El pasado también puede ser un
asesino que se dedica a acabar con los presentes. Demasiado odio que toma forma
en el corazón para que ahora la maldad quede a oscuras, sin saber muy bien
hacia dónde ir. El mundo del periodismo al desnudo con la contraposición del
que escribe muy bien, tiene talento y olfato y sabe buscar la noticia aunque
está en la dirección equivocada con el que marca esa dirección, solo le
interesa el titular a grandes letras, llamando la atención con el sensacionalismo
más barato con tal de conseguir un triunfo que durante tantos años se ha
escapado con otro nombre. En el camino lleno de sangre se abren paso un
periodista de la vieja escuela, ganador de algún que otro premio de prestigio
que hundió sus fracasos en alcohol y que quiere volver a rellenar páginas con
líneas de categoría, una chica que cree que el deber de informar no tiene que
estar reñido con la moral y la búsqueda incesante de un hombre sin rostro que
mató a una mujer sin vida.
La ciudad parece que engulle las
grises existencias de los que llevan el nadie en el apellido. Un club de
corazones solitarios que no es más que una farsa montada para vender, vender,
vender. Llegar a esa cantidad de ejemplares que asegure el futuro del perro
callejero que se ha aupado hasta la dirección de una cabecera. Solo eso
importa. El periodismo vendido a cualquier cosa que levante el morbo del
lector. Y el morbo es el mayor comprador de periódicos. No existen más
motivaciones. La información imparcial y objetiva no interesa a nadie porque el
público no es más que un rebaño de borregos deseosos de sangre en ese papel que
compran por unos centavos. Las calles huelen a basura y el aliento de un
borracho es más agrio que el aire de una cumbre que, poco a poco, se va
pudriendo en sus intenciones. No importa el derecho a la información, lo que
importa es vender el dolor, vender la muerte, vender el misterio y alargarlo
todo lo posible para vender más aún más. El periodismo cayendo prisionero de lo
mismo que debería denunciar. La verdad convertida en prostituta.
Basada en una novela de Sam
Fuller, la soberbia interpretación de Broderick Crawford como ese hombre que
trata de aniquilar su oscuro pasado es el mayor activo de una película que deja
al periodista a los pies de las mismas rotativas. A su lado, la atractiva Donna
Reed y el inexpresivo John Derek tratan de dar algo de dinamismo a unos
personajes demasiado cortados de una pieza pero que se convierten en engranajes
fundamentales para estrechar el cerco a la mentira, una obligación para cualquier
periodista que no siempre se da cuenta de que todo lo que se escribe tiene sus
consecuencias. Detrás de las cámaras, un hombre como Phil Karlson que sabía
imprimir ritmo a lo que narraba, incluso metiéndose por los tortuosos
laberintos de una ciudad ingrata que solo quiere tener el consuelo de que a
otros muchos les va peor. Y tal vez esa sea la razón fundamental para la
crueldad de una mirada impasible.
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