Si tenéis ganas de pasar un rato de miedo con las cosas que dijimos en "La gran evasión" acerca del cine de terror no tenéis más que pinchar aquí si sois valientes.
Acosar a alguien por ser hijo de
un personaje de cierta relevancia en el mundo de los bajos fondos no deja de
ser algo bastante injusto. Sobre todo cuando se trata de alguien que ha tratado
por todos los medios de mantenerse al margen de los negocios sucios aunque se
haya codeado con ellos. Pero si un ayudante del fiscal del distrito quiere
hacer, lo que sea, para dar a entender que la Fiscalía está tratando de
resolver el entuerto y una periodista se entera como por casualidad de que se
está investigando a un tipo que tiene todas las trazas de tener algo que
ver…ausencia de malicia. Todo el mundo
está a salvo menos el vilipendiado. Y no es fácil hacer que un periodista
parezca equivocado. La carga de la prueba no recae sobre el periodista sino
sobre el difamado. Y entonces es cuando se complican las cosas. Porque un
fulano que se dedica a llevar su negocio de bebidas al por mayor y a no meterse
en más cosas de las derivadas de la misma vida como ayudar a los que se quiere,
no tiene necesariamente que ser tonto y aceptar las consecuencias. Y ahí entra
en juego un bien bastante escaso: la inteligencia.
Sí, porque el tipo se las sabe
todas. Incluso sabe conquistar. No en vano es Paul Newman. Y en esta película
quizá andamos alrededor de uno de los papeles más calculados y, sin embargo,
menos conocidos del gran actor. Hay mucha verdad en su personaje porque trata
de poner en juego la indefensión que sienten todos aquellos que son nombrados
en los medios sin más pruebas que la palabra de un periodista. Luego, en un
arbitrio espectacular, cada uno recibirá lo que realmente se merece. Porque el
arribismo tiene su precio. Porque el mordiente sensacionalismo periodístico
acaba pagándose con creces. Porque, al fin y al cabo, lo que el personaje de Newman
pide a gritos sin levantar la voz ni un ápice es que le dejen vivir en paz, de
acuerdo consigo mismo, sin molestar a nadie ni ser molestado. ¿Tanto pedir es
eso? Sí, en estos tiempos, sí lo es. Todo el mundo trata de sacar tajada del
otro, no importa lo que cueste. Incluso si el precio es la dignidad y la
libertad.
Al lado de Newman está Sally
Field, brillante como la reportera hábil con la pluma pero torpe con las
relaciones sociales. Una chica que quiere despuntar y se encuentra con el lado
más humano de la noticia mal dada. Y alrededor de ellos, un ejército de
secundarios entre los que destaca un actor tan maravilloso como Wilford
Brimley, habitual de las películas de Sidney Pollack, que compone un
árbitro-juez excepcional, capaz de coger todos los matices del daño y reunirlos
en una sola ironía atisbando, además, la jugada que hay detrás de todo ello. El
resultado de todo ello es el de una película inteligente, aguda, llena de ritmo
y de diálogos brillantes que no deja de ser rabiosamente actual y que nos da un
serio aviso sobre el jugueteo del titular fácil y parapetado tras un código
deontológico que, simplemente, no existe. Y eso no es suficiente para el
periodismo, que debería medir sus palabras hasta dar con la verdad. Y esa es la
palabra clave.
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