McCoy lo sabe perfectamente. Sabe
que, a cambio de salir de la cárcel, le van a exigir un nuevo trabajo. Lo que
sea con tal de escapar de esa rutina agobiante. Los telares que no dejan de
funcionar con su ruido monótono y repetitivo. Las noches interminables en la
celda, acordándose de ella. Sí, ella. Porque ella es todo lo que ha querido
poseer. Y ella va a conseguir que él salga de allí. McCoy sabe cómo pero no lo
quiere pensar. Solo quiere imaginar un baño en un lago de un parque a su lado.
Solo quiere revolcarse en sábanas limpias acariciando su suave cuerpo de piel
de dinero. Es hora de trabajar. Es hora de huir.
La imposición de gente nueva para
hacer el trabajo es algo que McCoy no tenía previsto. Habrá que encargarse de
ellos a su debido tiempo porque un profesional, sencillamente, no acepta
imposiciones. Y menos de gente de esa calaña. El hombre influyente ya ha tenido
lo suyo aunque McCoy no quiera mirar en esa dirección. Solo hay que cargar la
escopeta de cañón recortado y cruzar la frontera. Así de fácil. Así de
sangriento.
McCoy en la basura. Sí, ahí es
donde ha estado mientras le encerraban en cuatro paredes con puerta de
barrotes. Y luego ahí, en un vertedero cualquiera, dándose cuenta de que no
importa lo que ella hiciera, la ama. Es lo único que le mantiene atado a la
ética. Luchar por ella merece la pena por mucha rabia que sienta. En la
frontera se ajustarán las cuentas. La escopeta echará humo. Y el frío de la
mañana en la que salió de la cárcel se transformará en el calor agobiante de
una ciudad fronteriza que despide a los ladrones con la carcajada de un viejo
con suerte. Huye, McCoy, huye y no vuelvas. Detrás solo dejas un reguero de
cadáveres que guardarán con el silencio tu fortuna.
Steve McQueen, Ali McGraw, Ben
Johnson, Al Lettieri…y Peckinpah, ese director que, por una vez, huyó de la
derrota para mostrar una victoria conseguida a sangre y fuego. Detrás quedará
la violencia desbocada, infierno de ladrones que suspiran por un dinero que no
perdurará. Y el espectador, en el fondo, se sentirá al lado de ese profesional
del asalto que solo lucha por conseguir una mañana de cielo azul al lado de su
mujer, ella, la única, la verdadera, la valiente, la abnegada, la despreciada,
la rebelde, la enamorada. Porque todos, alguna vez, hemos deseado ser Steve
McQueen y volar los sesos a unos cuantos tipos de baja ralea que intentan
hacernos la vida y el futuro imposibles o coger un coche a toda velocidad y
destrozar los frenos y dejar la marca de los neumáticos en un asfalto que se
niega a decir adiós. Es la aventura del perdedor que salió del encierro para
ganar. Es la verdad contenida en unos cuantos disparos que derriban los muros a
balazos. Y allí, en algún lugar de México, McCoy estará con su mujer, bebiendo
tequila y planeando cruzar la frontera en dirección a Estados Unidos solo para
hacer algunas compras…
2 comentarios:
Una película de las de antes, que magnífica historia de cine negro escrita por Jim Thompson, y dirigida por ese director único que se movía en la adversidad para crear obras maestras como ésta. La química y la magia que desprenden Steve McQueen y Ali McGraw nos hace amar esto del cine, cuando McQueen sale de la cárcel y pasa la primera noche con ella, no se atreve a tocar a su mujer, mira al techo y sentimos la desazón del convicto que aún no se adapta a la ansiada libertad. No en vano McGraw dejó a su pareja tras el rodaje y se casó con Mcqueen. Creo que esa magia se percibe en la película. Este viaje Pekinpahniano hacia la libertad no tiene nada que ver con los villanos Tarantino y Clooney de Abierto hasta el amanecer, aunque ellos también buscan la frontera, la tierra prometida donde tomarse una cerveza mejicana con una sonrisa en la boca, ni con el Quinlan acabado, policía corrupto que se mueve a sus anchas en la tierra de nadie, entre Ciudad Juarez y la frontera. Es verdad César,yo también quiero ser McQueen y largarme con una preciosa McGraw de ojos avellanados, mirada triste, y piernas sinuosas, irme lejos a tomar tequila. Salud y frontera!
Es cierto que la película desprende un aroma a cine clásico que resulta saludable, sobre todo, porque hay una pareja protagonista que desprendía mucha química y entre la que había mucha física.
Peckinpah, en el fondo, era un poeta de los arrabales. Aquí, como bien dices, ese McCoy que, en el fondo, es un enorme profesional, cuando sale de la cárcel se siente desorientado y apenas tiene capacidad para estar con su mujer. A destacar ese final impuesto por la censura española que obligó a poner un cartel diciendo que al final, los dos delincuentes fueron apresados pasando después varios años en la cárcel. Peckinpah sabía que, a pesar de todo, estos tipos no habían hecho nada, habían robado a un ladrón y lo habían hecho con una enorme limpieza. Sin embargo, y por poner un solo pero, la historia de Al Lettieri me parece más floja aunque ya sé que Peckinpah y Thompson la ponen ahí como contrapunto al verdadero amor que sienten el uno por el otro McQueen y McGraw. Por cierto, creo que las peleas entre ellos eran épica, con botellas de whisky volando sobre las cabezas.
Cojamos la furgoneta, pues. Tal vez un viejo chatarrero nos la venda y, a cambio, le demos la suerte de su vida.
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