Crisanto Perales, alias
El Sultán, inspector de policía de la
brigada de narcóticos, uno de los mejores. Fue uno de esos de la santa casa que
creyó que con la democracia se podría trabajar de otra manera y, por eso, se
sometió a una cura de desintoxicación del alcohol y a otra para dejar su
ludopatía galopante. El país pasó por la transición y él también hizo la suya
propia. Ha estado perdido por media España, intentando cazar alijos y atrapar a
maleantes y, tal vez, le pasó como a la nación. Estaba ya demasiado cansado
como para rebelarse y se sumergió en un océano de prohibición y escarnio.
Incluso se lió con una vedette barata que le sacó todo lo que pudo y que luego
le dejó más tirado que a una colilla. No guarda rencor por aquello. Era lo normal.
Ahora vuelve y el primer día de su incorporación ocurre lo peor. Un viejo amigo
es asesinado. Y, poco a poco, parece que los viejos fantasmas que le acosaron
vuelven. Parece que la policía política aún sigue funcionando en las cloacas de
la Dirección General de Seguridad y que ha estado dos años perdido tratando de
olvidarlo todo y empezar de nuevo para que tenga que recordar de nuevo y
empezarlo todo. El Sultán no se
rinde. Tocó fondo para resurgir. Ahora tendrá que bajar de nuevo a esos
infiernos de los que huyó para iniciar un nuevo camino que, al menos, tendrá
algo de esperanza al lado.
Y es que los pactos
secretos y las maledicencias siguen tan vigentes como siempre. El inspector
Perales debe actuar y dejar de deambular de un lugar a otro, tratando de
encontrar un instinto que no ha perdido, pero que no tiene. Habrá que ir a lo
más bajo para que le soplen algo de información, revisitar viejos demonios y
vampiresas para saber dónde se halla, abrir una puerta para que circule el aire
fresco, recibir broncas de época para recordarle que aún tiene orgullo. Todo
pasará por un arreglo. Y el culpable se encargará de arreglarlo todo mucho más
allá de lo acordado. Por ahí, El Sultán
no está dispuesto a pasar. Bien lo saben en la santa casa. Y quien no lo sepa, avisado
queda.
Aunque han pasado los
años sobre esta película, no deja de ser una excelente película de cine negro
incrustado en las entrañas de la corrupción inherente a la idiosincrasia
española. Eusebio Poncela se mueve con valentía en medio de un personaje que
está siempre al filo aunque se desea su triunfo. La vista recorre las calles de
aquel Madrid de los años ochenta que despertaba de una pesadilla que no se
terminaba de ir del todo, tratando de encontrar lugares menos cansados, menos
desolados, más familiares y el resultado es una placa en una cartera, un
policía prisionero de sus propios miedos y la verdad de un nuevo día para un
país que, ilusionado, comenzaba a levantarse. Como el inspector de policía
Crisanto Perales, alias El Sultán.
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