martes, 8 de marzo de 2016

AUSENCIA DE MALICIA (1981), de Sidney Pollack

Si tenéis ganas de pasar un rato de miedo con las cosas que dijimos en "La gran evasión" acerca del cine de terror no tenéis más que pinchar aquí si sois valientes.

Acosar a alguien por ser hijo de un personaje de cierta relevancia en el mundo de los bajos fondos no deja de ser algo bastante injusto. Sobre todo cuando se trata de alguien que ha tratado por todos los medios de mantenerse al margen de los negocios sucios aunque se haya codeado con ellos. Pero si un ayudante del fiscal del distrito quiere hacer, lo que sea, para dar a entender que la Fiscalía está tratando de resolver el entuerto y una periodista se entera como por casualidad de que se está investigando a un tipo que tiene todas las trazas de tener algo que ver…ausencia de malicia.  Todo el mundo está a salvo menos el vilipendiado. Y no es fácil hacer que un periodista parezca equivocado. La carga de la prueba no recae sobre el periodista sino sobre el difamado. Y entonces es cuando se complican las cosas. Porque un fulano que se dedica a llevar su negocio de bebidas al por mayor y a no meterse en más cosas de las derivadas de la misma vida como ayudar a los que se quiere, no tiene necesariamente que ser tonto y aceptar las consecuencias. Y ahí entra en juego un bien bastante escaso: la inteligencia.
Sí, porque el tipo se las sabe todas. Incluso sabe conquistar. No en vano es Paul Newman. Y en esta película quizá andamos alrededor de uno de los papeles más calculados y, sin embargo, menos conocidos del gran actor. Hay mucha verdad en su personaje porque trata de poner en juego la indefensión que sienten todos aquellos que son nombrados en los medios sin más pruebas que la palabra de un periodista. Luego, en un arbitrio espectacular, cada uno recibirá lo que realmente se merece. Porque el arribismo tiene su precio. Porque el mordiente sensacionalismo periodístico acaba pagándose con creces. Porque, al fin y al cabo, lo que el personaje de Newman pide a gritos sin levantar la voz ni un ápice es que le dejen vivir en paz, de acuerdo consigo mismo, sin molestar a nadie ni ser molestado. ¿Tanto pedir es eso? Sí, en estos tiempos, sí lo es. Todo el mundo trata de sacar tajada del otro, no importa lo que cueste. Incluso si el precio es la dignidad y la libertad.

Al lado de Newman está Sally Field, brillante como la reportera hábil con la pluma pero torpe con las relaciones sociales. Una chica que quiere despuntar y se encuentra con el lado más humano de la noticia mal dada. Y alrededor de ellos, un ejército de secundarios entre los que destaca un actor tan maravilloso como Wilford Brimley, habitual de las películas de Sidney Pollack, que compone un árbitro-juez excepcional, capaz de coger todos los matices del daño y reunirlos en una sola ironía atisbando, además, la jugada que hay detrás de todo ello. El resultado de todo ello es el de una película inteligente, aguda, llena de ritmo y de diálogos brillantes que no deja de ser rabiosamente actual y que nos da un serio aviso sobre el jugueteo del titular fácil y parapetado tras un código deontológico que, simplemente, no existe. Y eso no es suficiente para el periodismo, que debería medir sus palabras hasta dar con la verdad. Y esa es la palabra clave.

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