que huir, dejar atrás lo que más se quiere, mirar solo hacia adelante con la esperanza de tener una oportunidad más para hacer que la vida merezca la pena y, por el camino, dejar muchas cosas que forman parte de una historia, de un cariño, de un recuerdo, de lo que nos hace realmente humanos. Cuando ya no queda nadie, tal vez, sea el momento de intentar recuperarlos
El tiempo ha pasado implacable, y las cosas ya no son lo que eran. El arte se vuelve una mercancía y el valor sentimental de un objeto está en función de aquellas lágrimas de una separación que nunca debió suceder. La persecución, la llegada, la libertad, el deseo de recuperar algo de esa juventud que se fue tan libre y tan sesgada…Todo se agolpa en la memoria, buscando culpables de ese dolor que, en el fondo, nunca ha cesado. Siempre ha estado ahí, latente, repitiéndose una y otra vez y aún es más doloroso volver hacia un recuerdo que está indisolublemente unido a él…o tal vez no, tal vez sea doloroso solo al principio. Quizá ese recuerdo trae de vuelta a todos aquellos que sostuvieron la vida, cargaron con ella a la espalda y sucumbieron ante su peso…y los trae a lomos de un instante que fue la misma felicidad.
Por otro lado, una nueva generación solo se plantea el triunfo ante el reto de abrirse camino. No es momento de detenerse en sucesos familiares y un encargo, a veces, suele ser bastante pesado de cumplir. No obstante, el dinero es impulsor de muchas locuras y puede ser solo el primer paso que ayude a tomar conciencia de que el pasado pide un ajuste de cuentas, un sacrificio, una verdad dicha a gritos, una certeza de que se está haciendo lo correcto por encima de estúpidos intereses basados en un orgullo nacional que fue edificado sobre el dolor de otros. Y eso es una carcoma para el alma que no deja de socavar el ánimo del futuro.

Helen Mirren nos muestra de nuevo lo gran actriz que es y Ryan Reynolds la acompaña siendo una sombra adecuada. Sin embargo, hay poca convicción en todo, un exceso de frialdad en la historia que hace que las piezas no acaben de encajar, tal vez reservándose para un final lleno de emoción y de reencuentro con unos sentimientos que llevan demasiados años ahogados en la pena. Y es una lástima porque el tema de la restitución de las obras de arte expoliadas por los nazis a sus legítimos propietarios es un tema apasionante, que muestra pasados y presentes en estado de choque y que no dejan de ser historias de lucha,  de miedo superado para volver a enfrentarse con días de uniformes negros y lágrimas veloces. Habrá quien vea en todo esto un intento de enriquecerse, de oportunismo mercantilista, de política mal entendida y peor explicada bajo una apariencia de total armonía pero aún así nadie se ha preocupado de devolver esas obras de arte condenando a sus dueños a ejercitar el olvido, a vivir en la nada de no tener pasado aunque estuvieran construyendo el futuro. La justicia no puede envejecer y nadie puede interpretarla a su conveniencia para mantener la imagen de un país más allá del bien y del mal. El oro en la tela es la mejor expresión de la vida que clama por una reparación. Y el triunfo suele ser recordar de nuevo sin rastro de amargura.

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